La «tranquila» vida en la cárcel de Leo, el «tatuador carnicero» que descuartizó a su clienta

El descuartizador de Valdemoro, interno desde hace una semana en el módulo de enfermería del penal de la localidad, no muestra signos de arrepentimiento

Leandro V., de 27 años, actualmente en prisión ABC
Aitor Santos Moya

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Custodiado por tres presos sombra, que se turnan cada ocho horas, y sin apenas contacto con otros reclusos. La vida en el penal de Valdemoro de Leandro V ., de 27 años, conocido como Leo, transcurre de manera «tranquila» desde que el pasado domingo un juez decretara su ingreso en prisión provisional, comunicada y sin fianza. Así lo afirman las fuentes penitenciarias consultadas por este diario, que advierten, además, de la falta de arrepentimiento de un sujeto acusado de asesinar y descuartizar a una amiga , de 18, en el chalé que okupaba en la misma localidad madrileña.

El «tatuador carnicero» -como así se hacía llamar en redes sociales-, mantiene un perfil discreto dentro del módulo de enfermería, donde está recluido. Permanecerá allí hasta que el psiquiatra del centro lo evalúe y determine su emplazamiento definitivo. Dentro del sector actual -con poca capacidad y formado en su mayoría por enfermos de VIH, personas de avanzada edad o con problemas de movilidad-, Leo, que tiene activadas las medidas previstas en el protocolo antisuicidios, puede salir a un pequeño patio en periodos de tiempo limitados y siempre acompañado por uno de los presos sombra.

El único incidente que ha protagonizado hasta a la fecha fue a su entrada en la cárcel, cuando los funcionarios descubrieron en la requisa habitual que se practica a todos los reclusos una «tarjeta de crédito» que escondía en su interior la hoja de una pequeña navaja . Estaba oculta en un doble fondo de su cartera. Se investiga si el objeto punzante, confiscado sin mayores problemas, pudo ser entregado por algún familiar o allegado durante la comunicación que los reclusos tienen el día de su llegada a prisión.

Leo, natural de Pereira (Colombia), tenía fama de buen tatuador en Valdemoro. Allí, había montado un estudio en el chalé que él mismo había usurpado cinco años atrás. Aunque trabajaba también a domicilio, prefería casi siempre que sus clientes se desplazaran hasta su lugar de residencia, en el número 124 de la calle de Francia. Aprovechó, presuntamente, una de estas visitas para acabar con la vida de la joven, hija de dos agentes de la Guardia Civil. Aunque en un principio los investigadores valoraron la posibilidad de que verdugo y víctima mantuvieran una relación sentimental , fuentes judiciales informaron que este extremo no ha quedado acreditado.

Participación de su expareja

Pese a que el acusado afirmó ante los agentes desplazados hasta el chalé que la muerte se había producido por una «práctica sexual que se les fue de las manos», en sede judicial se acogió a su derecho de no declarar. Las indagaciones se centran, además, en dilucidar el grado de participación en el crimen de su expareja Celia , también en prisión acusada de un delito de encubrimiento. Fue ella la que denunció los hechos ante la Guardia Civil después de que Leo le confesara supuestamente el asesinato y le pidiera ayuda para deshacerse del cuerpo, ya troceado. Pese a que la joven presentaba varios cortes en el tórax, todo hace indicar que la causa de la muerte fue por asfixia.

Simpatizante del movimiento neonazi y absorbido por el culto al cuerpo, las prácticas sadomasoquistas y los rituales satánicos, el presunto asesino había convertido su vivienda en una auténtica «casa de los horrores». Almacenaba todo tipo de armas blancas, pistolas, cartucheras, escopetas «airsoft» y otros objetos utilizados en las artes marciales, así como libros en los que se podía leer cómo diseccionar un cadáver.

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