El populismo perjudica la salud

El populismo catalán hace ruido, pero no acorta las listas de espera que perjudican nuestra salud

El director del Museo Picasso de Barcelona, Emmanuel Guigon, y el hotelero y propietario de The Serras, JordiSerra, posan junto al cuadro «Ciencia y caridad» de Picasso ABC
Sergi Doria

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El Gremio de Editores demanda estabilidad política para un pacto de estado por la lectura. Pero en Madrid tenemos un gobierno en funciones y en Cataluña el ejecutivo más vago de Europa. Nadie habla ya de la ley que impida el cobro de emolumentos a los políticos electos que nada acuerdan. La política actual -aquí y en Madrid- es de un vuelo gallináceo que sonrojaría a estadistas como Suárez o Tarradellas.

Ahora tenemos a Sánchez, Lastra, Rufián, Torra, Budó, Borràs, Puigdemont, Torrent… ¡Lo mejor de cada casa! Iceta cuenta naciones. Y Rafael Ribó, Síndico Vitalicio del Movimiento Nacional, cuenta los enfermos de otras comunidades que, según él, vampirizan la sanidad catalana.

Ribó, Maragall, la fallecida Casals… Pijoprogres que confirman la tesis del añorado Jordi Solé Tura: abrazan el nacionalismo para seguir «remenant les cireres». Con el cuento de la estelada esquivan las cuentas pendientes de la realidad social. Ante las listas de espera catalanas -las peores de España- el bronco Ribó regurgita la bravata populista: el demonio son los otros; verbigracia: los forasteros españoles.

«Populista es aquel que culpa a un tercero de los males de su país o sociedad», explica el Pulitzer Jared Diamond a Víctor Amela. «¡Uy! Eso pasa mucho por aquí, también», apostilla el periodista.

En la Cataluña secesionista al enemigo exterior se le llama «Estado Español» o «Estado» a secas… Y luego exigen diez mil millones del Fondo de Liquidez Autonómica. Si hacemos caso de Òmnium los CDR y la ANC, la República Catalana «está a tocar»… pero sus profetas siguen pidiendo dinero al Estado del que abominan. De nuevo Solé Tura: el drama de la burguesía catalana -travestida ahora en independentista- es que lucha contra un estado del que no puede prescindir.

Existe, por fortuna, una sociedad civil digna de tal nombre. No nos referimos a las entidades intoxicadas del nacionalismo, o al F.C. Barcelona que contemporiza con el Tsunami Chantajista que revienta el Clásico: Puigdemont y el gasolinero Canadell aplauden la jugada.

Acompañados de Emmanuel Guigon, el mejor director del museo Picasso, y Jordi Serra, propietario de The Serras, saludamos la restauración de «Ciencia y caridad» que financia el hotelero. Un marco climático garantiza la conservación del lienzo. La estructura interior de este marco inteligente regula la humedad relativa y la temperatura del lienzo.

Picasso pintó «Ciencia y caridad» en 1897, con dieciséis años, en su estudio de calle Plata, 4, ubicado en el inmueble del actual The Serras. El alquiler lo pagaba su padre, José Ruiz, profesor en la Llotja donde el adolescente Ruiz Picasso estudiaba arte.

A esa Llotja acudió en 1957, también con 16 años, Óscar Tusquets. Su profesor de dibujo, un Francesc Labarta setentón, narraba así la génesis del cubismo: «Picasso nos explicaba que acababa de hacer un viaje en tren y que, al mirar por la ventanilla, se le había ocurrido la idea para una pintura. Con el deslizarse del convoy, los objetos más cercanos a la vía ofrecían varias caras, mientras que, a medida que se iban alejando, su imagen iba permaneciendo más inmutable…».

El pintor y arquitecto lo cuenta en «Pasando a limpio» que acaba de publicar Acantilado, l a editorial que fundó Jaume Vallcorba en 1999 y que cumple veinte años, ahora regida por su viuda Sandra Ollo.

A pesar de los torras y las colaus, nuestra capital del libro hispanoamericano sigue cumpliendo aniversarios: Salvat 150; Anagrama y Tusquets, 50; Quaderns Crema, 40…

Al salir del Picasso pasamos ante la que se conoce como casa de Cervantes. Carme Riera, premio Atlántida del Gremio de Editores, lamenta que el nacionalismo monolingüe no cultive el legado cervantino: Barcelona es la ciudad de la segunda parte del Quijote. «Me cuesta entender por qué muchos catalanes tan desprendidos, tan pródigos, no reivindican, aparte de Cervantes, el hecho de tener como usted, además de la lengua catalana, por descontado, la castellana. ¿Quieren ser pobres pudiendo ser ricos?».

El separatismo cultural aporta las gansadas del Institut de Nova Història: el Quijote (ellos dicen Quixot) lo escribió en catalán Miquel Servent, de Jijona (ellos dicen Xixona), como el turrón. Lo sostiene un tal Bilbeny: el enemigo exterior -la censura española- manipuló la Historia.

Con sabia incorrección, Tusquets describe el folclore que ahoga Cataluña. Lo «ultralocal» conoce proyección universal si lo adereza un genio como Dalí: «No hay nada menos universal, menos original, menos distintivo, más uniforme en todo el universo que el folclore; el folclore que Dalí aborrecía. No conozco ninguna cultura -de Australia, África o el País Vasco- que no incluya una danza de mocetones con palitos haciendo ver que se pelean».

El populismo catalán hace ruido, pero no acorta las listas de espera que perjudican nuestra salud. Y el ciudadano de a pie trabaja para que ese estado que los políticos-activistas pretenden destruir les abone el sueldo que no merecen.

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