Crítica de música

Suplente de lujo

Brönnimann se lució y su dirección fue extremadamente precisa en cada momento

Brönnimann saluda a los miembros de la orquesta May Zircus

Siempre ha habido conciertos que ponen en aprietos a los organizadores, pero con esta pandemia es ya habitual que cada evento sea susceptible de sacar de sus casillas hasta al programador con más temple. El concierto de la OBC de este fin de semana fue un buen ejemplo. El director titular, Kazushi Ono, tuvo que cancelar su asistencia por motivos de salud. Ilan Volkov, que lo iba a sustituir, se vio obligado a confinarse por posible contagio de coronavirus. Y así fue como, in extremis, Baldur Brönnimann se puso al frente de la orquesta barcelonesa. El repertorio, exigente y cohesionado como pocos, incluía el Preludio a la siesta de un fauno de Debussy, Ma mère, l’oye de Ravel y el estreno en España del concierto para flauta de Marc-André Dalbavie, interpretado por su dedicatario, Emmanuel Pahud.

Sin menosprecio a los maestros escogidos en primera y segunda instancia, es justo afirmar que Brönnimann se lució en este concierto. Su dirección fue extremadamente precisa en cada momento, y pese a haber tenido un margen de tiempo escaso para ensayar, se hizo suya la orquesta. Exhibió sintonía hasta con el último de los músicos, que se tradujo en un delicado equilibrio de planos sonoros y un meticuloso subrayado de cada matiz.

En el Preludio, mantuvo en todo momento la tensión narrativa de esta peculiar obra que se sumerge en la ensoñación y el subconsciente. Exploración camerística y sinfónica al mismo tiempo, es una de las puertas por las que la música clásica accedió a las vanguardias del siglo XX. A su lado, el aparentemente inocente juego de niños de Ma mère, l’oye sacó a relucir lo mejor de los músicos de la OBC. Entre las dos obras, pudimos comprobar una vez más del nivel de solistas como el flautista Francisco López, con su papel clave en la obra de Debussy.

Emmanuel Pahud, por su parte, hizo una demostración de virtuosismo con un concierto que le fue dedicado hace catorce años y que conoce como la palma de su mano. En esta partitura, Dabavie establece un complejo juego tímbrico en el que los instrumentos parecen fusionarse y separarse sucesivamente. Una composición que pone a prueba a cualquier orquesta, y una interesante reflexión para los tiempos de pandemia: la tecnología no puede, al menos aún, captar todos los matices. Este concierto se podrá rememorar en la plataforma digital de L’Auditori, pero había que vivirlo en directo

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