Ana Pedrero - Desde La Raya

Flor de olvido

«Florece roja la amapola, que no sabe de colores, en estos tiempos absurdos de rojos y azules, momias resucitadas; discurso del odio que incendia las redes espoleado desde arriba sin sonrojo»

ICAL

Ana Pedrero

Florecen las amapolas vistiendo la tierra de primavera, de vida, en estos días de luto, banderas y corazones a media asta. Amapolas, flor del olvido en los días del recuerdo, llamarada roja de la tierra abandonada, esta tierra sin cultivo de la España sin gente. Esta Castilla vacía, este León que no ruge, que ceden palmo a palmo sus terrones a la humilde, la leve flor de los campos que no tienen quien les susurre.

Florece la amapola en el Campo de la Verdad en este tiempo de mentiras, de verdades a medias y medias verdades allá donde se derramó la sangre de los zamoranos por defender el orgullo de una ciudad que perdió el orgullo escondida durante siglos en sus murallas.

Florece roja la amapola, que no sabe de colores, en estos tiempos absurdos de rojos y azules, momias resucitadas; discurso del odio que incendia las redes espoleado desde arriba sin sonrojo, reabriendo heridas, descosiendo las cicatrices que cerraron nuestros abuelos con generosidad y altura de miras, esa que tanto falta en quienes dirigen nuestros destinos.

Memoria desmemoriada de los jóvenes cachorros que lanzan consignas de guerra sobre el fantasma de otra guerra de la que ni saben ni aprendieron nada. Absolutamente nada.

Ha tenido que detenerse el mundo para que un campo de amapolas reventonas al pie de la ciudad dormida se haya convertido en el símbolo de la vida, de la esperanza. Ha tenido que parar los relojes un virus para que volvamos los ojos a lo cotidiano, a la humilde flor que nadie siembra ni riega, que brota en los campos sin cosecha; milagro, prodigio de belleza entre la mala hierba, la mala baba.

Poesía, flor del abandono de mi gente, que ha convertido una marea encarnada en el símbolo de su primavera cautiva, en una llamada de atención al mundo.

Flores necesitamos en esta tierra desposeída de todo. La libertad del aire entre los dedos, el cimbreo de su soplo en el tallo, los colores del cielo, de la tierra. Nunca la sangre, la ira de quienes no son capaces de entenderse de extremo a extremo. Odiosos discursos del acá y del allá que traen al presente la memoria de lo que nunca debió ser.

Y mientras, florecen las amapolas en mi tierra, ajenas de sí mismas. Generosa flor de olvido.

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