Mauricio Wiesenthal, autobiografía del disidente

En 'El derecho a disentir' el escritor agavilla consideraciones intempestivas sobre la inculta sociedad contemporánea

Mauricio Wiesenthal, fotografiado en Barcelona Inés Baucells
Sergi Doria

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Hablamos con Mauricio Wiesenthal en el Círculo del Liceo, templo de la sociedad civil con vistas a la Rambla. Barcelonés de 78 años, el escritor publica 'El derecho a disentir' (Acantilado): medio centenar de ensayos para «ajustar cuentas» con estos tiempos de miseria moral. La ciudad que degrada Colau y secuestra el secesionismo tiene poco que ver con la que conoció el escritor años atrás: «Barcelona ya no se expresa con la libertad que la caracteriza», lamenta.

En la tradición antimoderna que va de Chateaubriand y las 'consideraciones intempestivas' de Nietzsche a Fumaroli y Compagnon, el autor de la Trilogía Europea –'Libro de réquiems', 'El esnobismo de las golondrinas', 'Luz de vísperas'– compone una autobiografía políticamente incorrecta.

A lo largo de su vida –trabaja desde los dieciséis años y es mecenas de sí mismo– Wiesenthal ha sido cantante en cruceros y cafés, fotógrafo, colaborador de enciclopedias, periodista, editor, locutor, catador de vinos, viajero por hoteles memorables…

A su bibliografía conocida añade una treintena de títulos por encargo de otros o firmadas con pseudónimo. Como una guía de Puerto Rico que escribió desde Cádiz y firmó su editor, norteamericano de origen polaco: «Como no hablaba en español, me pidió que escribiera yo la dedicatoria para regalar el libro a su esposa». Biznieto de músico judío, nieto de impresor alemán, hijo de catedrático español, con antepasados, por vía materna, en la Alta Sajonia y Cantabria, profesa un cosmopolitismo humanista que hoy puede parecer heterodoxo. «Nunca he tenido afición por los que se visten de rebelde», puntualiza.

Los enemigos de nuestro tiempo siguen anclados en las sectas utópicas del comunismo, los nacionalismos y populismos (sea de derechas o izquierdas): «No se pueden combatir los fanatismos con un 'sereno racionalismo' (ese arma cínica y terrible que usaban a su antojo los jacobinos) sino con las convicciones bien sustentadas –ideas y creencias, responsabilidades morales y valores religiosos– que nos legaron los maestros del humanismo», advierte.

Si el siglo XX de Stalin, Hitler, Mussolini o Mao fue horrible, el XXI no se revela mejor: «Se silencia y olvida los fundamentos del pensamiento europeo que alumbró los únicos valores éticos y estéticos que han existido en Occidente». Cristiano practicante, Wiesenthal considera un error que la constitución de la UE arrumbara las raíces judeocristianas, «aunque la bandera exhiba las estrellas y la medalla de la Purísima que diseñó un belga».

El disidente enseña sus cartas y no va de farol con las palabras. Vindica la palabra 'caridad' que la hipocresía progre sustituye por solidaridad: «No entiendo por qué se considera hoy más inteligente y justa la solidaridad que viene de la razón que el amor que procede del corazón y de la fe».

Cultiva la elegancia del dandi, aunque no sea rico; considera una deferencia portar corbata, piensa como judío y viste como inglés una ropa –a veces de segunda mano– comprada en Londres: «Del viejo español católico heredé, por suerte, el desinterés por el dinero, el gusto por la aventura y el romance, la fe en mi religión y el desdén que siento por los jugadores de ventaja y los oportunistas» recuerda con verbo subversivo.

Sin responsabilidad moral no hay democracia. Pactar los límites de la libertad garantiza la justicia: «El pensamiento social exige una Constitución, y ésta es precisamente la gran enemiga de los populismos que quieren abolirla». El pacto social es un estorbo para los populistas. Wiesenthal cita a Baudelaire: «No hay más progreso que el progreso moral» e impugna la entronización del 'pueblo': el anonimato de la masa exculpa de la responsabilidad individual: «Cada vez hay menos personajes y más gente. La gente arrasa al ciudadano. No hay pacto social posible con la gente».

La impunidad campa en las redes sociales: «Las canciones que cantan los raperos retornan a la retórica rítmica de los juglares de la sabana, ensartando relatos como la parla obsesiva de un loco… Legiones de chismosos inventan mentiras, que se propagan en las redes a más velocidad que la luz».

Crítico con la revolución francesa, recuerda un encuentro en mayo del 68 con Paul Morand en un café parisino: «Una periodista le preguntó si tenía algo que decir a la juventud… El futuro de la juventud es la vejez», sentenció Morand.

La tolerancia, sólo es posible donde existe la ley. «Al abolir las normas, al menoscabar las leyes y sus mecanismos coercitivos, se acaba con la tolerancia», subraya.

Aludo al procés catalán. Del derecho a decidir al derecho a disentir. «Todo nacionalismo es populista porque promueve la impunidad del pueblo», concluye Wiesenthal: «Nación viene de nacer, un azar que los políticos convierten en propiedad… La identidad personal limitada al origen. Cada nacionalista guarda en la recámara de su memoria una reivindicación de fronteras».

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