José Rosiñol - Tribuna abierta

Mienten

Invierten y deforman la realidad de un Estado garantista hasta el punto que permite excesos como los que vivimos día sí y día también en Cataluña

El «prusés» es una gran mentira. Mienten cuando dicen defender Cataluña y a los catalanes. Desde el inicio de esta deriva separatista -a lomos de la gran recesión-, los próceres nacionalistas han buscado refugio judicial tras un estado hecho a medida de sus ambiciones personales. Veían que la maquinaria judicial y nuestro Estado de derecho, en un momento u otro, les alcanzaría inexorablemente. Sabían, y saben, que solo con un escenario de ruptura pueden hacer tabula rasa con sus trapos sucios, solo con un pseudo-país a su medida pueden mantener el statu quo y sus privilegios.

Mienten cuando hablan de la «voluntad de un pueblo». En democracia, no hay una voluntad unívoca, no existe un solo parecer, no hay un partido único, que aúne las voluntades de todos. Quienes recurren a la voluntad ciega y sumisa de los pueblos están cercenando la libertad de todos los ciudadanos que componen una comunidad y, además, recuerda lamentables ejemplos del pasado cuando se trataba a las poblaciones como entes orgánicos y se menospreciaba al individuo, a la persona.

Mienten cuando perseveran en la idea de una Cataluña ontológicamente diferenciada de España. La perversión de esta cosmovisión no solo está en que crean la peligrosa ficción de tener dos comunidades falazmente antagónicas en la misma Cataluña (los «españoles» y los «catalanes») sino que, además, no entienden qué es España y qué es Cataluña, porque la diversidad del conjunto de España la encontramos replicada en Cataluña y si -en el imposible caso- de que se diera una ruptura, España dejaría de serlo tal y como la conocemos y a Cataluña le pasaría exactamente lo mismo. El empobrecimiento cultural y sociológico perduraría decenios. En este caso que nos ocupa se da la máxima que el todo es más que la suma de las partes y en una hipotética división haría de nosotros menos de lo que éramos cuando estábamos unidos.

Mienten desde el autoritarismo cuando denuncian lo «autoritario» del Estado español. Invierten y deforman la realidad de un Estado garantista hasta el exceso que permite excesos verbales y administrativos como los que vivimos día sí y día también en Cataluña. ¿Alguien imagina qué pasaría en EEUU, Francia o Alemania si un gobernador, un presidente regional o de un land expresase públicamente su intención de llevar a la práctica un plan de sedición?

Mienten en (casi) todo y lo instrumentalizan todo gracias a su gran maquinaria de propaganda política e ideológica. Es el principal legado del exMolt Honorable Jordi Pujol a la causa separatista, un instrumento con el que repetir mil veces una mentira hasta convertirla en posverdad, en una mentira adornada emocionalmente. Ahora bien, cuando veo a muchos catalanes digerir la marea de mentiras sin mostrar ni un ápice de criticidad, sin un cuestionamiento lógico, sin preocuparse por ver si las premisas de las que se parten son falsas, me viene a la memoria lo que decía Julio César en su «Guerra de las Galias»: «Los hombres creen casi con gusto lo que desean creer». Y, en democracia, no se cree, se exige, se pregunta, se cuestiona, se ejerce de ciudadano.

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