Irene Vallejo: «La Escuela de Traductores de Toledo fue esencial para la transmisión del mundo clásico»

La escritora zaragozana, flamante ganadora del Premio Ojo Crítico de Narrativa, presenta este jueves, a las 18.30 horas en la Librería Taiga de Toledo, su libro «El infinito en un junco»

Irene Vallejo, autora del libro «El infinito en un junco», Premio Ojo Crítico de Narrativa Jorge Fuembuena
Mariano Cebrián

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Con el Premio Ojo Crítico de Narrativa bajo el brazo, que recibe este miércoles, Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) llega este jueves, a las 18.30 horas, a la Librería Taiga de Toledo para presentar el libro que ha sido merecedor de ese reconocimiento, « El infinito en un junco » (Siruela). Este ensayo, que va ya por su octava edición, hace un recorrido por los orígenes del libro y recrea la inverosímil supervivencia actual de este objeto, el mayor legado de la cultura clásica.

En su obra, la autora, doctora en Filología Clásica por las universidades de Zaragoza y Florencia , reivindica que, aunque hoy cueste recordarlo, durante la mayor parte de la historia los libros fueron objetos artesanales, escasos, caros y frágiles. Exclusivos guardianes del conocimiento que fueron manteniendo vivas para las sucesivas generaciones los avances, intereses, saberes y visiones del mundo de las civilizaciones antiguas.

Portada del libro

En su caso, bien se puede decir: «Homero, contigo empezó todo». Fueron sus padres los que la embarcaron en las aventuras de Ulises, y ahora es usted la que hace lo mismo con su hijo. ¿Ha calado en él ya la pasión por el mundo clásico?

Intento no condicionar a mi hijo, ya que la lectura debe ser una pasión libre y no hereditaria. Le leo cuentos muy distintos y le permito elegir los libros porque no creo que la literatura deba ser una obligación. Como decía Borges, el leer es un verbo que no admite el imperativo. Lo importante es seguir los caminos y crearte un mundo propio desde la libertad. En mi caso, también sucedió así, pero yo quedé deslumbrada por Homero y la mitología clásica.

¿Qué tiene ese mundo que tanto le atrajo y le atrae aún?

Las mitologías son los relatos que más tiempo han sobrevivido. Generación tras generación han sido historias que hemos considerado necesarias y sin las cuales no queríamos vivir. Si esto ha sido así, es porque han funcionado a lo largo de los siglos y porque incluyen los resortes básicos de nuestra existencia: las pasiones, el duelo, el odio, el amor, el deseo, la ambición, el dominio, la sumisión, la transgresión, … Todo esto está contado en los mitos. Cada dos por tres los rescatamos porque hablan de nosotros y del presente más de lo que creemos.

En su libro se mezcla el ensayo con la narración, la autobiografía e incluso el periodismo. De hecho, usted escribe artículos periodísticos y columnas en prensa. ¿Cómo se puede escribir sobre el mundo actual con una mirada retrospectiva hacia los clásicos?

Este es el experimento que yo me planteo desde que comencé a escribir columnas periodísticas, ya que en el fondo necesitamos retroceder unos pasos para tener una perspectiva más amplia sobre la realidad, como cuando queremos hacer una fotografía. Todo lo contrario a lo que nos ofrecen internet y las redes sociales, que es la velocidad y la inmediatez. Por eso, es bueno echar un vistazo al pasado para ver cómo vivieron situaciones, ya no idénticas, sino parecidas a las que nos enfrentamos ahora. Además, la Historia nos debe servir para aprender de nuestros errores y nuestros aciertos porque, si no, estaremos condenados a repetirlos.

Lo que está claro, como se ve en su libro, es que el origen de nuestra civilización está en el mundo clásico, con el nacimiento de las primeras bibliotecas y la creación de los primeros libros en rollos de papiro. De ahí, su título: «El infinito en un junco». ¿Qué le debemos a esos primeros bibliotecarios y libreros de los que habla?

«El infinito en un junco» es, en parte, un homenaje a esa gente, en su mayoría anónima, que transformó el mundo en el que vivían y que lo hicieron más parecido a lo que ahora mismo conocemos. El gran proyecto de la biblioteca de Alejandría, que es el punto de partida de mi ensayo, fue tremendamente innovador y osado en muchos aspectos porque su objetivo era adquirir obras de diferentes épocas y culturas, y conservarlas. La idea de reunir todo el conocimiento del mundo en un solo lugar para poder ser consultado, en mi opinión, es la antesala de internet. Además, esos sabios que la pusieron en marcha incluían un programa de traducciones de una lengua a otra, algo revolucionario y que hasta la época de los griegos no se había pensado. Sin traducir, habríamos sido mucho más chovinistas y provincianos.

El legado de la biblioteca de Alejandría

Desafortunadamente, la biblioteca de Alejandría desapareció. ¿Qué contenía y qué cree que habría pasado de haberse conservado todo el saber que allí se guardaba?

Se conservan algunos fragmentos de su catálogo y, gracias a ello, se puede intuir que los responsables de la biblioteca de Alejandría hicieron un esfuerzo especial por multiplicar las copias de las obras que ellos consideraban más valiosas para protegerlas. Y, aunque todo ese patrimonio que se contenía en ella haya desaparecido y haya ardido varias veces, lo que es cierto es que los libros que han pervivido desde la antigüedad son los que seleccionaron esos sabios. Por lo tanto, a pesar de que la biblioteca se destruyó, estuvo bombeando libros durante siglos y siglos, que fueron los que luego llegaron a los monasterios medievales a través del mundo islámico, que tanto se interesó por Aristóteles y por la filosofía griega. Ello demuestra que todo el sueño y la ambición de Alejandría no fue en vano y al final ha dejado una impronta enorme en lo que somos y pensamos.

Aquí, en Toledo, hubo un fenómeno parecido en época medieval en la Escuela de Traductores, donde se tradujeron obras incluso del mundo clásico. ¿Cree que la cultura es el único mundo sin fronteras?

Yo creo que sí. Además, ha habido una serie de puntos neurálgicos en distintos momentos históricos, como Alejandría, Atenas, Roma o Córdoba. Y, desde luego, Toledo fue uno de ellos, ya que la Escuela de Traductores fue esencial para la transmisión de ese conocimiento y sabiduría del mundo clásico. Las bibliotecas y los anaqueles son los únicos lugares en los que todas las voces de diferentes civilizaciones, aunque fueran enemigas, conviven en paz.

¿Y cree, como dijo Borges, que «el libro es el más asombroso de los inventos humanos»?

No sé si me atrevería a decir que es el más asombroso, pero sí uno de ellos. Si pensamos en la época anterior a la existencia de la escritura y los libros, cuando todo el saber se transmitía de forma oral, nos damos cuenta de lo frágiles que son las ideas y las palabras, y lo difícil que es lograr que un relato sobreviva a lo largo de los siglos. El libro es el vehículo en el que esas ideas, esos relatos y esos mitos consiguen atravesar las mareas del tiempo y del espacio para que estuvieran al alcance de todos. Es asombroso que un gran número de esas obras antiguas hayan llegado hasta nuestros días y sigamos aún recordando las historias que nuestros antepasados se contaban a la luz de la hoguera, o incluso que a virus informáticos los llamemos «troyanos» por uno de los relatos más antiguos de la humanidad.

La escritora zaragozana, en una imagen de archivo de ABC Ignacio Gil

¿Es usted más de libro de papel o digital?

Yo soy del físico, totalmente, por muchos motivos, pero sobre todo porque el libro de papel es una experiencia sensorial mucho más intensa, ya que tocas, oyes, miras, acaricias y hueles. Esto tiene mucho que ver con lo que dicen algunos estudios, que dicen que recordamos mejor la información que leemos en papel que la de una pantalla. Eso no quiere decir que no utilice los medios digitales y, de hecho, en «El infinito en un junco» reivindico que ambas opciones son compatibles, cada una con sus ventajas y sus inconvenientes.

Uno de sus empeños es sembrar la semilla de la cultura y la lectura entre los niños y los jóvenes. De hecho, usted participa en actividades para su fomento en centros escolares y hospitales. ¿Aún hay esperanza?

Hay que actuar siempre como si hubiera esperanza, incluso si no la hay, ya que no tenemos que abandonar las causas que merecen la pena. En los colegios y en los institutos veo cosas parecidas a las que viví yo cuando estudiaba. Hay bastantes niños y jóvenes que aman los libros y la lectura, aunque no son la mayoría, pero en España siguen siendo muchos los que sostienen y apoyan el mundo cultural apasionadamente. Por eso, es vital que en esos encuentros en los centros escolares y hospitales se les transmita la pasión por la literatura, por el arte y por la creación, y más en un mundo en el que parece que las humanidades no tienen ningún valor en el mundo profesional y, sin embargo, son las que ayudan a desarrollar esa creatividad y un pensamiento crítico.

Prueba de lo que usted dice es que la cultura y las humanidades en España siempre quedan en un segundo plano en los medios de comunicación y, sobre todo, en los presupuestos del Estado o de otras administraciones. ¿Por qué cree que esto es así?

La verdad es que los presupuestos tienen muchas prioridades y, evidentemente, el gasto social es importantísimo, pero el problema es que no acabamos de entender que la inversión en cultura es inversión en creatividad, desarrollo e investigación a largo plazo. A lo mejor no es algo tan inmediato como ellos querrían, pero es una apuesta de futuro, sin duda. Habría que valorar más la creación propia y la originalidad, y no solo la manufactura de objetos. Por eso, la cultura no puede ser un lujo en tiempos de prosperidad que se recorta cuando llegan momentos de crisis, sino que es un valor añadido e imagen de marca de calidad, como se dice ahora.

A usted la lectura y los libros le sirvieron, además, como refugio contra el acoso escolar. Más allá de esa mala experiencia para usted, ¿qué autores y libros recuerda y le marcaron en ese tiempo?

Los tengo marcados a fuego porque fueron mis grandes amigos y aliados en aquellos tiempos, nombres como Charles Dickens, Robert Louis Stevenson o Jack London, entre otros. De hecho, uno de los objetivos de mi ensayo era hablar de esta cuestión, del acoso escolar, y de lo importante que es el refugio de las historias y de los libros para gente que ha vivido diferentes circunstancias muy duras. Sentía que las voces de esos autores me comprendían y, leyendo sus obras, no había la hostilidad que yo encontraba a mi alrededor.

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