Crítica de teatro

Funeral de cuerpo riente con La Cubana

Dos horas pintadas con los colores de la vida. Si no existe Arturo, habría que inventarlo.

Un momento de 'Adeu Arturo' en el Coliseum ABC

Sergi Doria

Carril de Gran Vía lado montaña cortado. ¿Será el urbanismo plasta de Colau o los plastas de «las calles siempre serán nuestras»? Es el carril del Coliseum, que alegría. La Cubana estrena en Barcelona a bombo y platillo 'Adeu Arturo', pero Barcelona es la Estación Término de La Cubana. Desde mayo de 2018, origen Valencia, la troupe de Jordi Milán ha celebrado en treinta ciudades españolas -con los paréntesis obligados por la pandemia- cuatro décadas del método 'cubanero' que, cual periodismo inmersivo, se mimetiza con la vida real.

El Arturo del título es Arturo Cirera Mompou, hombre renacentista de talento polifacético fallecido a los 101 justo el día de su cumpleaños. Arturo es como el Fernández del chiste que aparece junto al Papa de Roma y un espectador pregunta quién es el hombre de blanco que está al lado del Fernández. Mecenas, productor de cine, activista cultural y, sobre todo, partidario de la felicidad, este andorrano internacional encarga a La Cubana un funeral digno de su vitalismo. El loro Ernesto (por el Che) que le regaló Fidel Castro es el icono viviente de la ceremonia.

La Cubana fusiona, como de costumbre, escenario y patio de butacas: se pueden encontrar desde un príncipe saudí a las monjas de las Caridad de l'Hospitalet pasando por el arzobispo de la Seo y copríncipe de Andorra.

En el escenario, sardanas aflamencadas con castañuelas, escoceses con minifalda, divas de edad provecta como la soprano italiana Renata Pampanini o la cantante de rancheras Lupita Olivares que versiona en francés el 'México de Luis Mariano. No faltan a la cita la cofradía de la andorrana Virgen de Meritxell con su muestrario de quesos de bola «sombrero de copa», tabaco, whisky y toblerones; o el marroquí que Arturo «contrató» como chófer una noche en Tánger.

Tras el funeral de cuerpo riente asistimos a las trifulcas de los sobrinos del finado por acaparar los tesoros del piso de Rambla Catalunya; y, tres días después, a la lectura de la herencia…

Dos horas pintadas con los colores de la vida. Las plumas del loro Ernesto: un escudo cromático contra estos tiempos de tanto luto.

Si no existe Arturo, habría que inventarlo.

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