Frialdad en la casa de Puigdemont

Junqueras y el expresidente se han reencontrado en Waterloo (Bélgica), su primer cara a cara en casi cuatro años

Los líderes de Junts y ERC han estado casi tres horas juntos, pero no han hablado de política ni del «procés»

Junqueras y Puigdemont juntos en Waterloo (Bélgica) EFE / Vídeo: Junqueras y Puigdemont se reencuentran en Waterloo tras casi cuatro años sin verse

Miquel Vera

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La noche del 29 de octubre de 2017, Carles Puigdemont huyó a Bélgica para evitar ser arrestado por su papel en el 1-O. Su decisión provocó un cisma en el independentismo, que amaneció dividido entre los se quedaron en Cataluña y quienes se fugaron siguiendo al expresidente. En ese instante, los caminos de Oriol Junqueras y el patriarca de Junts se separaron definitivamente... Hasta este miércoles. El reencuentro en Waterloo , facilitado por el indulto del Gobierno al líder de ERC, no anticipó el fin de su pugna, al contrario, escenificó de nuevo la agria frialdad que marca la relación de los dos líderes del ‘procés’ desde hace años.

La visita de Junqueras a la ‘Casa de la República’ , el fortín de Puigdemont en Waterloo, duró poco más de dos horas y fue la última parada de una gira europea que, en las últimas semanas, le ha llevado a Suiza, Francia y Bélgica. El dirigente de ERC llegó al cuartel ‘puigdemontista’ escoltado por una comitiva compuesta por la expresidenta del Parlament Carme Forcadell y los exconsejeros, Raül Romeva, Dolors Bassa y Meritxell Serret.

Sin recibimiento

Junqueras subió solo y decidido las escaleras de la casa, pero el expresidente no le esperaba al otro lado, le abrió un subalterno. Ese gesto sorprendió en ERC, que apuntó otro desplante a un largo historial plagado de desencuentros. Dentro de la casa reinó una calma tensa, al menos eso constató la prensa –también ABC– que entró al lugar para dar testimonio del primer cara a cara en casi cuatro años.

Pocas palabras, algún silencio incómodo y conversaciones de ascensor. Puigdemont y Junqueras hombro con hombro, pero sin apenas mirarse a los ojos. «A las cuatro y media como mucho nos tenemos que ir» , se escuchó decir al republicano mientras el expresidente mostraba a sus invitados los recuerdos que llenaban un comedor decorado con un ‘photocall’ del Consell de la República, organismo que casi hizo saltar por los aires las relaciones entre Junts y ERC hace unos meses.

Oriol Junqueras y Carles Puigdemont en la casa del último en Waterloo (Bélgica) EFE

Puigdemont vive solo en su casa de Waterloo, acompañado por sus asistentes de seguridad. El resto de la propiedad, que cuenta con dos pisos y un hermoso jardín trasero, es una suerte de ‘coworking’ donde trabaja con su equipo, entre ellos los también fugados Toni Comin y Clara Ponsatí, eurodiputados como él. Desde fuera del domicilio, rodeado por un seto bajo pero controlado por cámaras de seguridad escondidas entre arbustos, poco hace pensar que allí vive un personaje tan polémico. Únicamente dos placas con la frase ‘Casa de la República’ y un lazo amarillo son testimonios de su huésped. A un lado de la entrada, dos banderas: una catalana (no estelada) y otra europea. El interior es un espacio de paredes claras cargado de imágenes, pinturas y recuerdos alegóricos al independentismo y al 1-O que traen los fieles que visitan al expresidente.

La mezcla conforma un extraño lugar a medio camino entre un chalé alquilado y la Exposición Internacional de la Amistad, el museo norcoreano que exhibe en Pyongyang la pintoresca colección de regalos acumulados por la dinastía de los Kim. En la casa hay desde urnas del 1-O hasta dibujos infantiles, cuadros y fotos de su Gerona natal a retratos de los presos y sórdidas ilustraciones de las cargas policiales de 2017. También premios, esculturas y revistas, una mezcla de recuerdos que hacen que, mires donde mires, recuerdes qué te ha llevado hasta ese extraño lugar.

«Muy agradable»

Tras salir de la reunión, Junqueras compareció con ganas de decir que todo había ido bien. Primer gesto: no hablar con la casa de Puigdemont detrás. «No tengo por costumbre reprochar nada a nadie, y en sentido contrario tampoco , ningún reproche», prometió a los periodistas en una breve declaración en la no quiso entrar en ningún asunto político de fondo. «Ha sido muy agradable, familiar, y con un compromiso muy explícito de seguirnos encontrando», se limitó a decir. Preguntado por si le había molestado el gesto de Puigdemont de no recibirle, lanzó evasivas: «No necesito interpretar nada . Me parece bien que la gente abra, no abra, cierre, salga, entre...». Junqueras tampoco explicó si había discutido la situación de la estrategia independentista tras los indultos. Sí tuvo tiempo, en cambio, para cargar contra el Tribunal de Cuentas, la corrupción y el PP. Puigdemont, que no habló a la prensa, lanzó un mensaje en sus redes sociales: «Mucho por hablar y por retomar».

Los líderes independentistas en la casa de Puigdemont en Waterloo MV

Hace tres años, la huida del expresidente desató una guerra sin cuartel en el seno ‘indepe’ que nada hace pensar que quedara enterrada. Aparentemente, seguirá el pulso, un rosario de capítulos aireados estos últimos años en un sinfín de libros, entrevistas y filtraciones a la prensa que planeaban un reencuentro acompañado por una nube de periodistas, básicamente medios españoles, en un día nublado pero caliente, propio de los veranos belgas.

Desinterés vecinal

A pesar del interés mediático causado por el cara a cara Junqueras-Puigdemont, entre los vecinos de Waterloo la sensación general era este miércoles de total desinterés por lo que ocurría en la avenida Avocat 34. «Sé quien es, me suena que un refugiado o algo así , pero desde la pandemia estoy cada vez menos al tanto de esas cosas», explicaba Pierre, enfermero de 28 años que paseaba su perro junto a la Iglesia de San José, epicentro de un pueblo más orgulloso con su relación con la batalla de Waterloo que por su inesperado protagonismo en el ‘procés’. En el templo, de hecho, dos monumentos recuerdan, por separado, a los caídos británicos y franceses en esa histórica contienda de 1815. «Ni hablamos de él ni lo vemos por la calle, de hecho, no creo que haga vida en el pueblo, creo que más de la mitad de la población que vive aquí no sabe ni que está en la ciudad, es una cosa 100% española», explicaba Gil, un jubilado con acento argentino que revelaba el vecino ilustre del que se enorgullece realmente esta acomodada localidad: el español Roberto Martínez , seleccionador belga muy querido por sus recientes éxitos con el combinado nacional.

Quienes sí estaban muy al tanto de la cita de Puigdemont eran los pocos catalanes que merodeaban su casa. «Vivo cerca de aquí y he venido varias veces a hablar con él», explicaba orgulloso uno ataviado con sombrero negro y gafas de sol rojas. No muy lejos, una pareja de Cerdanyola (Barcelona) había venido para presenciar en vivo el encuentro. Dentro de la casa, Junqueras y Puigdemont comieron, posaron para las cámaras y se despidieron. Puigdemont cocinó el postre, pero no recibió a su invitado. Junqueras llegó con las manos vacías una reunión incómoda entre dos viejos enemigos íntimos.

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