Luis Barcala, portavoz del grupo municipal del PP en Alicante
Luis Barcala, portavoz del grupo municipal del PP en Alicante - SERGIO SOLER
TRIBUNA

Aprendamos del pasado

«Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?»

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«¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?». Las palabras de Marco Tulio Cicerón atronaron como las de un gigante entre los muros del Senado de Roma. La pregunta, hecha ante el propio interesado, era una acusación: La acusación del cónsul a un traidor.

Lucio Sergio Catilina (108-62 a.C.), patricio romano de la gens Sergia, personaje siniestro y amoral, escaló en la carrera política hasta rozar con los dedos la cúspide, el consulado. Hasta ese momento nada ni nadie había sido obstáculo para alcanzar sus propósitos, pese a las múltiples acusaciones de que fue objeto por corrupción y nepotismo, de las que su estatus privilegiado le permitió salir indemne. Militaba en el partido populista, como tantos senadores patricios que jugaban fuera de sus mansiones a ser colegas del pueblo llano, y radicalizó sus propuestas políticas haciendo bandera con la tabulae novae (la cancelación completa de las deudas), promesa habitual de los populistas más radicales.

Atrajo hacia sí, primero, a una selecta minoría de las élites políticas e intelectuales descontentas con el sistema democrático republicano romano para, después, atraer con seductoras promesas y utópicas propuestas a los sectores más desfavorecidos de la plebe. Y todo para armar un ejército y caer sobre Roma imponiendo su dictadura, acabando así con el sistema que le había negado la gloria de la que se creía merecedor. Cicerón lo desenmascaró y denunció. Catilina acabó pagando con su vida su conjura contra el pueblo de Roma, arrastrando con él a muchos incautos que realmente creyeron en su falsa revolución. Pocos años después otro de sus correligionarios populista, Julio César, apuntillaba el régimen democrático romano, y la República daba paso al Imperio de los césares. Nuestra civilización tardó más de 1.800 años en volver a recuperar los regímenes democráticos.

La Historia siempre se repite y el Hombre, siempre que la olvida, incurre una y otra vez en los mismos errores. Siempre ha habido profetas del Apocalipsis regenerador, iluminados que proponen construir un mundo nuevo a base de sangre y fuego, revolucionarios que se aúpan sobre las espaldas de los más desfavorecidos. Casi nunca han tenido el éxito que pretendían, casi siempre han sido desenmascarados, pero en el camino han dejado un rastro de dolor y decepción. Sorprende la actualidad de hechos acaecidos hace más de dos mil años, la similitud de las formas, las ideas, los mensajes y los fines perseguidos.

De entonces a aquí, podemos rememorar episodios con personajes a los que movieron idénticos objetivos, y que supieron encontrar la tecla adecuada en el momento oportuno. Prometer la condonación de las deudas, una renta básica universal, la igualdad, la felicidad, no son promesas nuevas; se han hecho antes en muchísimas ocasiones, y solo han servido para aupar al poder al que las hacía para, una vez instalado, olvidarlas e imponer las más duras dictaduras totalitarias. Es el riesgo que se corre cuando se apuesta por la libertad y la democracia, pero es un riesgo que siempre merece la pena correr, porque la alternativa es inaceptable. Nuevos partidos que pregonan nuevas políticas, y que no encierran más que viejas propuestas con el fin de alcanzar un poder que aspira a ser único y totalitario, que no hace ni treinta años se desmoronaba con el Muro de Berlín, y que ahora algunos tratan de resucitar.

Mucho ha costado construir un régimen democrático, en el que la libertad se consagra como principio fundamental, para permitir que oportunistas lo utilicen como lanzadera de sí mismos. Es cierto que son necesarios cambios y reformas, que hace falta una regeneración en el seno de los partidos, un retorno a los principios y los valores, como también es cierto que no necesitamos para ello trasnochadas fórmulas revolucionarias.

El discurso idealista de hace tres años ha dado paso a la realidad de los hechos cuando los del «recambio» han empezado a gobernar: propuestas disparatadas, mensajes de ruptura de la convivencia pacífica de la que disfrutamos, personajes estrambóticos que creen que pueden hacer y decir lo que les de la gana sin ninguna consecuencia, no hay principios y no se resuelven los problemas que le preocupan a la gente, solo hay palabras, solo palabras y gestos cara a la galería. Y la gente empieza a cansarse de tanto circo sin sentido, y la paciencia se agota porque ya no hacen ni gracia.

Aprendamos del pasado, no dejemos que cantos de sirena nos arrastren a errores ya sufridos. De nuevo han de resonar en nuestros oídos, tan atronadoras como se escucharon entre los muros del Senado romano, las palabras acusatorias de Cicerón «Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?».

* Luis Barcala Sierra es portavoz del PP en el Ayuntamiento de Alicante

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