Oti Rodríguez Marchante - Barcelona al día

Al proceso catalán le faltaban ocho apellidos

Lo único catalán que interesa esta semana es la película «Ocho apellidos catalanes», y no hagan mucho caso a las opiniones «saborías» que dicen que no tiene gracia

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El viento es así: uno se moja el índice, lo levanta, analiza…, y sigue sin saber por dónde viene el viento. En cuestión de horas, salvo a los que se disponen a mojar pan en la salsa, a nadie le interesa ni un poquito Artur Mas, ni Homs, ni Baños, ni el otro y la otra, ni el procés, ni el modo que ya andan buscando para escaparse de él… Lo único catalán que interesa esta semana es la película «Ocho apellidos catalanes», y no hagan mucho caso a las opiniones «saborías» que dicen que no tiene gracia: te mondas de la risa. No tiene ninguna gracia si no tienes sentido del humor y eres cupero, o juntero, o si tienes una masía llena de esteladas, o si eres esa mezcla de «hipster» y garrulillo (el personaje clave, que interpreta Berto Romero de modo exagerado, caricaturesco, sí, y escacharrante: no conoceré yo a menos de una docena de tipos como el personaje de Berto, aunque sin su gracia)…

Pero, vista desde un lugar objetivo (o sea, sin objetivos), es igual de graciosa que la anterior, aunque, y Perogrullo no lo desmentirá, sin su llegada por sorpresa: como es lógico, se repite esa escena en la que Dani Rovira alude a sus ocho apellidos catalanes, y se los inventa sobre la marcha. Se ríe de la ficción de una Cataluña independiente, y se ríe bien, sin mostrar el colmillo, sin renunciar al jamón del bueno, o sea no «del país», y tomándose a risa sin malicia esa realidad de que detrás de un catalán de toda la vida y más, siempre hay un gallego, o un andaluz o, en fin, cualquiera menos un madrileño, que, como todo el mundo sabe, no existen.

Lo güay, lo «cool», lo políticamente bien diseñado será no darle bolilla a los «Ocho apellidos catalanes», pero lo cierto es que da absolutamente en la diana (independientemente de que no sea una obra maestra de la historia del cine), y nos presenta los personajes estilizados y sublimados, como ese maravilloso Koldo, que se mosquea si le llaman Lluís, más vasco que nadie, incapaz de pisar el resto del Estado (o sea, Madrid) y que haría cualquier burrada, mover la raya de la frontera incluso, para tener las cosas en su sitio. O sea, como estos de aquí ahora, que ya no saben dónde poner el cartel de Cataluña para que los pille dentro.

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