KISS y Megadeth: bombardeo de rock y thrash metal de la vieja escuela

Ambos grupos descargaron anoche en el WiZink Center tres horas y media de rock duro medido en grandes éxitos

Pablo Medina

Brillo, color, maquillaje, fuego, explosiones, sangre, glamur y mucho rock and roll. Definir a KISS es sencillo, pero explicar lo que son capaces de hacer sobre un escenario es tarea imposible. Los años no pasan por ellos, ellos pasan por los años. Dejan tras de sí una estela de acordes inmortales, capaces de levantar de la silla a niños, jóvenes y mayores, hacerles saltar y gritar y corear sus himnos más laureados. Un despliegue de medios que merece la pena ver siempre, en cualquier momento. KISS es inmortal. Un lujo, un atrevimiento y un pecado.

La conquista del WiZink Center de Madrid por parte de la banda estadounidense se vio enturbiada por un retraso de los equipos de producción. Un retraso que llevó a aplazar la apertura de puertas durante dos horas y media y que impidió que los parisinos The Blackmordia pudiesen subir al escenario. Fans cabreados, gestión pésima y un comienzo que supo amargo para muchos de los asistentes. Con todo el drama que estaba caldeando el ambiente, solo cabía una solución para que todos los presentes olvidaran aquel desajuste horario: sacar a Megadeth.

Los chicos de Dave Mustaine ya son veteranos en derribar malas sensaciones y despertar un ánimo frenético con sus temas. Tan solo hubo que esperar a que sonaran los primeros acordes de Hangar 18 para que el respetable dejase su garganta al rojo vivo. Las guitarras cruzadas de Kiko Loureiro -fichaje excelente como guitarrista para la grabación de Dystopia y su presentación en vivo- y Mustaine durante los solos melódicos, los riffs aplastantes y el retumbar de los bombos fue solo el comienzo de una batería de clásicos de la banda de thrash metal. No faltaron los temas del último álbum, como «The Threat Is Real», o la homónima «Dystopia». Les siguieron la tecniquísima y compleja «Tornado Of Souls», arrebataron al público el clásico coro «aguante Megadeth» entonado en «Symphony Of Destruction» y remataron la velada con su más que loable «Holy Wars», lamentando el recorte de canciones por el retraso horario y deseando que los fans disfrutasen del show completo de KISS. Gesto noblísimo de Dave Mustaine, cuyo desgaste vocal pasó desapercibido por su inequívoca calidad como guitarrista. Cada nota, una bala. Todos juntos, una máquina de guerra.

Y los engranajes no se oxidaron. Un telón negro anunció el regreso, tres años después, de la banda insignia del rock and roll. Precisamente, con la canción «Rock n Roll» de Led Zeppelin ya se empezó a animar el ambiente, con el público esperando ansioso por ver a Gene Simmons, Paul Stanley, Tommy Thayer y Eric Singer dar un espectáculo a base de pólvora, guitarrazos y luces. Temas ya conocidos de la banda fueron la piedra angular del concierto. No tardaron en sonar «Shout It Out Loud», «War Machine» y Shock Me», llegando a eclipsarse la voz del propio Stanley por el ensordecedor rugido del público. Rescatando el «Sonic Boom», segundo disco más reciente de la banda, se dejó caer «Say Yeah!» como punto de inflexión en una jornada tan intensa como los lengüetazos al aire de Gene Simmons. Fue precisamente el diabólico bajista quien hizo uso de su clásica maestría para ascender 20 metros en el aire y tocar «God Of Thunder» desde una plataforma. Una tirolina llevó a Paul Stanley entre el público para arrancar los acordes explosivos de Love Gun, culminando la velada con «Detroit Rock City» y su ya predecible «Rock And Roll Al Nite», llenando el pabellón de confeti y con el mismo Stanley reventando su guitarra contra el suelo. KISS son rock and roll. El rock and roll es KISS. No se puede decir más. Quien lo quiera, que vaya a verles. Entonces, lo entenderá.

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