Financiación: no solo números

Aseguran los expertos de la financiación autonómica que las cifras del cupo vasco recién aprobado en el Congreso no responden a ningún cálculo justificado. Si ponemos esta afirmación junto a la realizada por Montoro durante su tramitación parlamentaria —«el cupo vasco aporta estabilidad política y económica»— extraemos la conclusión realista de que primero se pusieron los números y luego se fabricó la fórmula que los sostuviera. Alquimia presupuestaria de manual.

No hay que perder esta realidad de perspectiva cuando se aborde un debate crucial para el futuro de Galicia como es su modelo de financiación para el futuro. Quiero decir: será encomiable que pongamos encima de la mesa variables que ponderen gasto e inversión, pero el pálpito que transmite el proceso es que será una negociación política y no económica, donde lo segundo estará supeditado a lo primero.

Claro que Galicia merece que se consideren sus sobrecostes en los servicios públicos derivados de la dispersión, el envejecimiento, la emigración o su asfixiante estructura demográfica. Pero cada comunidad se sacará de la chistera estos o similares criterios para arrimar el ascua a su legítima sardina. Y si una cosa está clara es que multiplicar panes y peces solo está al alcance de deidades bíblicas. Montoro no puede (ni quiere).

En este tablero se da la partida. Algunas autonomías como la valenciana juegan a dejar de estar escandalosamente infrafinanciadas. Otras, a ser compensadas a cambio de repensarse derivas secesionistas, como Cataluña. Y Galicia, la verdad sea dicha, aspira a no perder posiciones relativas, porque ya recibe más por habitante que la media estatal.

Pero incluso para el «virgencita, que me quede como estoy» hará falta peso político, y no solo criterios objetivos. De ahí que Feijóo esté levantando la voz en lo que parece un toque de atención en toda regla al Gobierno. Galicia no se va a callar un trato injusto. Por muy del PP que sea.