Ana Pedrero - Desde la raya

Elijo la vida

Alguien tendrá que contarle a los niños que vinieron al mundo en los días más tristes que hemos conocido; que ellos fueron, son, luz y esperanza

Ana Pedrero

Vivimos días de tristeza y dolor en los que la muerte es un goteo constante de gente querida, una cifra maldita que no deja de crecer. Días de incertidumbre y miedo, grises como este cielo cárdeno que descarga soledades sobre ciudades vacías.

Vivimos días históricos, histéricos, que pesan ya como el plomo. Días de un silencio que perfora el alma. Días que disparan las teorías de la conspiración y también lo mejor y lo peor de la condición humana.

Cada día cuando dan las ocho abro mi balcón y aplaudo. Sin postureo, sin alegría impostada; incluso a veces con el corazón roto. No soy ajena a la realidad, tan terrible. Pero aplaudo. Aplaudo con todas mis fuerzas sin olvidar que hay cerca de veinte mil estrellas más en el cielo y entonces el aplauso es memoria. Aplaudo para que no olvidemos el precio tan alto de la libertad. Aplaudo agradecida a médicos, enfermeros, cocineros, transportistas, funerarias, supermercados, reponedores, farmacéuticos, pequeños tenderos, agricultores, ganaderos, productores o el barrendero cuyos escobazos escucho cada mañana. A quienes desde sus casas hacen mascarillas. A policías, guardias civiles y militares que nos guardan las espaldas como ángeles en la tierra. A quienes lanzan su aplauso al aire para que se sepa que hay un corazón detrás de cada pared. Aplaudo porque mis aplausos son besos y abrazos para quienes no puedo besar ni abrazar. Aplaudo porque, a pesar de todo, estamos vivos.

También a veces aprieto los puños, cuento hasta tres antes de escribir. Hago un ejercicio de calma y cordura ahora que el mundo se ha vuelto loco. Días de crispación, impaciencia; del asqueroso espectáculo de utilizar la muerte como arma política y mediática; unos y otros.

Y de entre todo, elijo la vida. Alguien tendrá que contarle a los niños que vinieron al mundo en los días más tristes que hemos conocido; que ellos fueron, son, luz y esperanza. Alguien tendrá abrazar fuerte a nuestros mayores y a todos los que hemos perdido en esta travesía. 

Los cincuenta y uno me han pillado metida en casa con aguaceros al otro lado del cristal. Pero los árboles en flor de mi plaza me recuerdan que la primavera no se detiene. He soplado las velas de la vida, de mi vida, con un palillo encendido clavado en una quesada. Y he sonreído, he abrazado al mundo. Porque a pesar de todo elijo la vida.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación