Alberto Andrés Aguirre

50 años del IES Catalina de Lancaster

Como un árbol se abre camino difícilmente en estos secos pizarrales y se aferra a duras penas a la piedra desprovista de nutrientes, así surgió y creció el Lancaster por los empeños y cuidados de las gentes del lugar en el cerro del Calvario

El profesor Alberto Andrés Aguirre, en el centro, en una imagen de archivo CRA EL PIZARRAL

En este tiempo de tribulación, surge una excelente oportunidad para celebrar algo, todos juntos, con alegría y orgullo: una pequeña comunidad educativa sigue resistiendo hasta ahora con dignidad, a pesar de los embates del éxodo rural y de los recortes económicos. Este otoño, se cumplirán 50 años del funcionamiento del edificio en el que se aloja actualmente el IES Catalina de Lancaster en Santa María la Real de Nieva. Los mismos años desde que se educan en él, juntos, chicas y chicos de todos los niveles socioeconómicos en esta Campiña segoviana.

No puedo expresar una emoción directamente relacionada con mis vivencias de adolescencia, pero aquí están mis orígenes, terminé mi vida profesional en este centro y este año se celebra también el cincuentenario del instituto Ramón J. Sender de Fraga, donde me formé y que nació en circunstancias parecidas.

Por el pequeño centro levantado en un pizarral a las afueras de la villa segoviana, han pasado hasta la fecha miles de jóvenes, que están presentes en todos los ámbitos de la vida cultural, social y económica de la provincia (y más allá), y a los que invitamos por supuesto a esta conmemoración. Cuánto talento, cuántas ocasiones desperdiciadas si aquellas criaturas no hubieran tenido la oportunidad de formarse aquí, cuando no era tan fácil la movilidad ni tan desahogados los medios económicos de las familias. Hoy se mantiene, no sólo como un baluarte contra la despoblación sino como un referente de calidad educativa. No ha sido una historia simple la de este centro. Como un árbol se abre camino difícilmente en estos secos pizarrales y se aferra a duras penas a la piedra desprovista de nutrientes, así surgió y creció el Lancaster por los empeños y cuidados de las gentes del lugar en el cerro del Calvario (qué desacertado referente desmotivador para los escolares).

Santa María la Real de Nieva tenía una larga tradición como lugar de educación, que se inicia ya en el siglo XV con el noviciado establecido en el mismo monasterio dominico que dio origen a la población. La desamortización puso fin al monasterio, pero los dominicos regresaron al pueblo en 1903 y un año después instalaron en una antigua fábrica de tejidos un colegio de fama nacional, que funcionó hasta la guerra civil y se activó de nuevo en los años 50 por un breve periodo. Tras los dominicos, el edificio pasó en 1962 a los misioneros de la Saleta, que continuaron su faceta educativa como Colegio apostólico. Este sería el germen del Colegio Libre Adoptado que empezaría a funcionar en el propio colegio como antecedente de un futuro instituto.

Recordemos que hace siglo y medio había tan solo un instituto en cada provincia pequeña: en Segovia, estaba el histórico en el que ejerció don Antonio Machado, que cambió de ubicación al hacerse masculino en el actual Andrés Laguna, mientras que el edificio antiguo se convertía en el femenino (el actual Mariano Quintanilla) cuando las niñas empezaron a acceder masivamente a la educación. En la provincia solo había otro centro oficial de secundaria: el Centro Oficial de Enseñanza Media y Profesional de modalidad Industrial de Coca, que se creó en 1952. Los y las jóvenes estudiantes de la comarca se preparaban por libre y se examinaban oficialmente en la capital: los chicos en el masculino y las chicas en el femenino, claro.

Durante el desarrollismo de los años 60, la evolución demográfica y las demandas socioeconómicas urgieron a las autoridades educativas a aumentar el número de centros en todo el país. Muchas veces se vieron empujados por iniciativas municipales, vecinales o de la sociedad civil, como en el caso que nos ocupa. Nuestras autoridades locales, animadas por iniciativas similares que se estaban produciendo en todo el país, comenzaron los trámites para crear un centro comarcal (recordemos que en paralelo se producía la agrupación de entidades locales que hoy es Santa María): solicitaron permisos, elevaron peticiones y buscaron financiación y terrenos para construir el centro, uno de los más veteranos de la provincia. Luego, las diferentes corporaciones persiguieron constantemente dotarle de entidad y categoría hasta transformar el patronato municipal en centro público: así pasó de CLA a Centro Habilitado, luego Homologado, extensión del Giner de los Ríos, Instituto Mixto, IB (de Bachillerato) y, finalmente, IES (de Enseñanza Secundaria). El nombre de la reina fundadora de la población lo lleva desde su etapa como centro habilitado. El IES Catalina de Lancaster es hoy un instituto moderno, bien equipado en recursos tecnológicos (certificación Códice TIC5, varias aulas de ordenadores, dotación audiovisual e informática en todas las aulas) e innovador (premios y participaciones en programas pedagógicos, ambientales, de convivencia, de intercambio), gracias al empeño de nuestros representantes y de las directivas y profesorado que han pasado por él.

En su momento, se erigió para intentar dar servicios a una población creciente, que empezaba a emigrar masivamente a las ciudades, en una época en que comenzaba un éxodo poblacional que sigue vaciando nuestras zonas rurales. Así llegó a tener hasta 420 plazas (diez aulas: tiempos diferentes en los que se podía llegar a dar clase a 42 alumnos en un solo aula). Hoy más que ayer, el instituto cumple una función importantísima para fijar población en estas comarcas abandonadas, garantizando un servicio educativo de calidad a las familias jóvenes, que se aferran a su derecho a habitar esta tierra de su elección en condiciones dignas para ellos y sus descendientes. Y digo más que ayer, porque es cierto que el instituto fue un trampolín desde el que muchos progresaron y encontraron puestos de responsabilidad a lo largo y ancho de España, pero hoy puede ser el medio para educar generaciones de personas que podrán realizar aquí sus vidas y desempeñar sus profesiones, gracias a las nuevas infraestructuras de transporte y comunicación, y tal vez a un nuevo enfoque de vida más acorde con una redistribución sostenible y equilibrada del territorio.

Por eso, no está demás aprovechar esta efeméride para recordar de dónde venimos, reivindicar el mantenimiento de los servicios esenciales para fijar población en la comarca, valorar el éxito y la calidad de un modelo de centro de dimensiones humanas y reconocer el esfuerzo de educadores, políticos y familias para mantener contra viento y marea este vivero de capital humano, necesario para sobrevivir en estas tierras. Y así, entre todos, seguiremos cuidando este pequeño pero fructífero y robusto árbol, que sobrevive tenazmente en este pizarral.

**Alberto Andrés Aguirre es exprofesor del IES Catalina de Lancaster

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación