Las supremas elegancias de Mario Cabré

Actor, poeta, dramaturgo; cine, teatro, televisión... y “ser torero y catalán, que equivale a ser dos veces torero”. Un hombre bohemio y culto, irregular en los ruedos en base a sus “supremas elegancias” que le cantaron los críticos. Se cumplen ahora treinta años de su desaparición, y la huella de su irrefrenable personalidad sigue todavía viva en muchos aficionados.

Participó en casi una veintena de películas, escribió cinco obras de teatro, innumerables poesías, presentó con un apabullante éxito popular aquel “Reina por un día” de la televisión de los sesenta... pero en donde se sentía pleno era en el ruedo, vestido de luces y frente a un toro. Lentitud y manos bajas manejando el capote, buen gusto y ritmo con la muleta, pureza en la suerte suprema. Ahí estaban las supremas elegancias. Tomó la alternativa en Sevilla, en donde su artística personalidad fue paladeada muchas tardes por su afición. Domingo Ortega le doctoró el 1 de octubre de 1943, y unos días después confirmó en Las Ventas. 

Las plazas de Barcelona fueron siempre su feudo y se enamoró locamente de Ava Garner durante el rodaje en la Costa Brava de “Pandora y el holandés errante”. Y aunque a él no le gustaba que le calificaran como polifacético, hubo días que de estar delante de la cámara pasaba al ruedo, para acabar en un teatro interpretando a Don Juan Tenorio. 

“Sabe darle a la emoción un tono de arte” se pudo leer en ABC en la crónica de su presentación como matador de toros en Madrid. Y el arte siempre marcó su vida. Hace ahora treinta años que nos dejó Mario Cabré. Tras de sí, una biografía apasionante.