Guillermo Garabito - LA SOMBRA DE MIS PASOS

Mis muertos

«Qué ingenuo yo, pensando que el oficio de enterrar a los muertos con una pala era más noble que enterrarlos con la pluma»

F. HERAS

Guillermo Garabito

Qué ingenuo, preocupado por mis oraciones de celulosa y mis losas de palabras. Por los muertos que se entierran en periódicos. Porque tengo la extraña convicción de que son las columnas que doblan a muerto las únicas que merecen algún premio de verdad. Y todo desde José Zorrilla en busca de la fama, a los pies de la tumba de Larra, que por otro lado es la simplificación de todos los galardones. Y después Ruano, Campmany, Umbral, Raúl o Camacho me han venido dando la razón.

El oficio de enterrar a los muertos siempre me ha parecido un trabajo doble, del que se encargaban las funerarias y que debía atender también el periodismo. Precisamente porque el periodismo consiste esencialmente en decir que «Lord Jones ha muerto» a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo. Y el periodismo entonces ejerce un verdadero servicio público. ¡A ver si aprenden los taxistas!

Pero mi angustia era otra, más profunda y como de conciencia o de eternidad. Qué ingenuo uno preocupado por si estaba dando un uso mercantil a sus muertos de column de urgencia. Dudando de si ponía todo el peso de su prosa en un réquiem de papel porque el muerto lo mereciera o por el premio que pudiera llegar. Y cuando se leen noticias como las de esta semana, de una funeraria de Valladolid que daba gato por liebre -en este caso cartón por madera, piensa: ¡pero qué ingenuo he sido!

La muerte, ya digo, es un negocio muy rentable. Que se le muera a uno un ser querido esun asunto carísimo. Y me cuesta creer que esta funeraria de Valladolid fuera la única que hubiera caído en lo redondo del negocio, siendo la muerte uno de los negocios más antiguos del mundo, con perdón de la prostitución.

Ocurren estas cosas y todos nos sorprendemos. Suceden porque los muertos deben ser un tramite rápido y están mejor delegados en manos de un tercero, porque la muerte hay que escondérsela a esta sociedad «moderna». No vaya a causar un desasosiego y pueda darle a alguien por pensar en el más allá.

Uno escribe obituarios, desabrochándose el chaleco a cuadros que no lleva, para derramar toda la prosa de su pecho «en sus muertos entrañables de artículo de urgencia». Y sí, también a veces mirando los premios, porque en verdad nunca es por el dinero, sino porque un premio es una buena justificación para seguir escribiendo. Sobre todo para los jefes. Qué ingenuo yo, pensando que el oficio de enterrar a los muertos con una pala era más noble que enterrarlos con la pluma. Al menos en esta última de las tareas uno puede sincerarse de verdad: con el muerto, con el lector e incluso con los dos a la vez. Qué inconsciencia pensar que al mundo todavía le importaban sus muertos. Qué pueril queriendo enterrar bien a los muertos en periódicos. Qué ingenuidad, la mía, cuando ya ni a los que viven de los muertos les importa nada la muerte.

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