David Castillo: «Los comunistas no ha pedido perdón por el asesinato de Nin»

El autor barcelonés, premio Joanot Martorell, rastrea las otras guerras de los republicanos en «El tango de Dien Bien Phu»

David Castillo, en una imagen promocional Ferran Sendra

Sergi Doria

«Somos los tristes refugiados a este campo llegados después de mucho andar, / hemos cruzado la frontera, a pie y por carretera con nuestro ajuar: / mantas, macutos y maletas, dos latas de conservas / y algo de humor. Es lo que hemos podido salvar / después de tanto luchar contra el fascio invasor. / ¡Y en la playa de Argelès-sur-Mer nos fueron a meter pa no comer!», cantaban los prisioneros republicanos. Con «El tango de Dien Bien Phu» (Edhasa en castellano, Edicions 62 en catalán) David Castillo culmina dos décadas de investigación sobre la (mala) suerte de los perdedores.

A los confinados a culatazos en la playa de Argelès, los himnos patrióticos les servían de poco. Prefirieron amoldar su aciaga experiencia al tango de Carlos Gardel «Esta noche me emborracho». De autoría coral (tal vez fue la única colaboración sincera de anarquistas y comunistas) el estribillo resonó cual elegía de una generación que comenzó a morir en Annual, siguió con la guerra del 36, combatió junto a los franceses -que tanto los habían maltratado- al invasor alemán y, en 1954, en la batalla de Dien Bien Phu, embrión de la guerra de Vietnam.

La idea de novelar aquel calvario surgió en 2002. Ramón Muns entonó «Los refugiados del 39» en la presentación de «Sin mirar atrás», la segunda entrega después de «El cielo del infierno» que protagonizó Dani Cajal, trasunto literario de Castillo. «Tu abuelo cantaba esa canción», observó su madre, presente en el acto.

Una guerra «muy marrana»

Una conversación con Marsé y Vázquez Montalbán empujó a Castillo a un viaje en el tiempo: archivos (Salamanca, Alcalá de Henares, París, Amsterdam), testimonios personales, memorias, novelas (Sales, Sender, Lera), estudios históricos… «En los 16 tomos de documentos escaneados que guardo en mi casa está la guerra de todos: republicanos, franquistas, anarquistas y comunistas… Fue una guerra muy marrana en todos los bandos», explica.

La voz de «El tango de Dien Bien Phu» lleva el nombre literario de Pantaleón Ribot, compañero del abuelo de Cajal/Castillo en Argelès. Su relato resuena en la Vallcarca de los años setenta, mientras la CNT se deshace, cuarenta años después de los Hechos de Mayo del 37. Enemigo del maniqueísmo y las teorías de la conspiración, Castillo no echa toda la culpa a los comunistas, ni al atentado de Scala, ni a las drogas, ni a la infiltración policial. «La CNT y la FAI estuvieron siempre divididas -la segunda tuvo siete facciones-, allí podías encontrar desde el anarquismo franciscano a la chusma gansteril… Cuando a un tío le das un fusil se cree Gary Cooper», ironiza.

Su opinión sobre el resto de los partidos que forjaron con sus luchas intestinas la derrota republicana no es mucho mejor: «En las distintas divisiones, fueran las anarquistas, las comunistas o las de ERC, había actos de bandolerismo injustificable», apunta.

El PCE y el PSUC -doscientos mil afiliados frente a dos millones de cenetistas- acabaron dominando la República. Negrín regaló el oro español a Moscú. Y con la ayuda de «idiotas integrales como Companys», Orlov masacró la disidencia antiestalinista. «El PCE no ha pedido perdón por el asesinato de Nin», recuerda Castillo.

A los doscientos españoles vencidos por el franquismo y el estalinismo que combatieron en Dien Bien Phu solo les quedó el tango de su desgracia: de la playa de la muerte de Argelès -sarna, piojos, disentería- al pudridero y las ratas de la fangosa Indochina. Guerras encadenadas por el exilio: «¿Sabes lo que puede significar la vida cuando lo único que deseas es que te maten?», se preguntaban.

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