Ángel González Abad - Los martes, toros

Aquella Semana Santa de hace un siglo

«En la Barceloneta no cabía un alfiler. En la calle se quedaron miles de personas, esperando noticias de lo que sucedía dentro del coso»

Ángel González Abad

En esta Semana Santa presa de dolor, enfermedad y muerte, voy a echar la mirada atrás para recordar cómo se vivía hace un siglo la primavera en la capital catalana. Habían comenzado los “felices” años veinte, que en Barcelona fueron de una gravísima tensión social, de alocada diversión también. La ciudad, con unos setecientos mil habitantes, estaba sumida en una guerra soterrada entre sindicatos y patronales. Pistolas y pistoleros, y sangre en muchos rincones. Frente a aquella violencia una irrefrenable huida, un volver la mirada hacia los lugares de ocio en busca de alegría. Bares, salas de fiesta, salones de baile..., y las tres plazas de toros que ofrecían los mejores carteles.

Aquella Semana Santa de hace un siglo comenzó en lo taurino con un acontecimiento que traspasó los muros de la entonces recién estrenada Monumental e inundó de admiración toda la ciudad. El domingo de Ramos, 28 de marzo de aquel 1920, un torero, que no vivía precisamente sus mejores días, se entretuvo en cortar cuatro orejas y dos rabos. Rafael El Gallo, el Divino Calvo, volvió locos a los aficionados en la plaza. Cómo sería su triunfal tarde, que las crónicas aseguraban que dejó “atontados” a sus compañeros de cartel, nada más ni nada menos que Juan Belmonte y Chicuelo.

El empresario de la plaza de la Barceloneta se apresuró a contratar a El Gallo, y lo anunció para el domingo de Resurrección. Cuentan que pocas veces se ha vivido con tanta expectación una corrida de toros. La Semana Santa de 1920 tuvo un nombre: Rafael. Los que tuvieron la suerte de verlo triunfar lo relataban con vehemencia, los que se hicieron con entradas para Pascua presumían de que nadie se lo iba a contar. Todo en Barcelona giró aquellos días en torno a la repetición de El Gallo. En la Barceloneta no cabía un alfiler. En la calle se quedaron miles de personas, esperando noticias de lo que sucedía dentro del coso. Y sin fracasar, las cosas no rodaron igual para el genial torero. Cosas de El Gallo en una Barcelona irrepetible.

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