El negocio de las casas de apuestas: menores, incumplimiento de horarios y vetos por ganar

Las salas de juego deportivas, cuyos reclamos logran atraer a un público cada vez más joven, esconden diversas irregularidades comprobadas por ABC

Una casa de apuestas deportivas con el cierre a medio echar, en Quevedo MAYA BALANYÁ
Aitor Santos Moya

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En el interior de una casa de apuestas nada escapa a la improvisación. Los letreros luminosos resaltan en un espacio construido en torno a la trepidante parrilla de eventos deportivos: carreras de galgos y caballos, fútbol, baloncesto, tenis, ping-pong... cualquier elección es posible si hay dinero de por medio. Un jugoso negocio –solo en la capital existen 625 locales– que ha disparado todas las alarmas. «Es la droga del siglo XXI» , coinciden los expertos consultados, alertados por las irregularidades que en estos locales se cometen. ABC ha comprobado in situ como en varios de ellos se incumplen los horarios de cierre, no se controla la entrada de menores e, incluso, se impide el juego a las personas que ganan más de la cuenta.

«A partir de las 12 o 12 y algo ya no puedes cobrar ninguna apuesta, pero para hacer nuevas tienes más tiempo», revelan en una casa del barrio de Pueblo Nuevo, saltándose por sistema el límite de cierre permitido. El hecho de que en muchas de ellas confluyan la sala de apuestas –con pantallas táctiles, televisores de alta gama y lectores de cobro digitales– y el tradicional salón de juegos –repleto de máquinas tragaperras, ruletas y otras variedades de azar digitales como el póker o el blackjack–, ha provocado la diversificación de un comercio mucho más «atractivo» para el público joven .

«Antes te daba más cosa entrar a un casino, pero ahora vienes, te sientas en un sofá y puedes ver un partido mucho más a gusto que en un bar», reconoce Alberto, un joven de 24 años con casi una década de experiencia a la espalda: «Empecé con los bonos que regalan para que te registres en internet». Un par de aciertos buenos y el extra de añadir «más emoción» a los eventos le llevaron a entrar en un establecimiento físico. «La primera vez fue un poco raro, ves a gente con mala pinta que se te queda mirando y piensas: “a ver cómo salgo de aquí”», prosigue, sin saber si en aquella época, cuando tenía menos de 18 años, podía o no acceder: «A mí nunca me pidieron el DNI» .

Intermediarios

Una vez dentro, el control para efectuar una apuesta sí es más estricto. En todas, es necesario presentar el carné de identidad para que un operario compruebe la edad o si el cliente tiene problemas de ludopatía. Si sale apto, el interesado recibe un código personal e intransferible con el que poder empezar a jugar. Pero hecha la ley, hecha la trampa . «Salvo en algunas que se fijan más, es fácil que alguien te preste su PIN y ya está», incide un grupo de adolescentes, a las puertas de un reconocido establecimiento muy cerca del estadio Santiago Bernabéu.

En caso de resultar agraciado el boleto, los menores no necesitan si quiera el favor de un intermediario. «Hay casas que tienen máquinas donde metes el papel y te sale el dinero», detallan los mismos. Estos locales se han convertido para muchos jóvenes en sus centros de reunión, lugares donde pasar las horas en grupo, tomar algo y retarse los unos con los otros para ver quién gana más. «Mejor dicho, quién pierde menos», dice riéndose otro chico.

El problema llega cuando el juego se transforma en rutina. «Cada vez más familias acuden a pedir ayuda porque sus hijos están enganchados», subraya un antiguo apostante, con la única condición de no hacer pública su identidad. Recién cumplida la treintena, Álvaro –nombre ficticio– conoce bien los peligros que entraña un negocio a primera vista inofensivo. «Cuando estás metido, ves todo tipo de situaciones. Desde gente que con un euro hace combinadas enormes en busca de un premio casi imposible, hasta aquellos que se gastan todo lo que tienen», explica.

«El local nunca pierde»

Álvaro es plenamente consciente de que muy pocos son capaces de reconocer su adicción. «Yo he visto a padres de familia bajar a comprar el pan y gastarse el dinero a espaldas de su mujer», sostiene, no sin dejar una significativa conclusión: «La banca nunca pierde. Esa es la regla número uno que deberíamos aprender todos. Por mucho que alguno diga que gane, ¿cuántos pierden al mismo tiempo?». En ese sentido, son varios los clientes que señalan que algunos comercios llegan a vetar la entrada a personas que logran grandes ganancias. «A un dominicano le impidieron el paso porque la tarde anterior había ganado mucho con los galgos », recuerda un habitual de otro local situado en el distrito de Ciudad Lineal.

Pese a esta controversia, lo cierto es que las casas centran gran parte de su esfuerzo en captar nuevos clientes. Algunas han ampliado el servicio, añadiendo cartas de comida con hamburguesas , ensaladas y tartas –entre otros platos–; y bebidas, principalmente, combinados alcohólicos, cervezas o refrescos. «Funcionan igual que cualquier bar o restaurante, solo que en realidad lo único que les interesa son las apuestas», sentencia un usuario.

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