Una mujer lleva unas gafas de sol de la marca Ray-Ban
Una mujer lleva unas gafas de sol de la marca Ray-Ban - IGNACIO GIL

Las gafas de sol, un arma militar que hoy decora nuestro rostro

El paso del tiempo ha dotado a este objeto de un abanico de usuarios, cuya tendencia de necesidad ha sido revertida para dar paso al planeta del glamour

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Para los que ocultan su rostro de los paparazzi. Para los que juegan al póquer con maestría. Para los que lucen una pose de «fashion victim». Para los que las utilizan como «visera». Para los que incluso, en estos tiempos que corren, las usan para protegerse de la luz natural. Para todos. El paso del tiempo ha dotado a las gafas de sol de un abanico de usuarios, cuya tendencia de necesidad ha sido revertida para dar paso al planeta del glamour. Sin embargo, querido lector, no todo está perdido. En un mundo de apariencias, aún cabe albergar algo de fe en la humanidad observando más allá de las lentes. Y si con razón esto último le parece una chorrada...

quédese leyendo y al menos descubrirá el curioso origen del objeto que hoy centra nuestra atención.

Las gafas ahumadas, llamadas así por sus cristales planos de cuarzo ahumado, aparecieron en China a lo largo del siglo XII. Aunque a mediados del XV llegaron a Italia, no sería hasta los primeros años del siglo XX cuando su popularidad se disparase. Pancracio Celdrán, en «El Gran Libro de la Historia de las Cosas» (La esfera de los libros, 1995), señala que el primer boom fue exclusivamente militar: «en 1930 las Fuerzas Aéreas de EE.UU. encargaron a la casa Bausch and Lomb una serie de gafas capaces de proteger del sol más radiante los ojos de los pilotos. Las gafas deseadas tenían que ser capaces de defender al piloto que volaba a gran altura».

«Cómo protegían de los rayos solares, se las empezó a llamar 'rayban'»

Así, la industria óptica tuvo que emplearse a fondo para dotar a las lentes de «un tinte especial de color verde oscuro que pudiera absorber la banda amarilla de espectro luminoso». El resultado fue el diseño de una montura especial que pronto adquirió un nombre muy familiar para los amantes de las gafas de aviador. «Cómo protegían de los rayos solares, se las empezó a llamar rayban, es decir: barrera contra los rayos del sol».

Tuvieron que pasar varias décadas hasta que dieron el salto a los comercios de todo el mundo, impulsadas por una gran campaña publicitaria que como señala Celdrán, llegó de la mano más inesperada. «La compañía que la encargaba estaba especializada en peines. Pero la fortuna la hicieron con las gafas, incrementando las ventas de forma espectacular al haber mostrado, usando sus gafas, a personajes famosos del mundo del celuloide y de los deportes».

Si por aquella época su principal uso seguía siendo evitar la molesta luz del sol, poco tardó en convertirse en un objeto más decorativo que funcional. «En 1970, diseñadores de moda, y una serie de actrices famosas, las promocionaron, haciendo de este producto un claro objeto de deseo»

Multitud de posibilidades

De una parte hasta nuestros días, las variables que se ofertan en el mercado son infinitas. Multitud de modelos pensados para los diferentes tipos de rostro, desde gafas de sol redondeadas, estilo retro, con montura fina o gorda... y todas ellas en una cada vez más creciente gama de colores. Pero el ser humano nunca pensó en detenerse ahí, y si no me creen, lean un par de pinceladas que señala Celdrán en su obra: «En nuestros días, el suizo P. Monnay, un vendedor de seguros de la ciudad de Ginebra, tuvo la ocurrencia de crear una gafas de sol que al mismo tiempo servían como pluma estilográfica o bolígrafo que se disimulaba en una de las patillas. Y poco antes, una firma norteamericana había patentado las gafas de sol enrollables, capaces, además de filtrar los rayos ultravioleta».

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