Proyecto Zamness, de Nook Architechts, en la calle Zamora del Poblenou
Proyecto Zamness, de Nook Architechts, en la calle Zamora del Poblenou - Nieve Productora Audiovisual

El «coworking» eclosiona

De reducto marginal a emergente, el lugar de trabajo compartido gana terreno en Barcelona a la oficina clásica

BARCELONA Actualizado: Guardar
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El «coworking» es un poco como el vermut: de alguna manera siempre estuvo ahí, pero ahora emerge con fuerza. El espíritu y los elementos de este tipo de espacio de trabajo compartido, que desde hace ya unos años va apareciendo por doquier, han triunfado de tal modo que las oficinas de empresas tradicionales se contagian de su estética, de su espíritu y de su ambiente. Fíjense en el cuartel general de Facebook en California, diseñado por Frank Gehry, una megasala de 40.000 metros cuadrados que cobija a 3000 personas. Ahí está la nueva oficina simpática, puro espíritu de Silicon Valley. Sudaderas y ping-pong, transparencia y espíritu lúdico, mesas personalizadas y Big Data.

Los talleres de los artistas renacentistas o la Factory de Andy Warhol

pueden tomarse como antecedentes lejanos del coworking. Ya entre las décadas de los 50 y los 70 del siglo XX se fueron transformando algunas oficinas, con IBM y otras marcas innovando en unas arquitecturas del trabajo que buscaban mayor confort, fluidez y eficacia.

Y a partir de la década de los noventa vendrían los «hackerspaces» en Berlín, los centros para emprendedores en Viena, los «workshops» para programadores en San Francisco y Palo Alto.

La eclosión global es un hecho: redes mundiales como WeWork (el Starbucks del cowork), edificios emblemáticos y enormes reutilizados (CoCoMinneapolis) y unas arquitecturas cada vez más sofisticadas, coloridas y cuidadas, como en The Factory (Berlín) o The Second Home (Londres), prueban que estamos ante un nuevo tipo de equipamiento, que permanecerá como lugar para las nuevas clases trabajadoras y creativas. Un sitio surgido de la necesidad y de cierta ideología (cultura colaborativa, «networking»), y ahora adecuado a la necesidad del nuevo trabajador de un equilibrio entre la estructura comunitaria y la autonomía individual.

Soledad del hogar...

En un momento inicial se buscaba ahorrar en el alquiler, aprovechar un wifi potente, escapar del vagón de metro en hora punta, cohabitar y trabajar entre «partners» potenciales. Con el tiempo se ha ido ampliando el perfil del usuario «coworker»: autónomos que no se resignan a la soledad del hogar, «freelances» ligados a una sucesión de proyectos, nómadas digitales y creativos itinerantes, emprendedores de startups, y ahora incluso asalariados de ciertos departamentos de grandes empresas y estudiantes globetrotters.

Los «coworkings» son identificables y más amigables y abiertos mediante elementos como talleres con impresoras 3D (el tótem del movimiento «maker»), un mobiliario que incluye siempre pizarras con los eventos del día, barras de café y cocinas abiertas donde cruzarse y charlar, y unas zonas de trabajo que combinan «flex desk» o «fixed desk», los espacios diáfanos con largas mesas compartidas, las zonas de gradas para presentaciones, y estancias cerradas para realizar videollamadas o mantener reuniones más privadas.

En Barcelona

El Palo Alto (Poblenou, 1989) y el Kubik (Gràcia, 1995) fueron pioneros de esta etapa actual en la ciudad condal, donde la diversidad de diseños y conceptos va de las naves diáfanas y desnudas (el CREC del Poblesec) a las salas más controladas en pisos del ensanche (MeetBCN).

El MOB («Makers of Barcelona») abanderó el movimiento barcelonés con su primera sede en un antiguo almacén del textil (calle Bailén, 11) y una segunda sede en una antigua escuela de la Ronda Sant Pau. Su laboratorio-café se atreve con un nuevo concepto, reforzado por una agenda de eventos bulliciosa, y una filosofía que promueve la integración de la «clase creativa» para que ésta no se disuelva en el underground o sea abducida por la empresa tradicional. Las salas del MOB tienen un ambiente casual y reciclado, en perpetuo cambio, y su variedad de rincones y tarifas buscan la especificidad.

Fenómeno en el Poblenou

Otro caso, el Betahaus (Calle Vilafranca, 7), es interesante por otras razones: forma parte de una red europea (con raiz en Berlín y sedes en Hamburgo y Sofía) y en su edificio de cuatro plantas en Gràcia tuvo lugar desde 2013 una especie de «work in progress» de la reforma y el reciclaje, con un uso mixto (industrial y oficinas) que finalmente ha chocado con la rigidez administrativa. Aun así, este «coworking» es una prueba palpable de que, como comenta su cofundador Edu Forte, la participación de los mismos usuarios en la transformación del lugar da unos resultados muy vivos.

El barrio del Poblenou está a rebosar de «coworkings», y entre ellos encontramos grandes naves como el Valkiria Hub Space (Pujades, 126), un enorme complejo posindustrial con eventos y restauración. El Zamness (Zamora, 46) es en cambio un espacio pequeño aunque deslumbrante.

Diseñado por Nook Arquitectos, dispone de 30 plazas en 4 largas mesas, distribuidas alrededor de dos cubículos muy originales para reuniones. La larga barra y la fachada acristalada completan un conjunto que escapa de la estética del Do-it-yourself, para consolidar otra variante de diseño de un tipo de espacio que está en constante evolución.

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