Salvador Sostres - Shambhala

Un hombre aguanta y gana

El gran error de un político, o de un escritor o de un cocinero es pensar que el votante, el lector o el cliente son su espejo

Hugh Laurie en un momento de «Roadkill» ABC

«Roadkill» (Movistar +) es una miniserie política, moral, británica en el más elogioso sentido del término, que sobre todo va sobre cómo un hombre acaba siempre ganando si sabe resistir. Tenemos defectos y estos defectos tienen consecuencias. Es absurdo pretender que somos perfectos. Sin embargo, podemos ser fuertes, estar seguros de lo que hacemos, no desesperar en las situaciones críticas y optimizar con inteligencia nuestros recursos, aunque a veces nos parezcan escasos y de hecho lo sean. Tenemos que concentrarnos en lo que hacemos, dejar la vida en ello. Tenemos que ser capaces de saber quién somos y qué queremos, y protegerlo y proyectarlo y continuar haciendo lo que siempre hemos pensado que teníamos que hacer.

El protagonista de esta historia, contada en cuatro capítulos, es un político conservador británico interpretado por el actor Hugh Laurie. Su vida privada se desmorona pero él no duda en insistir en su empeño político. Es así como se gana, perseverando. Demasiadas veces nos comportamos con miedo, tratando de fingir que somos ángeles. No lo somos. El dolor y la imperfección forman parte de nuestras vidas de imperfección y es de perdedor esconderse de uno mismo, aunque a veces sea realmente intimidante el escrutinio, el linchamiento público. Supongo que me entenderán si les digo que algo sé sobre esto último. No digo que sea fácil ni niego que duela. Y también yo hay días que pierdo el temple y la paciencia. Pero sólo sirve aguantar. Sólo la resistencia nos hace más fuertes. Aprender a encajar los golpes es el aprendizaje fundamental y sólo entonces podemos ser libres. Vivir con un propósito y saberlo defender de nuestros vicios y de la brutalidad de un mundo que desde luego sólo avanza gracias a los distintos, pero que intenta siempre matarlos antes de aprovecharse de ellos. Le concedemos demasiado al vulgo y lo confundimos con un espejo.

El gran error de un político, o de un escritor o de un cocinero es pensar que el votante, el lector o el cliente son su espejo. Hay que tener espejos mucho más elegidos. Los buenos escritores se copian entre ellos y los genios a sí mismos. El público no ha de ser consentido: ha de ser pastoreado, conducido; ha de ser manipulado, por expresarlo en el concepto más agresivo pero también el más realista. El público nunca tiene razón. La razón la tienen los genios. La razón la tienen los líderes. Y la turba irada, amorfa y ciega necesita ser moldeada, domesticada, educada, reprimida en sus salvajes instintos más primarios, que suelen ser los únicos que tiene. La democracia tiene que ser el arte de esta doma y no una rendición ante las fieras.

Nadie puede haber vivido una vida ni medianamente interesante si tras 40 o 50 años no ha dejado fantasmas por el camino, situaciones que nos avergonzarían si alguien viniera a recordárnoslas. Hay que saber qué hacer de nuestro lado más oscuro, cómo incorporarlo a nuestra vida, la parte que podemos disimular y la que es más inteligente asumir para poder resultar creíbles. Hay que saberse mantener en pie. Últimamente, las mejores series británicas van precisamente sobre ello, y éste es también el tema de «Roadkill», y el modo que tiene su protagonista de llegar hasta el final , con todas sus limitaciones, con todos sus defectos y con todos sus cadáveres. La única razón que tiene el público es la que tú le das con tu talento y todo lo demás es barbarie. Un hombre aguanta y gana. Hasta el día en que todos caemos, claro.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación