Victorio Macho, junto a su busto de Gregorio Marañón
Victorio Macho, junto a su busto de Gregorio Marañón - BASABE
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Victorio Macho: clasicista y renovador de la escultura española

El cincuentenario de la muerte del artista ha servido para avivar su recuerdo en los múltiples lugares en los que dejó ejemplos de su obra

Valladolid Actualizado: Guardar
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«Necesito cinco años más de vida para acabar mi obra», le decía Victorio Macho al periodista Luis Moreno Nieto en 1964. La escultura que quería culminar el artista palentino era el monumento al médico rural, motivo del reportaje publicado en ABC en su edición del día 10 de noviembre de aquel año. Su enfermedad pulmonar y una miocarditis no le concedieron ese lustro para tallar la pieza, que quedó como un proyecto inconcluso; al igual que otras, como los homenajes a Rubén Darío y San Juan de la Cruz. Murió el 13 de julio de 1966.

Este año se ha cumplido el cincuentenario de la desaparición de Victorio Macho, una efeméride que ha servido para avivar su recuerdo en los muchos lugares a los que estuvo vinculado y en los que dejó ejemplos su obra.

Desde su Palencia natal hasta el otro lado del Atlántico: Lima, Caracas o Montevideo, se han sucedido distintos actos conmemorativos. También en Toledo, la ciudad donde fijó su residencia a su vuelta del exilio americano en 1952 y donde permanece el museo que custodia su legado. Y en Madrid, donde afianzó su vocación artística y se formó, en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. La conmemoración ha llegado, además, a Roma, con susto incluido: el robo durante el traslado de catorce obras (tres esculturas y once dibujos), que, excepto una, fueron finalmente recuperadas.

En la Escuela de Bellas Artes de San Fernando se ganó el apodo de «El selvático» por su rebeldía

Los actos del aniversario aún no se han cerrado. En la Casa de América de Madrid permanecerá abierta hasta el próximo 28 de enero la exposición «Victorio Macho. De Madrid a América. Un palentino universal». La presencia de su obra en distintos países hace bueno ese apelativo para un artista que también ha sido etiquetado como «el escultor del Retiro», porque en el parque madrileño están algunas de sus creaciones de referencia: la Fuente Cajal, el monumento a Pérez Galdós y el dedicado a Jacinto Benavente. También se le denominó «el escultor del 98», por sus efigies de los intelectuales de esa generación, a los que le unió también la amistad.

Muestra organizada por la Diputación de Palencia en su 50 aniversario
Muestra organizada por la Diputación de Palencia en su 50 aniversario - ICAL

Pero en Castilla y León siempre será el escultor del Cristo del Otero, la monumental obra palentina que él mismo definió como su «mejor obra»; o, al menos, la más ambiciosa, porque entre las debilidades del autor siempre se contó también la representación sedente de su madre.

La ciudad natal del autor cuenta con otra destacada obra suya, en la Plaza Mayor: el monumento en homenaje a Berruguete, autor decisivo en la vocación artística de Macho. Otra de sus esculturas más reconocidas es el busto de Miguel de Unamuno, que se conserva en el palacio de Anaya de la Universidad de Salamanca.

Vocación temprana

El germen de su temprana pasión por la escultura también hay que buscarlo en Castilla y León. Gregorio Marañón Moya, hijo del médico y escritor que se convertiría en uno de los grandes amigos de Victorio Macho, recordaba en las páginas de este periódico (25 de enero de 1984) un viaje del escultor con su padre a Valladolid para asistir a los toros. «Pero a Victorio eso de los toros, toreros y picadores le tenía sin cuidado. Toda su ambición era ver, aquella tarde, las fabulosas esculturas policromadas de Berruguete».

Esa primera visita al Museo Nacional de Escultura parece que fue decisiva en la vida del palentino. El especialista José Carlos Brasas Egido data ese momento en septiembre de 1894, cuando el futuro escultor no había cumplido los siete años (había nacido el 23 de diciembre de 1887), y ya «queda profundamente impresionado ante las tallas de los grandes imagineros castellanos, conmoviéndole especialmente las creaciones de su genial paisano Alonso Berruguete». «Por estos años, en Palencia, da muestras de su precoz facilidad y afición por el dibujo, modelando en barro las figurillas del Belén familiar», señala el profesor Brasas Egido en el catálogo de la exposición que se celebró en el Banco de Bilbao de Valladolid con motivo del centenario del autor.

Su conocimiento del arte europeo le convirtió en un adelantado de la modernidad, según Brasas Egido

Aunque se trasladaría poco después a Santander con su familia, fue la Diputación de Palencia la que dio otro paso determinante en la carrera de Victorio Macho, al concederle, en 1903, una beca de 600 pesetas anuales (después ampliada a 1.000, según detalla Brasas Egido), para formarse en Madrid. Fracasó en el primer intento de entrar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, pero sí superaría posteriormente las pruebas de acceso. En el centro se ganaría el apodo de «el Selvático», a causa de su rebeldía ante las normas académicas, que él mismo reconocería en sus Memorias.

El estilo realista de su juventud no impidió que Victorio Macho sea considerado uno de los grandes renovadores de la escultura española. Su conocimiento del arte europeo y su atracción por el cubismo le convirtieron en uno de los autores «adelantados de la modernidad», sostiene el profesor Brasas Egido en su libro Victorio Macho. Vida, arte y obra. Su clasicismo, añade, «es consecuencia de su afán de renovación», como explicó el propio escultor: «Se mira hacia atrás no para imitar puerilmente, sino para hallarse a sí mismo y para hallar el estilo de nuestro tiempo... Cada día que pasa me siento más conservador, porque me siento más revolucionario».

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