Ignacio Miranda - POR MI VEREDA

Pena negra, pena mora

El ministro de Sanidad, Salvador Illa F. HERAS

Ignacio Miranda

Allá por los años cuarenta, dentro de las carencias terribles de la posguerra, Manolo Caracol y Lola Flores deslumbraban con sus espectáculos de copla y flamenco por los teatros. En uno de ellos, el titulado «Zambra», el genial cantaor gitano de la Alameda de Hércules interpretaba con su portentosa voz «La Salvaora», obra de Quintero, León y Quiroga, que en su estrofa recogía aquello de «quien te puso Salvaora que poco te conocía...». Y no sigo. Pues bien, siete décadas después, ya superada la dictadura y en plena pandemia, descubrimos que la letra de esa zambra le viene que ni pintada al actual ministro de Sanidad, Salvador Illa Roca, que esta semana ha girado una turné a Castilla y León para avisar de lo mal que van las cosas y aventar un nuevo recorte de libertades con el toque de queda.

El filósofo de Sanidad, que con todo el cuajo del mundo hablaba de comités asesores científicos inexistentes y de aviones con mascarillas que nunca llegaban, ahora no se aclara si será posible establecer la restricción nocturna –lo siento por los de la Adoración de ídem– sin recurrir al estado de alarma. Tras reunirse con Mañueco comparecen en rueda de prensa. Ahí andan, junticos, los dos flequillos más conspicuos de la actual política nacional, que tienen curiosamente muchos puntos en común en sus biografías. Ambos son de la misma edad, se hicieron muy jóvenes de sus respectivos partidos, empezaron a medrar en el escalafón de mediocres y, desde entonces, no hay constancia de se hayan apeado aún del coche oficial y mamandurrias inherentes. Como tampoco de que hayan cotizado algún tiempo a la Seguridad Social fuera de su actividad política.

Illa fue profesor asociado de Universidad hasta que, en 1995, se convirtió en alcalde del municipio de La Roca del Vallés. Una década más tarde pilló cacho como director de Infraestructuras del departamento de Justicia de la Generalitat, y luego dio el salto al Ayuntamiento de Barcelona. Primero, director de Gestión Económica; después, gerente de Empresa, Industria e Innovación. Ya lo ven: chico triste para todo, que lo mismo habla de Hegel o Kierkegaard como se pone a «gestionar» una gravísima crisis de salud pública. Nuestro presidente, tras acabar Derecho, hizo unas pasantías, se diplomó en la Escuela de Práctica Jurídica, y comenzó a sumar cargos públicos: concejal, presidente de Diputación, consejero de Presidencia, Justicia e Interior sin competencias reales en las dos últimas, procurador autonómico –no en los tribunales– y alcalde de su ciudad. Vidas paralelas, en definitiva, de perfiles grises desbordados por la realidad y la responsabilidad que repiten los errores de hace meses. No son excepciones, por desgracia, sino la tónica habitual. Así seguimos, entre la pena negra de Lorca y la pena mora de Juanito Valderrama.

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