El burro siempre grande

Ahora que ya han hecho del Toro de la Vega algo políticamente correcto: el Toro de la Peña. Ya podían haberlo llamado el Toro de la gente, decía Rosa Belmonte. Ahora que las universidades ya no engordarán más hasta 2020 su oferta académica. Ahora que ya es julio, casi agosto y el calor aprieta. Y que Rajoy ha dicho que acepta el encargo de Su Majestad pero no se compromete a ir a la investidura.

Ahora que es verano y ya habíamos pasado los exámenes. La universidad se coló hace ya más de dos décadas en el proceso biológico del hombre. Nacer, crecer, ir a la universidad, reproducirse y morir. No siempre necesariamente en ese orden. Tener un grado universitario es lo mismo que tener un nombre y dos apellidos.

Una carrera, dos o tres si son pequeñas. Y ya después el master, porque un currículum que se precie es difícil venderlo sin uno de estos.

Bolonia vino para convertir la universidad en el colegio. De la primera siempre dijeron que era como el colegio pero con ceniceros. Pero cuando yo llegué ya se había prohibido fumar, así que resultó ser como el colegio a secas. Y ponían deberes y hacían un control –que no un examen– cada día.

Se firmaba el miércoles el acuerdo para que las universidades no solicitaran la implantación de nuevas titulaciones hasta el curso 2018-2019. Un acuerdo que firmaron con la Junta de Castilla y León todos los rectores de las públicas y las privadas de la comunidad. Un acuerdo para conseguir un sistema más eficiente, dijeron. Y quizá sea esto bueno porque a veces la universidad parece un mamotreto varado a orillas del siglo XXI. Hasta ahora las universidades españolas como los aeropuertos, los acuerdos y los burros, anden o no anden, siempre grandes.

Ahora, al relente del verano llegan los “grandes” acuerdos. Menos el que se requiere a Pedro Sánchez para formar un gobierno estable; que según parece ni está, ni se le espera.