Sergi Doria - Spectator in Barcino

Amigo Carlos

«El establishment cultural español y la Generalitat que ignoraba a los autores catalanes en castellano eran territorio hostil»

Carlos Ruiz Zafón, en una imagen de archivo EFE

Sergi Doria

Amigo Carlos . A finales de noviembre de 2018, en uno de tus mensajes, aludías a la enfermedad sin nombrarla: «Sigo en esta California calcinada por incendios infernales… Este año no ha sido muy bueno para mí; desde febrero, volviendo de Londres, he tenido problemas de salud que han acabado por devorar el año entero, este annus horribilis… Estoy luchando para salir del agujero y creo que para abril podré venir a Barcelona, donde no he pasado más de tres días desde marzo de 2017…».

Nos conocimos hace diecinueve años . Tras una decepcionante experiencia en Hollywood, habías decidido volver la mirada a una Barcelona que se te antojaba más seductora desde la distancia. Como todos los superdotados, todo lo hacías pronto y muy bien: con veinticuatro años ya habías triunfado en la publicidad y te pusiste a escribir narrativa juvenil hasta vender centenares de miles de ejemplares: si hubieras seguido por ahí, habrías dado un Harry Potter… Lo dicho: la genialidad busca siempre nuevos horizontes y tú quisiste ser guionista en Los Ángeles. Cuando viste tu trabajo descuartizado en el matadero audiovisual trocaste los focos por la penumbra del Cementerio de los Libros Olvidados: con esa metáfora borgeana llamabas la atención sobre lo que ha perdido la lectura en la era del Homo Videns.

La Barcelona de tu tetralogía era tu Barcelona: la que columbrabas en las noches angelinas, acompañado de tus centenares de dragones. Nada qué ver con la soleada capital mediterránea. Estaba repleta de vapores, brumas y nieblas, como el Londres de Dickens. Un hangar californiano donde vendían libros al peso acabó reciclado en Cementerio de los Libros Olvidados.

Tuve el privilegio de recorrer contigo algunos de esos escenarios novelescos. En el dramatis personae que transita por las dos mil quinientas páginas de tu tetralogía te sentías «más identificado de lo que me gustaría» con Daniel Carax, Fermín Romero de Torres y Daniel Sempere .

Autor con más ejemplares vendidos después del Quijote, ahondaste en tu condición cosmopolita. Barcelona había devenido en marca como las que promocionabas en la agencia publicitaria. El parque temático barcelonés te ahuyentaba: «Cuando te vas nunca vuelves del todo. Pertenezco a una nación flotante».

El establishment cultural español y la Generalitat que ignoraba a los autores catalanes en castellano eran territorio hostil . Pero tú no debías nada a nadie porque solo te debías a tus 30 millones de lectores. En quienes ninguneaban tus novelas veías un elitismo impostado: «Aquí hay mucho trotskista de Cadaqués. Se presentan como exquisitos y no hay nada de exquisitez en el clientelismo de salón provinciano», decías. Identificabas el desprecio sistemático al bestseller con «la herencia de un sistema literario anquilosado en los setenta» y citabas los bestseller de Dickens, Vargas Llosa, Eco…

Te aterrorizaba el retorno del cainismo que solo entiende España como querella perpetua entre rojos y azules. En otoño de 2017 me hablaste de gente que conocías, seducida por la «burbuja de delirio» del procés: «No ven que ellos y sus hijos habrán de pagar la factura de esta juerga para tapar las vergüenzas de una colla de políticos mediocres que se creen los Máster del Universo».

Mantuviste una educada distancia con los que negaban que La sombra del viento era la «gran novela de Barcelona» por la que ellos habían porfiado. Tu nombre ampliaba el canon barcelonés: Sagarra, Agustí, Laforet, Marsé, Mendoza, Zafón.

Tampoco te entendieron quienes analizaban tus novelas desde la literalidad realista o el documento histórico. Para esos que no admiten la omnisciencia del autor, hubo que añadir una nota en los créditos de la tetralogía: «Toda novela es una ficción. Las cuatro entregas del Cementerio de los Libros Olvidados , aunque están inspiradas en la Barcelona del siglo XX, no son una excepción. En contadas ocasiones la fisonomía o cronología de algunos escenarios, marcas o circunstancias ha sido adaptada a la lógica narrativa para que, por ejemplo, Fermín pudiera degustar sus queridos Sugus unos años antes de que se hicieran populares o algunos de los personajes pudieran aperase bajo la bóveda de la Estación de Francia».

Recuerdo tus sobremesas regadas con cocacolas. Te veo en Can Lluís dibujando un dragón mientras elogias el fricandó de la casa: en el restaurante del Raval, Fermín le cuenta su terrible historia a Daniel; en Senyor Parellada evocaste una estancia en la Fonda Europa de tu etapa de publicista; en La Vaquería, paraíso de fumadores de habanos…

Cuando cerraron el Capitol, el Can Pistolas que Daniel contempla en La sombra del viento, te envié mi artículo sobre aquel enésimo agravio a la memoria barcelonesa: aderezabas tu irónica respuesta con Marsé y Mendoza: «Habrás de escribir Últimas tardes con Barcelona. Ascenso y caída de la ciudad de los prodigios…» .

Eran vísperas de la Navidad de 2019 . Era tu último mensaje. Amigo Carlos… ¡Cuánto te debe esta ciudad de libros!

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