VIVIR TOLEDO

De matadero a usos docente y cultural en el paseo de Recaredo

El septiembre de 1989 las naves del antiguo matadero municipal de Toledo se trocaron en nuevas dotaciones del Instituto de Enseñanza Media Sefarad, además de albergar desde hace pocos años una viva actividad cultural: Matadero Lab

El Matadero en construcción hacia 1891 en una foto de Hauser y Menet. Archivo Municipal de Toledo

RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN

El septiembre de 1989 las naves del antiguo matadero municipal de Toledo se trocaron en nuevas dotaciones del Instituto de Educación Secundaria Sefarad , centro asomado al Baño de la Cava y el Tajo, además de albergar desde hace pocos años una viva actividad cultural: Matadero Lab . En la primavera de 2006, Madrid, transformaba las viejas naves del matadero de la Arganzuela, junto al Manzanares, en un lugar polivalente de creación artística. En infinidad de ciudades (Guadalajara, Huesca, Logroño, Sevilla, Tarragona, Teruel, Valencia, Zaragoza…) también se ha repetido la mutación de edificios del siglo XIX y principios del XX, creados como mataderos, que ahora ocupan aulas, canchas deportivas, espacios comerciales, sociales e, incluso, algún tanatorio.

El abastecimiento de carnes en Toledo en la época medieval, además de estar relacionado, muy especialmente, con los preceptos religiosos de las comunidades judía y musulmana, partía de los lugares fijados para el habitual degüello de reses, generalmente alejados de los barrios más concurridos por las consiguientes molestias, residuos y olores. También eran factores a tener en cuenta, las laderas del río y la cercanía a las puertas por donde llegaba el ganado, siendo un ejemplo el propio rastro que tenía la Judería sobre el puente de San Martín. No obstante, en las Carnicerías Mayores, junto a la Catedral, no faltaban vendedores que allí degollaban algún carnero, además de saberse de la existencia de cierto rastro, hasta el siglo XVI, frente al Hospital de Santa Cruz. Este sería desplazado a una zona periférica, cerca de la puerta del Cambrón, «por donde nuestro ganado ovejuno viene a esta ciudad», según escribía Luis Hurtado de Toledo en 1576. Y es que, el corregidor Gutiérrez Tello ideó crear el Rastro Nuevo bajo San Juan de los Reyes que, años después, se desplazó muy cerca, colindante con la parte baja del cenobio de Nuestra Señora de Gracia de los agustinos calzados, lugar idóneo, según recoge el doctor Pisa, en 1605, pues allí «los aires del campo limpian el mal olor de las reses muertas». En 1809, las tropas napoleónicas arrasaron el matadero y el referido convento, que más tarde sería desamortizado. Un particular compraría aquellos restos, dejando solo la entrada de la antigua capilla y un despejado solar.

Aunque, desde finales del siglo XIV ya existía, bajo el Corralillo de San Miguel, en el paseo de Cabestreros, la Casa de Vacas -un degolladero más de la ciudad, que abordaremos en otra ocasión-, era preciso levantar otro nuevo y además ir cumpliendo la normativa sobre la inspección de carnes dirigida a los veterinarios y a los ayuntamientos. En 1853, la corporación toledana aprobó edificar el matadero en el solar del convento ya citado de los agustinos, que ahora poseía un particular al que hubo que indemnizar. Se encargó al arquitecto de la Diputación, Santiago Martín y Ruiz, realizar el oportuno proyecto, cuyo presupuesto superaba los 200.000 reales, cantidad que no encontró licitador para afrontar la obra. Seguidamente, buscando la economía, se pensó adecuar el edificio de la Alhóndiga, bajo el paseo del Miradero, algo que resultó inviable al carecer de corralizas para el ganado. En 1865, el activo alcalde Díaz de Labandero encomendó al arquitecto municipal, Luis Antonio Fenech, volver a considerar el necesario matadero público junto a la puerta del Cambrón. Diversos problemas paralizaron este plan que sería rescatado por el alcalde Antonio Bringas , en 1887, ordenando la redacción del proyecto, «sin levantar mano· al nuevo técnico municipal, Juan García Ramírez.

En la parte baja del antiguo convento, atravesado ya por el paseo de la Ronda, se explanaron más de 5.000 metros cuadrados. Frente a la única puerta del vallado, se alzó un pabellón para la inspección y el peso de carnes. Tras él, las naves para el sacrificio del ganado lanar y de cerda respectivamente. Más atrás estaba la sala para el ganado vacuno. También se dispuso de un depósito de aguas, un horno crematorio, vestuarios y viviendas para los empleados, todo ello con el sello de la arquitectura industrial de la época. El metal se aplicó solamente en forma de herrajes, refuerzos, cabestrantes o barandillas. En cambio, la madera jugó un papel relevante para articular las cubiertas y los burladeros de la nave de vacunos. El pavimento de cada nave era de granito para favorecer la limpieza de residuos. Este detalle, como otros más, y la racional disposición para ordenar el trabajo y el proceso de sacrificio, fueron distinguidos con un diploma en la Esposizion Internazionale d’Igiene Sociale , de 1911-1912, celebrada en Roma.

El presupuesto inicial se estimó en 102.000 pts. Para afrontarlo, el municipio pidió autorización al Estado a fin de tomar fondos de antiguas enajenaciones, aprobar un gasto extraordinario de 12.762,2 pts. y contratar un empréstito con el Banco de España de 75.000 pts. El 3 de abril de 1892, tras dos años de obras y otro más para ultimar todas las dotaciones, el alcalde Lorenzo Navas inauguraba el flamante matadero en presencia de periodistas locales y corresponsales de diarios madrileños, con música de la Academia, dulces, licores y cigarros. Como parte del programa, se sacrificaron treinta corderos, dos carneros, tres terneros y dos reses vacunas. La actividad diaria casi alcanzó un siglo, si bien, en sus últimos lustros con un visible desfase de las instalaciones. El cierre llegó en 1984, desplazándose este servicio a una moderna construcción en el Polígono Industrial.

De inmediato comenzó la reforma del histórico solar de los agustinos que, además del viejo matadero , acogía otro edificio recién desafectado: el colegio Santiago de la Fuente, construido entre 1931 y 1933. El objetivo era crear en su lugar un instituto dentro del casco histórico, lo que se ejecutó en tres fases por los arquitectos José Manuel Ábalos Vázquez y Fernando Pastor Seco . La primera consistió en remodelar el citado colegio. La segunda fue levantar un cuerpo de nueva planta asomado al patio del matadero, donde se aplicó, entre 1988 y 1989, la tercera fase: la adecuación de las antiguas naves sin alterar su aspecto original y aprovechar ciertos elementos primitivos. Así, la sala del sacrificio de reses se adaptó para salón de actos, además de crear aulas y un gimnasio en otros tres pabellones independientes. De este modo se consiguió dar nuevos usos a una anterior función ya eliminada, además de recuperar otro ejemplo del escaso repertorio de arquitectura industrial, del siglo XIX, encajado dentro de las viejas murallas toledanas. Aquella actuación fue galardonada con el premio de rehabilitación Sixto Ramón Parro, en la edición de 1991 de los Premios Ciudad de Toledo.

Rafael del Cerro Malagón, historiador
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