Artes&Letras / Libros

Radiografía de nuestro tiempo

'Corredora de fondo', del poeta orensano radicado en Segovia Javier Rodríguez González, enlaza con la tradición y la renueva

Javier Rodríguez González Mª Ángeles Domínguez

Fermín Herrero

Aunque guardo mucho afecto, muchísimo, a la obra de Blas de Otero, José Hierro o Gabriel Celaya, me temo que la poesía, a diferencia de lo que defendieran fieramente en sus versos, no ha tenido ni tendrá repercusión alguna, ni siquiera impacto, en el devenir social, pues tal vez su virtud principal sea la inutilidad antipragmática y, por consiguiente, pretender que arregle o mejore, no digamos transforme, el mundo, me parece bastante ilusorio. En este sentido, estoy más bien con Roger Wolfe cuando glosaba en un poema de ‘Cinco años de cama’ la metáfora emblemática de aquel movimiento poético de los sesenta del siglo pasado, con una ironía no exenta de verdad entre desesperada y socarrona: «La poesía es un arma cargada de futuro/y el futuro es del banco de Santander». No obstante, tengo para mí que todo poeta que se precie de serlo debe dejar testimonio de su tiempo, intentarlo al menos.

Con esa tarea cumple el orensano, radicado desde hace años en Segovia, Javier Rodríguez González en ‘Corredora de fondo’, libro con el que ha obtenido el premio Internacional Miguel Hernández-Comunidad Valenciana 2021, uno de los galardones líricos más prestigiosos del momento, que recayó hace dos ediciones en la bejarana Yolanda Izard. El título, vertido al femenino, procede de una cita de su paisano José Ángel Valente: «A mí lo que me interesa es la carrera solitaria/del corredor de fondo. Correr solo» y remite, en última instancia, al relato icónico del movimiento británico de los ‘Jóvenes airados’ escrito por Alan Sillitoe, que también figura como frontispicio, si bien, al no señalarse el autor, por la fecha, tal vez la referencia, en este caso, proceda de la no menos magnífica película homónima dirigida por Tony Richardson.

A lomos de la «conciencia inoportuna que sobrevuela el mundo», que bien podría ser la poesía, y a través fundamentalmente de recreaciones de sus distintas edades, el poeta hace un recorrido por la evolución de la sociedad española desde las dos últimas décadas del siglo pasado hasta la actualidad, la mayoría de las veces poniendo los diversos testimonios apócrifos por boca de mujer o desdoblándolos en segunda persona, acaso porque en este tiempo ellas han adquirido sin duda el protagonismo en la transformación del país. A los poemas iniciáticos («severos años de formación para llegar a ser nada») de niñez y pubertad los llama «ejercicios de supervivencia», reconstruyen el sino generacional, desolador, desde «una sitcom familiar de baja audiencia» en no lugares, urbanizaciones clónicas, hasta desembocar en la «obsolescencia programada» y Netflix, pasando por una juventud extraviada, diletante, posmoderna y rebelde de «esplendor etílico». Siempre con la ironía por delante: «Compañeros de viaje, decidme, ¿falta mucho para llegar al paraíso?». Y la frustración: «Los ‘millennials’ comprenden que sus amigos murieron para nada./El 15M nunca tuvo lugar. Los líderes son meros hologramas».

Sin caer nunca en la facilidad del hermetismo absoluto, coquetea con él mediante una atrevida adjetivación y arriesgados tropos de índole surrealista, lo bordea llevando la capacidad metafórica, gracias a flashes e imágenes muy atinadas que retratan, como decíamos, lo que nos rodea, hasta sus últimos extremos. Acorde con esta expresión expansiva en lo semántico, se sirve de un verso largo, que facilita también la apertura sintáctica, con tendencia al versículo de ritmo anafórico, que en algunos pasajes recuerda, en otro orden de cosas, las maravillosas contorsiones enunciativas del último Luis Rosales.

En su discurrir, integra con habilidad los términos cibernéticos que marcan el presente, pero también, por caso, los ecos, resonancias y referencias, en ocasiones mordaces, siempre sin ínfulas eruditas, de su vasto poso culturalista, que van de Virgilio a Auden, de Marsé a Helene Hanff, de Larkin a Onetti, de Bachmann a Lacan, de Lispector a Bernandin de Saint-Pierre, y, por el lado fílmico, de Antonioni a Tarkovski, de Godard a Fassbinder, de ‘Verano azul’ a ‘Twin Peaks’, de ‘Mi hermosa lavandería’ a ‘El desencanto’, a la que se alude en el espléndido poema sobre Felicidad Blanc, «expoliada hermosura,/el rostro más lánguido de una novela rusa inacabada», la mujer de Leopoldo Panero, en verdad más inquietante aún que sus hijos malditos, «vástagos dipsómanos», a la que se recuerda en un hotel de Burgos «en los remotos tiempos de la Cruzada», de acompañante en Castrillo de las Piedras, entre los encinares, y en el otoño londinense en el que presuntamente tuvo un affaire con Luis Cernuda.

El año en que nació Rodríguez González se formó el grupo gallego Golpes Bajos, que inmediatamente triunfó con la canción ‘Malos tiempos para la lírica’, inspirada en el poema de Bertolt Brecht. Una década después, el berciano Juan Carlos Mestre ganaba el premio Gil de Biedma con su memorable ‘La poesía ha caído en desgracia’, otro aldabonazo sobre la precariedad invisible en la que sobrevivía lo poético. Y lo peor estaba por venir. El último poema de ‘Corredora de fondo’, titulado ‘Epitafio’, se vertebra al hilo del ritornelo anafórico «El día que muera la poesía» y contiene versos premonitorios como éste, a modo de portada lapidaria de un diario digital venidero: «Esta es la poesía. Aquí yace para siempre, aprended de su historia».

Cierto es que el peligro de que así sea, de que la poesía tal y como la entendemos, pese a su pretendido carácter invulnerable en base a la inutilidad radical que indicábamos al principio, desaparezca, está ahí, seguramente fagocitada por la invasión de versos selfie de la ‘Generación Z’ o ‘centennials’, nombrados en un poema que alude a «la policía secreta de Instagram»: «es más importante lo que yo siento/que todo lo que los poetas de vuestra historia escribieron». Ahora bien, mientras aún surjan voces propias con propuestas expresivas originales, que enlacen con la tradición y la renueven, como la de Rodríguez González, esa amenaza estará conjurada.

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