Miquel Molina: «La verdadera aventura es la aventura interior»

En «La sonámbula», Miquel Molina tejeuna trama sobre la identidad personal

Molina, con un ejemplar de su última novela ABC

SERGI DORIA

Después de publicar hace tres años «Una flor del mal», Miquel Molina (Barcelona, 1961) sigue compensando l as urgencias del periodismo con la escritura de novelas. «La sonámbula» parte de una situación real. Una mañana, mientras se duchaba escuchó aporrear la puerta de su casa: «Era la asistenta de una señora mayor del piso de abajo, agonizaba por un ictus. Llamé a las urgencias y cuando la ambulancia se la llevó, me quedé solo en aquel comedor de muebles antiguos y repleto de libros. La atmósfera me impresionó. Poco después compré un libro de 1837, editado en Filadelfia de autor desconocido, sobre el sonambulismo. Así tomó vuelo la novela...».

«La sonámbula». Una bailarina de ballet clásico desplazada de la escena por una lesión. Aficionado a la danza, Molina se mete en la piel de esa mujer que marca el paso de cada relación amorosa, aunque a veces acaba torciéndose el pie: «Bailar es una forma de asumir la vida... Se pueden perder las ilusiones sin perder la elegancia», apostilla. Si su primera novela la protagonizaba una muchacha de veinte años, todavía con las ilusiones intactas, en esta segunda es una cuarentona que mira atrás con escepticismo, mientras escruta el firmamento con un telescopio: «Mirar las estrellas ayuda a enfocar la vida cuando la tienes desenfocada», apunta Molina.

A medio camino entre la narración de suspense clásica y el thriller psicológico, «La sonámbula» transita de una situación inesperada -la muerte de una vecina y el descubrimiento de una durmiente mujer rubia- a la indagación sobre la identidad personal: la bailarina descubrirá una muñeca que el vecino encargó y que tiene sus mismas facciones.

Y hasta aquí podemos leer. Camuflado en las reflexiones de la protagonista, Molina prefiere los finales abiertos estilo de Carver o Ford que el efectismo que hace bajar buscamente el telón. Astronomía, muñecas que parecen reales y venenos aliñan esta novela que rinde homenaje a «La ventana indiscreta» de Hitchcock. El reducido espacio de un piso puede deparar toda suerte de experiencias: «En la era de Google Hearth todo está descubierto y solo queda la exploración de uno mismo. La verdadera y más arriesgada aventura es la aventura interior», concluye el autor.

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