Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Lo que de verdad importa

Homenaje a las víctimas del atentado de ETA contra la Casa Cuartel de Zaragoza EFE

Me ha florecido una luz de otoño en el jardín, un octubre que aún no ha empezado. Yo no he plantado ningún otoño, pero es lo mismo, aquí lo tengo llenándolo todo con su voz. Porque el otoño es una ópera con escenógrafo afamado que llena el escenario y los resquicios. El barroco de cada año con sus claroscuros de tener un pie en octubre y otro todavía en verano. La luz del otoño es un golpe de lirismo sosegado. Archivo los restos del estío, apuro cervezas que quedaban para hacer sitio a mostos nuevos de vides viejas. Tengo brevas colgando en este otoño repentino, casi higos… y un verano a mis espaldas.

Se acelera la vida -y la muerte-. Doy sepultura a los últimos retales del verano: holocausto de soles grandes y de días largos a los que pongo una cruz -para saber dónde los enterré- en lo más alto del páramo. Los soles del otoño son soles en barbecho, cielos anchos con nubes góticas, que sembrarán los agricultores cuando toque la sementera para hacer otra vez verano. Ahora nos quedan soles viejos, bruñidos de todos los otoños que han tenido. Alumbran menos porque se han puesto una chaquetilla gorda para resguardarse porque se han quedado destemplados.

Me quedaría en este instante indefinidamente, reflexionando sobre las únicas cosas con verdadera actualidad que se me ocurren: abrigar el alma y evitar el ruido, evitarlo a toda costa para mirar. Lo único importante del otoño es mirar con los oídos. Ponerlos fijos en los aires viejos, que es la tradición. En cualquier lado con tal de que no sea un político. Los arboles amarillos disimulan la vergüenza que dan casi todos los políticos. Metidos todos ellos en sus fobias personales, consintiendo la barbarie por un puñado de votos, por mantener el tren de vida dos años más. El otoño es lo estrictamente opuesto, la sobriedad del espíritu, barroquismo de colores, frugalidad después de todos los excesos y las botellas apuradas. Purgar las vanidades con cada chimenea que se enciende para templar las manos y los pies. El otoño es arropar a las víctimas y no homenajear a sus asesinos. Pero la política es ir siempre cargado de un barroquismo vacío de caras mal talladas en maderas duras.

Septiembre consiste en alejarse de todos, en ponerle pan de oro a cada tarde y en asegurar el jardín para que no zozobre. Llegados a estas alturas hay que escribir artículos que no hablen de política, que no reproduzcan la zafiedad moral que nos invade para no quedarse destemplado. Un buen artículo es una capa castellana que se pone uno sobre los hombros porque resguarda de la intemperie intelectual lo mismo que abriga del frío.

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