Ferran Garrido - Una pica en Flandes

Toque de queda, estado de alarma

«Ya sé lo del equilibrio entre la economía y la salud, pero una vez sabido que vamos cuesta debajo y de culo hacia el desastre, todo esto llega tarde»

Vivimos en una época en la que importa más la forma y el uso de las palabras que su significado . Hemos afilado la punta del lápiz hasta el extremo del eufemismo patológico en un contexto en el que nos la cogemos con papel de fumar a la hora de elegir lo que decimos y cómo lo decimos.

Le oí decir el otro día al alcalde de Valencia algo que no carece de sensatez y que, en su caso, sé que es un reflejo sincero de su pensamiento. No le gusta mucho el término «toque de queda» porque, según dijo, tiene connotaciones bélicas. Yo le entiendo. No es que a mí me guste mucho tampoco, pero es lo que hay.

[Toque de queda en Valencia: de los tanques de Milans del Bosch al cierre de la ciudad por el coronavirus]

Nos guste o no nos guste, lo llamemos como lo llamemos, aunque lo forremos de chocolate, esto es un toque de queda de libro . Que suena a un panorama de guerra y que da un poco de miedo… pues sí. Que sin duda trae malos recuerdos a los que vivimos el último, hace ya cuarenta años, pues también. Pero sea como sea, esto es un toque de queda. Y sinceramente creo que es necesario.

Nunca he sido partidario de tanto eufemismo y de tanta realidad edulcorada como la que hemos ido diseñando y maquillando entre unos y otros, porque al final nuestra percepción pulula en un limbo de gilipollez almibarada que nos hace vivir entre nubes de algodón de azúcar, como si todos los días fueran noches de fiesta y feria. Pero no. No todos los días son domingo.

Hemos llegado a esta situación por pura necesidad. La realidad nos sitúa frente al espejo de miles de muertos y de unas cifras de contagios que superan ya los peores momentos de la primera oleada de la pandemia. Nos hemos plantado aquí por culpa del bicho, que nadie lo dude, pero también a causa del comportamiento inconsciente de muchos ciudadanos que decidieron vivir su verano como si aquí no hubiera pasado nada o, lo que aún es peor, como si fuera necesario darse mucha prisa no vaya a ser que nos vuelvan a encerrar en casa.

Además, son muchas las voces que cuestionan la gestión que se ha hecho en España de esta situación. Yo lo hago a ratos y, además, reparto collejas y pescozones por igual a diestra y siniestra , aunque reconozco que algunas con más fuerza e intención que otras.

En fin, que hasta aquí hemos llegado y volvemos a hablar de estado de alarma y, por primera vez en cuarenta años, de toque de queda. Con todas las letras y la contundencia de esas seis palabras.

Imagen de un control policial durante la primera noche de toque de queda en Valencia MIKEL PONCE

Ayer mismo, en una de mis crónicas para el Telediario de TVE estuve a punto de meterme en el jardín del neologismo y la palabras bonitas. «Medidas de restricción de la movilidad nocturna» me dio por decir, para darme cuenta de que con tanta blandura al final no llegaría a ninguna parte. Insisto, nos guste o no el lenguaje, esto es un toque de queda de manual .

Cuando algún amigo me pregunta por cómo llevé yo el confinamiento, y ahora las noches de toque de queda, siempre pienso en los privilegios que nos da esta profesión para permitirnos estar, ver y vivir lo que mucha gente nunca alcanza ni a imaginar. Estas restricciones, los periodistas de la primera línea, las vivimos en la calle. No es ningún mérito, es que alguien tiene que contarlo . Claro, a veces eso nos permite ver cosas que ustedes no ven. Y nos deja sensaciones que nos impregnan la piel para que luego el pensamiento saque sus conclusiones. A veces no me gusta, porque al final me acompaña a casa esa frase que nos habla de haber perdido la fe en el género humano.

No me gusta generalizar, pero, en este contexto, y a muy pocas horas de que en la Comunidad Valenciana se implantara el toque de queda, con todo lo que eso significa, algunas zonas de Valencia vivían la noche como si no hubiera un mañana. Así me fui a casa y me he pasado la noche buscando un nombre a ese comportamiento de mis conciudadanos. Con esa sensación y con la losa de los miles de contagiados del último parte de guerra. Y lo he encontrado de madrugada. Es simple, asquerosa y sencillamente frivolidad .

Por cierto, no me puedo quitar de la cabeza una cosa. Miren que he intentado quitarme de encima un pensamiento, pero no puedo. Creo que volvemos a llegar tarde . Creo que este toque de queda llega tarde. Que el nuevo estado de alarma llega tarde. Y que, una vez más, las decisiones necesarias llegan tarde. Ya sé lo del equilibrio entre la economía y la salud, pero una vez sabido que vamos cuesta debajo y de culo hacia el desastre, todo esto llega tarde.

Bueno, haciendo honor a la verdad, la declaración del toque de queda en la Comunidad Valenciana antes de la declaración del estado de alarma en toda España, como ya pasó en marzo con un decreto de la Generalitat varios días antes de que el gobierno central decretara las medidas extraordinarias y los confinamientos, me deja claras dos cosas: que hay quien va retrasado de chispa y que hay quien sabe anteponer la necesidad marcada por la urgencia sobre otro tipo de intereses en esta situación en la que tomar decisiones es tan difícil. Y eso, se agradece.

Y no me lo tomen a mal. Es lo que pienso. Ya nos dedicaremos otro día a los enfrentamientos ideológicos porque, aunque no nos guste estamos en estado de alarma y con toque de queda.

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