Aragonés duda de que su generación pueda proclamar la independencia

El presidente catalán advierte de un «choque» con el Estado si no cede ante el secesionismo

Pere Aragonès, en el Parlament EP

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El independentismo sobrevive practicando un doble discurso: el que por un lado asegura que lo volverán a hacer, y el que por otro asume que la secesión es ahora mismo una quimera, y que si acaso este es un objetivo a medio o largo plazo. Si Junts y el independentismo más exaltado están de manera principal en ese primer plano, augurando por ejemplo el inminente regreso triunfal de Carles Puigdemont a Cataluña, buena parte de ERC reconoce que los hechos de 2017 son irrepetibles de manera inmediata, y que de lo que se trata mientras tanto es de retener la Generalitat y gestionar la autonomía, que es lo que ahora mismo sigue siendo Cataluña dentro de España.

El actual periodo de entendimiento entre los republicanos y el PSOE, con la inminente reunión de la mesa de diálogo entre Gobierno y Generalitat y la predisposición de los primeros a negociar los Presupuestos Generales del Estado, componen el marco de esta realidad.

La predisposición al diálogo y los jarros de agua fría en forma de advertencia que los republicanos van administrando al secesionismo más exaltado se combinan a la vez con recurrentes alusiones a objetivos tan irrenunciables como se asume que imposibles de alcanzar en breve como son la amnistía y la autodeterminación. Un doble discurso que sirve tanto para sentarse a negociar con Pedro Sánchez como para no decepcionar mucho a un independentismo con la moral por los suelos.

Doble discurso

Buena muestra de este doble discurso es el que practica el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, que ayer en una entrevista en la Agència Catalana de Notícies (ACN) advertía de un «choque» con el Estado si este no cede a las pretensiones independentistas, pero asumiendo que el mismo «choque» -se entiende que una nueva intentona como la de 2017, aunque tampoco se especifica-, puede que sea tarea de futuras generaciones. «Si no se encarrila políticamente el conflicto político entre Cataluña y el Estado, la voluntad de los catalanes de ser un estado independiente no desaparecerá, y si no hay respuesta por parte del Estado, no sé si será esta mayoría parlamentaria u otra, mi generación u otra, pero volverá a haber momentos de dificultad y de choque», explicó el presidente catalán.

La frase sirvió tanto para excitar al secesionismo más ultra, que acusó de nuevo a Aragonès y ERC de postergar el objetivo de la independencia y propugnar el diálogo precisamente para apagar la llama de la secesión, como a parte de la oposición, que vio en las palabras de Aragonès el anuncio de un nuevo ‘putsch’ como el de hace cuatro años. «La distensión prometida por Sánchez sigue viento en popa a toda vela», destacó el líder del PP en Cataluña, Alejandro Fernández, en respuesta a las manifestaciones de Aragonès.

El presidente catalán, y ERC en conjunto, abundan en esta idea, asegurando en la misma entrevista en la ACN que «la apuesta por participar en la mesa de diálogo no excluye ninguna ninguna otra estrategia que proponga el independentismo». No obstante, en lo que debe leerse como una advertencia a Junts y la CUP, especialmente los primeros, siempre marcando a ERC ante cualquier desliz entreguista, Aragonès fue claro al señalar que ahora mismo la única vía transitable es la de la negociación. «Si alguien tiene una propuesta alternativa aplicable a corto plazo, que la ponga sobre la mesa», añadió. «Debemos tener una mirada larga y no hay que desperdiciar ninguna oportunidad para defender el referéndum y la amnistía donde sea», añadió el presidente, que abogó por que la citada mesa, cuya próxima cita está prevista durante la semana sucesiva a la Diada del 11 de septiembre, se reúna cada dos o tres meses.

A diez y veinte años vista

El doble discurso del presidente de la Generalitat es coherente por así decirlo con el viraje emprendido por su partido, que trata de instalarse en lo que ellos mismos definen como el carril central de un independentismo que ya ven como un movimiento político para perdurar y no para implantar a corto plazo lo que sus rivales de Junts definen como el «mandato del 1-O».

El líder de ERC, Oriol Junqueras, lo apuntaba el pasado siete de mayo en un artículo en ‘El Periódico’: «Tenemos que planificar los cambios pensando en diez y veinte años vista. Salir del día a día para pensar en pasado mañana. Los grandes cambios de fondo requieren pensar a largo plazo para empezar a poner las primeras piedras, hoy, de una nueva Cataluña mejor para que sea una realidad mañana». Y lo remataba en los días previos a la concesión de los indultos por parte del Gobierno renunciando, aunque fuese de manera táctica y coyuntural, a la vía unilateral. «Sabemos que otras vías no son viables ni deseables en la medida en que, de hecho, nos alejan del objetivo a alcanzar», apuntaba en ‘Ara’ (7 de junio) apostando por una vía denostada por el secesionismo más radicalizado.

Esta posición de ERC es la que la facción más dura del independentismo reprocha a Junqueras en forma de insultos -«púdrete en prisión», le decían antes de salir, «no nos representas»-, o trata de enmendar apostando sin tapujos por el choque y la unilateralidad. Hace pocos días, la presidenta de la Assemblea Nacional Catalana, Elisenda Paluzie, abogaba de nuevo por la ruptura unilateral, dando por asumidas las consecuencias posteriores en forma de «unas semanas o unos meses de un determinado caos, un conflicto de autoridades». «De alguna manera debes de estar dispuesto a correr un riesgo» y a «tener una transición dificultosa», apuntó Paluzie en una entrevista en la ACN. Renunciar a la unilateralidad es renunciar a la independencia insistía la líder de la Assemblea marcando a Aragonès y Junqueras una línea roja en el suelo.

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