Artes&Letras

Y Cipriano Salcedo pidió vida

El pasado 29 de septiembre se cumplieron 20 años de la llegada a las librerías de «El hereje», la novela de Miguel Delibes que cerraba su producción narrativa de medio siglo con un alegato a favor de la tolerancia

Grabado sobre el auto de fe de Valladolid anotado por Delibes

C. MONJE

El discurso de Miguel Delibes al recibir el Premio Cervantes, en abril de 1994, dejó un regusto de despedida: «La vida que se me dio es una vida ‘ya’ vivida y, en consecuencia, el premio, con un reconocimiento a la labor desarrollada, envuelve un agradecimiento por los servicios prestados que no es otra cosa que una honorable jubilación». A sus 73 años solo aspiraba a «conservar la cabeza» lo suficiente para darse cuenta de que la estaba perdiendo y en ese momento «no escribir una letra más», añadía en un giro que hacía pensar en la posibilidad de nuevos títulos si la lucidez se lo permitía. Pero, a renglón seguido, volvía a sugerir que quizá había puesto el punto final a su trayectoria literaria. «El arco que se abrió para mí en 1948 al obtener el Premio Nadal, se cierra ahora».

El escritor vallisoletano hacía balance desde la tribuna de la Universidad de Alcalá de Henares: «Veía crecer a mi alrededor seres como el Mochuelo, Lorenzo el cazador, el viejo Eloy, El Nini, el señor Cayo, el Azarías, Pacífico Pérez, Gervasio García de la Lastra, seres que ‘eran yo’ en diferentes coyunturas». Pero en 1995 reapareció Lorenzo en Diario de un jubilado, y en esa relación muy resumida de personajes imprescindibles, y con rasgos del propio autor, faltaban otro: Cipriano Salcedo. «El novelista se limita a atender el requerimiento de un personaje que le pide vida», había aclarado Delibes en El Semanal frente a las interpretaciones de que no publicaría más, como recuerda su biógrafo, Ramón García Domínguez, en el prólogo a las obras completas editadas a partir de 2007 por Galaxia Gutenberg.

Nuevos personajes bullían en la mente de Delibes, y en 1995 comenzó a gestarse El hereje, su novela final, la más ambiciosa y su creación cumbre para muchos. Fue toda una sorpresa. Por primera vez, el escritor escapaba del siglo XX para trasladarse al XVI y recrear tiempos pasados y hechos reales, aunque rechazó tajante la etiqueta de novela histórica. Por lo demás, ahí estaban las constantes de la literatura delibeana, encerradas en la historia de Cipriano Salcedo, personaje ficticio al que el autor convierte en víctima del auto de fe celebrado en Valladolid en 1559 ante el avance de las tesis protestantes.

El hereje llegó a las librerías tal día como hoy hace veinte años, el 29 de septiembre de 1998. En una semana se despacharon 100.000 ejemplares; y otros tantos más al mes del lanzamiento por parte de Destino, la editorial de toda la vida de Delibes, la que había publicado justo medio siglo antes el Nadal La Sombra del ciprés es alargada, que cumple, por tanto, setenta años en este 2018.

El director de la Fundación Miguel Delibes, Javier Ortega, con material de «El Hereje» F. HERAS

El más que evidente interés provocado por la novela, Premio Nacional de Narrativa 1999, obligó a Delibes a revelar muchos detalles de su gestación y proceso creativo. Todo empezó cuando su amigo Ángel Torío, catedrático de Derecho Penal, le mostró unas páginas de la Historia de los heterodoxos españoles, de Menéndez Pelayo, sobre la secta luterana y el auto de fe de Valladolid. «El tema me atrajo, pero consideré que necesitaba mucho tiempo para preparar una novela de esta envergadura. A pesar de todo, empecé a leer libros y a sacar fichas, y tres años más tarde la novela, de más de quinientas páginas como digo, estaba acabada», le explicaba a Amparo Medina Bocos en una entrevista publicada en ABC Cultural el 24 de septiembre de 1998.

Durante el trabajo preparatorio, en el verano de 1996, Ramón García lo visita en su casa de Sedano (Burgos). «Libros y fotocopias subrayadas y anotadas inundan su mesa de trabajo», escribe en su aportación a la obra El viaje de los libros prohibidos, editada al hilo de la exposición conmemorativa de los quince años de El hereje. «Es la primera vez que necesito investigar para escribir una novela. No sé si me he metido en camisas de once varas, ¡y a mis años!», le comenta.

En ese mismo libro-catálogo, el historiador Teófanes Egido da cuenta del «afán investigador de Delibes» y de los muchos especialistas consultados para ambientar su relato, enumerados por Delibes en los agradecimientos finales del libro. Entre ellos está el propio Egido, a quien Germán Delibes le entregó una carta de su padre. «Era una catarata de preguntas, pero de preguntas serias, sobre muchas cuestiones históricas que le estaba planteando el héroe (o contrahéroe) Cipriano Salcedo por su ocurrencia de hacerse luterano con todas las de la ley».

El libro apareció después de que muchos diesen por cerrada la obra de Delibes tras su discurso del Cervantes

La Fundación Miguel Delibes conserva un abundante material que prueba el profundo trabajo de documentación afrontado para escribir El hereje. Además del manuscrito, dañado en sus primeras setenta páginas por una fuga de agua en el piso situado sobre el domicilio vallisoletano del escritor, los archivadores guardan fotocopias varias veces subrayadas y anotadas al margen, cuadernos y pliegos con anotaciones para la contextualización de la trama, páginas de la bibliografía consultada, un croquis del escenario del auto de fe de la Plaza Mayor de Valladolid dibujado por el novelista, dos originales mecanografiadas de la obra, ambos corregidas de su puño y letra...

El fondo documental de la Fundación, en su parte accesible al público en la web, demuestra la repercusión mediática de la publicación, también fuera de las fronteras españolas. La novela fue portada del suplemento de libros del diario francés Libération, además de objeto de varias reseñas en el país vecino, donde se publicaron también entrevistas al autor. Hasta la fecha ha sido traducido a once idiomas: alemán, albanés, esloveno, francés, griego, holandés, inglés, japonés, portugués, rumano y árabe. Delibes calificó El hereje como su obra «más ambiciosa», los lectores y la crítica la acogieron como la gran creación final de un clásico vivo.

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