David Frontela - Vía Pulchritudinis

Verdad

«Sé que las mascarillas son útiles pero me aterra pensar en un mundo sin muecas, sin miradas, sin sonrisas, sin enfados, sin ira»

ICAL

Los últimos meses me han cambiado la mirada perdida en los tesos de Tierra de Campos y las corredeiras del Camino de Santiago por los techos de las casas de miles de expertos o artistas que a través de videoconferencia aparecen en el televisor. No es que mi vida vaya a cambiar por saber cómo es el salón de un futbolista o el despacho de nuestros políticos pero con el cambio hemos perdido y mucho.

La fase «0» ha provocado un cambio en ese decorado que oteo cada día. Ahora paseo a orillas del Pisuerga viendo pasar mascarillas y camisetas del Naranjito 82. Casi me enternece pensar en Clementina y Citronio pero es que he dejado de ver caras. Sé que las mascarillas son útiles pero me aterra pensar en un mundo sin muecas, sin miradas, sin sonrisas, sin enfados, sin ira.

Transmitir alegría que no la felicidad de los anuncios con una venda en el rostro es imposible, para eso hace falta que las células epiteliales de la cara se desprendan, caigan al suelo para así después brotar engendrando lo que son; lo bueno y lo malo. Los transhumanistas dirán que es algo maravilloso. Yo, sin embargo, tengo miedo por no ver la expresión de bondad y de maldad. Un trampantojo de bits y definición 4K no puede sustituir una mirada, un gesto, una expresión de quien camina a tu lado, de quien se cruza contigo en el supermercado, en una negociación, en un beso.

Ya sé que todos tenemos ganas de abrazar a los seres queridos pero eso no tiene mérito, se da por hecho, el reto es saber qué somos porque no lo olviden; hay buenos y malos y necesitamos pistas para distinguirnos.

Ya sé que todo esto es necesario para que nadie más muera, para que la economía repunte, para alcanzar esa ridícula «nueva normalidad» pero no pensemos en la egoísta libertad individual sino en la que cada uno hemos de poseer y ejercitar en el ágora, en la relación con el igual en el espacio público para que el mundo sea realmente libre. Para eso hace falta Verdad sin filtros ni maquillajes -de los que ya teníamos bastantes- y ahora con el temor al contagio pueden multiplicarse hasta hacernos desaparecer.

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