La peligrosa moda del «circo 2.0», quedadas de adolescentes para darse una paliza

Grupos de decenas de adolescentes se citan en Bilbao con el fin de pelearse

Bilbao Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Dos chicos se pelean en Bilbao rodeados por un numeroso grupo de jóvenes. Lejos de intentar separarlos, los espectadores de la trifulca animan a los combatientes, a los que graban con teléfonos móviles: «¡El helicóptero!», «¡dale, dale, dale!», se oye decir a algunos de ellos. Una menor se interpone durante un espacio de dos segundos entre ambos antes de ser apartada por la muchedumbre. Los vecinos de la zona alertan a la Policía, cuya llegada provoca la estampida.

Se trata de un vídeo difundido de forma masiva a través de las redes sociales y que muestra una pelea callejera juvenil programada en pleno Bilbao. Un «club de la lucha» conocido entre los menores como «Circo 2.0» que reúne a decenas de estudiantes de diferentes institutos o grupos.

Las fuerzas de seguridad advierten de que este tipo de enfrentamientos pactados están protagonizados por menores de entre 13 y 17 años, que se reúnen normalmente al término de las clases o durante los fines de semana.

No es la primera vez que los vecinos de Irala, el barrio bilbaíno donde se produjo la pelea, son testigos de dichos enfrentamientos: «Ya había pasado alguna vez –advierte J.C.C–. Es un tema molesto, porque arman mucho jaleo, aunque las peleas no duran mucho». Arantza Beltrán, que pasaba por la zona en el momento en el que tuvo lugar el «espectáculo», denuncia que este tipo de sucesos no solo dan «muy mala imagen» a la ciudad, sino que pueden suponer un peligro «para los niños que jueguen» por la zona: «¿Qué pasa si mis hijos salen por cualquier motivo y se encuentran de lleno con algo así? Es lamentable», concluye.

Pugna por el poder

En este tipo de actos de violencia colectiva, los que animan o permanecen impasibles son tan culpables como los que se agreden físicamente. Así lo afirma la psicóloga Olga Cánovas, de Psicólogos Indautxu, por cuyas consultas han pasado algunos menores adeptos a las peleas callejeras: «No se trata de un acto individual, sino grupal», destaca, por lo que no se debe analizar únicamente el comportamiento de aquellos que participan de forma activa en la trifulca.

A su juicio, los jóvenes que realizan las «quedadas» suelen poseer «menos recursos para resolver los conflictos propios de las relaciones sociales o para gestionar su ira». Se trata de menores poco empáticos con sus compañeros o que se sienten «más subyugados» a las presiones de la mayoría: «Simplemente quieren pertenecer al grupo, y aceptan esta práctica como válida y con algún tipo de significado positivo dentro del mismo». De esta forma, los partícipes «demuestran su ego» ante el resto de los estudiantes.

A pesar de todo, Cánovas destaca que existen «muchas circunstancias» que pueden llevar a un joven a intervenir en dichos actos, «o bien una mezcla de todas ellas, en menor o mayor medida». Por esta razón, «casi cualquier adolescente puede verse como partícipe en estas prácticas en un momento dado», sobre todo si está «inmerso» en grupos afines a ellas: «Estas situaciones no son exclusivas de un colectivo social determinado, ni tampoco la dinámica que las genera», manifiesta.

Nuevos formatos

Tal y como explica la psicóloga de la firma vizcaína, el hecho de que el «Circo 2.0» haya cobrado ahora mayor notoriedad no significa que la práctica en sí haya sufrido un auge en los últimos años: «Peleas grupales o con público entre jóvenes ha habido siempre, no estamos hablando de un fenómeno nuevo», afirma. Lo que diferencia a las peleas actuales es que los espectadores las graban en vídeo y las difunden a través de sus teléfonos móviles. «Lo que no está en la Red simplemente no existe, así que no tenemos más remedio que vivir y exhibirnos en ella para ser reconocidos como individuos por el otro», subraya.

El método más eficaz para evitar que los adolescentes acudan a las «quedadas» es el de poner límites claros y firmes, manifiesta Cánovas, que añade que también hay que predicar con el ejemplo, pues «es imposible educar en valores positivos si esos valores no se practican en el seno de la familia». Sin embargo, destaca que dicha responsabilidad no es exclusiva de los padres, ya que los jóvenes se desarrollan y viven de forma simultánea en varios entornos a la misma vez. En este sentido, «la coherencia entre los valores que sustenten estos ambientes es crucial».

Ver los comentarios