Fernando Conde - AL PAIRO

Censura y lenguaje

«Tras ese empeño por convertir el género lingüístico en una cuestión de sexos, subyace un movimiento represivo mucho más radical que la peor censura»

Fernando Conde

Cuando en España alguien emplea el término «censura», en nuestro imaginario colectivo se dibujan aquellos tiempos en los que las libertades vivían sometidas al dictamen de un organismo que determinaba qué era aceptable y qué no en términos de libertad de expresión, de reunión, de acción, de conducta sexual, de cátedra o de prensa, entre otras. Durante el franquismo la censura funcionó como un rodillo implacable allá donde pudo (se le escaparon como agua entre los dedos las películas de Berlanga y los guiones de Bardem). Quizá poca gente sepa que en 1949 los dos primeros carnés de periodista, los que tenían el número uno y dos, estaban a nombre de un tal Francisco Franco y de un tal Ramón Serrano Suñer. Pero esos eran tiempos de dictadura, de pensamiento único y de represión; ahora, la dictadura, el pensamiento único y la represión son… mucho peores.

Porque quizá piense usted que la estupidez que ha salido de la boca de Irene Montero esta semana, a propósito de los portavoces y las «portavozas», era simplemente eso, la mamarrachada de una «imbécila» sin el menor conocimiento de gramática española. Pero no. ¡Ojalá! El fondo de la cuestión es mucho más profundo, oscuro y peligroso. Tras ese empeño por convertir el género lingüístico en una cuestión de sexos -que nada tienen que ver-, subyace un movimiento represivo mucho más radical que la peor censura que hayamos conocido… con tribunal incluido. Ahí está la llamada Ley LGTBI, promovida por Podemos, que pretende que un órgano parajudicial investigue y sancione si usted o yo vulneramos los derechos «específicos» de cualquier persona que se considere dentro de ese amplio y respetable colectivo.

Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Hay más, porque esa censura de lo llamado políticamente correcto, del feminismo lingüisticida, que tanto daño está haciendo a la mujer y a la conquista no ya de unos derechos reales, sino de unas realidades que se ajusten de verdad a esos derechos; e incluso, del animalismo reaccionario, que pone a los animales por encima de las personas, como hemos podido comprobar ya en abundantes ocasiones, nos está llevando a capitidisminuir no sólo nuestra libertad de expresión, sino también el grosor del diccionario. Tanto que, por ejemplo, en una columna de prensa como ésta ya no pueden aparecer términos como sordo o ciego, que han de sustituirse por discapacitados sensoriales; gordo, que ha de sustituirse por obeso; negro, que ha transmutarse en persona de color; gitano, que ha tornarse en persona étnicamente diferente o, como mucho, de etnia gitana. Y ya no digamos palabras tan castellanas como marica o anormal… En fin, que a este paso el diccionario se va a poblar de retruécanos y sintagmas, y las calles de idiotas, que ahora son gentes con otras capacidades.

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