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UNA IMAGEN

Esas olas que mecían la Transición

Adolfo Suárez y su familia surcaron las aguas de las Baleares en el verano del 78. Navegaban en un yate de 18 metros de eslora prestado por un empresario catalán

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Adolfo Suárez estaba en el mejor momento de su vida aquel verano de 1978 (en la imagen, con su esposa, Amparo Illana), aunque él, a quien se adivina feliz, creyera que su viaje en barco por las calas ibicencas le iba a durar mucho, tanto como su poder o su familia. Acababa de celebrar su segundo aniversario como el elegido del Rey para pilotar la Transición como presidente del Gobierno; un año antes había ganado las primeras elecciones democráticas, y cuando se tomó esta fotografía preparaba el referéndum en el que unos meses después iba a aprobarse la Constitución.

Los dos grandes amores de su vida: Amparo, su mujer, y Mariam, la mayor de sus cinco hijos, le acompañaban en esos días de descanso, jóvenes y lozanas.

Su principal colaborador, Fernando Abril Martorell, compartía aún con él planes, confidencias y vacaciones. Las crónicas de los periódicos locales han dejado constancia de que, cuando el barco en el que descansaban tocaba puerto y todos ellos bajaban para cenar en algún típico restaurante, la gente se arremolinaba a su alrededor para aplaudir a aquel joven político inmerso en la tarea de modernizar España.

Los Suárez y los Abril pasaron buena parte de aquel mes de agosto embarcados en un yate de 18 metros de eslora que les había prestado un empresario catalán, en el que se movieron por las costas de Ibiza, Mallorca y Menorca, discretamente vigilados por una patrullera de la Armada que no pudo evitar que dos periodistas de «Interviú» le abordaran con una lancha. Suárez les invitó a subir a bordo a condición de que no le preguntaran nada sobre política, algo raro en un hombre que no tenía otros intereses. Varias veces dejó a los suyos en el barco: dos para presidir en Madrid el Consejo de Ministros; otra, para asistir a los funerales de Pablo VI, que murió por aquellos días.

Atrás habían quedado sus veraneos en los lugares adecuados para progresar en su carrera: primero, en la Dehesa de Campoamor, una urbanización de Orihuela cuyo toque de glamour en los años sesenta era la presencia estival del almirante Carrero Blanco; y luego, con el alquiler de un chalé en La Granja que servía de antesala para los ilustres invitados que acudían a la fiesta del 18 de julio que Franco ofrecía en el vecino palacio. En el 78 ya se aproximaba a la Mallorca real, donde unos años después, cuando ya jugaba al golf y paseaba en el yate, más lujoso, de su amigo Mario Conde, se compró una casa en la que ya no fue tan feliz: las dos mujeres de su vida enfermaron y del poder que había llegado a tener no le quedó ni el recuerdo.

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