Música

Anna Netrebko, amores y odios de una diva

Tampoco está de más admitir, de vez en cuando, que las divas quedan fuera del alcance de los sesudos análisis que podamos hacer los comunes mortales

Anna Netrebko, durante su actuación en el Liceu A. BOFILL

Pep Gorgori

Las conversaciones posteriores a un recital de la Netrebko en los pasillos de un teatro son todo un fenómeno digno de estudio. Solamente hay extremos. Desde los emocionados que aseguran haber asistido a un concierto histórico a los indignados que se escandalizan porque, dicen, no han escuchado una sola nota afinada en toda la noche.

En lo que respecta al concierto del pasado miércoles en el Liceo, a favor del bando entusiasmado cabe decir que esta vez la cantante sí que fue generosa. Si en anteriores ocasiones se había permitido el lujo de ofrecer un recital en el que ella solamente cantaba tres piezas, esta vez estuvo pisando escenario dos horas. Y aún mejor: con un repertorio escogido con atención y cariño. Nada de arias previsibles. Compositores rusos, al lado de Debussy, Strauss, Fauré, Frank Bridge y Douglas Moore. Una selección exigente, servida por un bellísimo instrumento que empieza a notar la madurez pero que sigue siendo un privilegio escuchar.

Al otro lado de la balanza, está la ya consabida frialdad de Netrebko, que acaba a menudo sobreactuando o apoyándose en recursos escénicos tan absurdos como innecesarios. Por ejemplo, el globo dorado con forma de estrella que paseó al principio de la segunda parte del recital. Innecesaria también la presencia de un violinista y una mezzo que acompañaron a la diva en momentos puntuales, por muy bien que cumpliesen con su papel.

Ciertamente, Netrebko desafinó en algunos momentos, pero lo peor son las libertades que se toma con fraseos, tempos e incluso la duración (o supresión) de no pocas pausas. Libertades quizás tolerables en el terreno de la ópera, pero no en el del lied, en el que se espera un trabajo en equipo más riguroso. Aquí hay que elogiar la tarea del pianista Pavel Nebolsin, que demostró no solamente maestría y buen gusto sino también capacidad de adaptación a una cantante que va a la suya. Por otra parte, ninguna de sus versiones de los maestros rusos, y menos aún de Strauss, quedaron para el recuerdo. Su fonética, que hizo que cualquier idioma parezca ruso, incluido el italiano, no ayudó.

Escojan bando ustedes mismos. Yo, que en lo que a Netrebko se refiere, suelo alinearme con los detractores, salí del concierto razonablemente satisfecho, aunque en ningún caso emocionado. ¿Equidistante? Quizás sí, pero tampoco está de más admitir, de vez en cuando, que las divas quedan fuera del alcance de los sesudos análisis que podamos hacer los comunes mortales.

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