CRÓNICAS PANDÉMICAS

Michael Jackson en la sala de espera

Tras dos meses de cierre, la clínica dental ha reabierto convertida en un búnker antiviral: gel, guantes y patucos para todos y enjuagues con peróxido de hidrógeno al 1%

Un dentista atiende a un paciente a una clínica dental reabierta tras la pandemia Efe

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Sólo falta el tecladillo de «Encuentros en la tercera fase» y algún alien cabezón manipulando escotillas, pero en vez de eso lo que aparece es un crío, Diego creo que lo llama su madre, haciendo el moonwalk de Micheal Jackson. Es más que probable que Diego, entretenido ahora en hacer muecas e inspeccionarse los dientes en cristal de la sala de espera, no haya oído hablar de Jackson ni mucho menos de las bondades aeróbicas y antigravitatorias de su más célebre paso de baile, pero debe existir un código secreto, una suerte rito arcano, que hace que en cuanto uno se calza unos patucos médicos le atraviese por dentro el espíritu de «Billy Jean».

También yo, que ya me he desinfectado, he chapoteado en gel hidroalcohólico y luzco guantes y cubrezapatos recién estrenados, amago con deslizarme sigilosamente como un extra de «Smooth Criminal». Una idea pésima, sin duda. Máxime después de ver el punto rojo dibujado en el suelo que indica que de ahí no me puedo mover. Por si las moscas, la única mujer que a esas horas aguarda turno en la sala de espera me mira, mira el punto rojo y me vuelve a mirar. Sobran palabras. Un prodigio de comunicación no verbal que ni las mascarillas consiguen sabotear. Así que, adiós Diego, adiós Michael, y a esperar sentadito a que llegue la hora. Una hora programada para el pasado 14 de abril y que, como otras tantas, saltó por la borda con el decreto de alarma.

El caso es que aquí estamos, en la Clínica Dental Marín de la plaza Ibiza, en un semidesierto barrio de Horta, esperando a recuperar la rutina mensual del último año y medio. A saber: vistazo rápido a la dentadura, muerde aquí, muerde allá, comprobar que el microtornillo quirúrgico esté haciendo su trabajo, un par de limaduras superficiales y cambio de alineadores de ortodoncia. Lo normal, vamos. O lo normal hasta que llegó el coronavirus, la clínica echó el cierre y la simple idea de tener a alguien manipulando caries y empastes a un par de centímetros de la cara sonaba, nunca mejor dicho, a película de ciencia ficción y anormalidad distópica.

Pero ahora, ya saben, toca desescalar, por lo que atrás quedan dos meses de anormalidad pura y dura y persianas bajadas en los que las doctoras y enfermeras de la clínica grabaron para Instagram uno de esos entusiastas vídeos corales cantando «Resistiré» y, más importante aún, se pusieron manos a la obra para acondicionar la consulta a las nuevas exigencias sanitarias y transformar la clínica dental en un fortín anticovid-19. En el menú, evaluaciones de temperatura, desinfección de las consultas tras cada visita, marcas en el suelo para señalar la distancia de seguridad... Así que mientras de puertas afuera la gente aún anda barruntando sobre los guantes y las mascarillas , aquí dentro no hay espacio para la discusión: gel, patucos y guantes para todos. También para las trabajadoras, que suman al look mascarillas, pantallas protectoras, gorros y batas.

En realidad, las instrucciones ya se habían adelantado en un mail preventivo el pasado lunes, cuando se reactivaron las visitas, pero una cosa es leer que el paciente «deberá enjuagarse durante 30 segundos con colutorio de peróxido de hidrógeno al 1% o con povidona al 0,2% para eliminar las bacterias y el posible virus de la cavidad oral» y otra muy distinta echar un trago de un brebaje tan amargo que te deja la boca como si hubieses pasado media tarde masticando paja y lamiendo rocas húmedas. Un mal trago pasajero que, sumado a la pantalla y mascarilla tras la que habla la ortodoncista y a ese plástico que lo recubre casi todo y que provocaría sudores fríos a cualquiera que recuerde «Dexter» y «American Psycho», viene a confirmar que la vieja normalidad, también en las clínicas dentales, queda aún lejos.

Eso sí: para los aprensivos y miedosos, no habrá mejor momento que este. ¿Quién va a reparar en la sinfonía de taladros e inquietantes chirridos dentales que normalmente le ponen a uno de los nervios cuando parece que en cualquier momento vaya a aparecer por ahí, deslizándose sobre sus patucos médicos, esos que languidecen hechos un guiñapo en una papelera de la recepción, el Dustin Hoffman de «Estallido». O, ya que estamos,el espectro de Michael Jackson bailando sobre la luna.

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