Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Dos dedos de frente

Guillermo Garabito

El día que me quiten la escayola voy a escribir el «Ulises» de Joyce, pero mejor. Eso es lo que me digo cada mañana cuando descubro lo mal que se escribe sin estos dos dedos que tiene de rehén el yeso. Es curioso como a uno siempre le entran las ganas de escribir cuando no puede. Es precisamente en esos momentos en los que redactaría una novela que renueve la narrativa española, un poemario de sonetos con los que llevar la contraria a los cursis que dicen que poesía es «cualquier cosa» y dos ensayos lúcidos -que nada tendrían que ver con el Covid-. Y todo a la vez, porque para eso se tienen diez dedos. Escribir es un impulso que casi siempre ocurre cuando no se puede escribir: cuando se tiene una mano inmovilizada o una cita en Hacienda. El resto de días el oficio se hace empinado como si en vez de una columna uno estuviera escribiendo una tarjeta de pésame. Escribir tiene mucho de funeral.

Tener una mano escayolada me ha dado para averiguar que mi pensamiento es dactilar. Uno se pasa la vida creyendo que piensa con la cabeza y resulta que piensa con los dedos. Los dedos son lo único sin lo que no se puede escribir. Bien o mal, eso ya es otra historia. Yo no sé exactamente lo que pienso sobre algo hasta que mis dedos pasan por un teclado y entonces empiezo a tener opiniones y me voy entendiendo a mí mismo. Pensar es un nudo que se va deshaciendo con los dedos al escribir.

Así, con la mano secuestrada, uno se va poniendo excusas: que si la escayola, Hacienda, que quién quiere renovar la narrativa española después de que en el siglo XX nacieran Delibes y Umbral… Y después se cae, con admiración, en la cuenta de Valle y el brazo que le faltaba y se le acaban a uno las excusas y tiene que ponerse a escribir para inventarse otras nuevas. Y los días que no se le ocurren o no sale la columna pues se va a pasear. Este trabajo tiene mucho que ver con pasear y ahora, el brazo petrificado, me da aire de estatua escapada de su pedestal.

Le cuento esto al lector porque ya habrá periodistas que se encarguen de hablarle de Pedro Sánchez. Yo prefiero acogerme a Pla cuando decía aquello de que hay que escribir como se escribe una carta a la familia. Y mi familia no es Pedro Sánchez… ¡gracias a Dios! Por eso yo prefiero escribir esta carta a un domingo. Una carta desde mi celda en fase 0.

Ya cuando me quiten la escayola y cambiemos de fase, volveré a hablar de política. O recuperaré mis dos dedos de frente y atenderé el jardín, como nueva excusa para no escribir. Mientras, veo cómo se va convirtiendo en una anarquía despeinada que a ratos tiene gracia. Y a ratos no.

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