COVID-19 I En primera línea

Quillo, un supercura contra el coronavirus

José Antonio Jiménez dice misa a diario por internet, reparte comida a escolares, es el chico de los recados para abuelos y enfermos, además de mandar tareas a sus alumnos del instituto

«He tenido que rezar 13 responsos en la puerta del cementerio. Ver la caja y solo tres familiares es lo más duro de mi vida sacerdotal. Es lo peor que llevo»

Coronavirus, última hora

Quillo, este sábado, poco antes de comenzar la misa que retransmite por Facebook María Eugenia Ballesteros

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Por su gracejo lo conoceréis. Pero a José Antonio Jiménez, un gaditano de 53 años, todo el mundo lo llama por su alias, Quillo. Incluso los arzobispos de Toledo que ha conocido desde que en 1991 fue ordenado sacerdote.

Quillo es el párroco de la iglesia San José Obrero, «muy viva, la más grande de la ciudad», presume. Pero la pandemia le ha obligado a multiplicarse, como el milagro de los panes y los peces; a adaptarse a las nuevas tecnologías y hasta cambiar su residencia.

Vivía en la casa sacerdotal de Toledo, donde residen 41 curas y 6 religiosas del personal de cocina. Pero a mediados de marzo decidió marchar a un estudio de 35 metros cuadrados cercano, a un kilómetro y medio, para evitar contagios en la casa sacerdotal, donde no ha habido ningún positivo por coronavirus. «Lo hice también para poder atender las necesidades pastorales». Habló con su arzobispo, Francisco Cerro, que se despidió de él con una palabra: «Cuídate».

Y Quillo, futbolero y madridista, se lo tomó al pie de la letra. Lleva siempre consigo un gel hidroalcohólico para las manos, una pantalla de protección para la cara cuando visita a enfermos y guantes. Desde el ámbito culinario, también ha hecho grandes avances, sobre todo para cenar variado. «Hace unos días cociné tortilla de patatas por primera vez. La experiencia... salió poco cuajada», se desternilla cuando lo recuerda. «¿Cuándo volveré a intentarlo? Esperaré a regresar a la casa sacerdotal, a la que voy una vez por semana para que me laven la ropa. No he aprendido a planchar todavía».

El éxito en sus redes sociales

El día lo tiene muy ocupado. A las diez de la mañana ya está diciendo misa en su parroquia, después de preparar el dispositivo para retransmitirla en directo por Facebook y otras redes sociales. «¡Tenemos 200 personas todos los días! ¡Hay más gente online que en la iglesia!», bromea.

Solo tres monjas de las Siervas del Evangelio, de la guardería de la parroquia, lo acompañan. Una de ellas, María Eugenia Ballesteros, realiza la fotografía que ilustra este reportaje, minutos antes de comenzar la eucaristía. «Necesito decir misa, rezar —dice Quillo—. Un poco de homilía y un poco de catequesis, pero siempre con mensajes positivos porque la gente está bombardeada con cifras, datos...».

El sacerdote, con el jefe de Protección Civil de Toledo, Luis Miguel Álvarez

Nada más quitarse la ropa litúrgica, este sacerdote rubiales se planta a las puerta de la parroquia para cumplir con la «Cesta solidaria», un proyecto de Cáritas para gente necesitada: «La parroquia paga en efectivo la comida si muestras tu tique de compra, de 30 a 50 euros, que es el máximo. La familia puede repetir cada quince días».

Quillo sigue el listado de la trabajadora social de Cáritas, Fátima Segovia. «Además de dinero, reciben ayudas en especie que nos dan a la parroquia. Hoy ha sido papel higiénico, botellas de lejía, unos bollos...».

Luego realiza visita a domicilio. Dedica una hora y media para ir a dos o tres casas de feligreses, personas de riesgo, que le piden que les lleve la comida o les haga la compra. «Me dicen las cuatro cosas que necesitan y yo hago de chico de los recados. Compro en un supermercado cerca de la parroquia, y ya he llevado el pedido a 63 casas». «Percibo en los abuelos miedo —cuenta—, pero un miedo de respeto al coronavirus. Me dicen que les deje la bolsa ahí, alejada. Y yo bromeo con ellos: ‘¡Te traigo la bolsa y me tratas como un leproso!’».

Este sacerdote, que se viste de clérigo solo los domingos, está encantado con las redes sociales. Le han ayudado a mantener el contacto, aunque sea virtual, con sus feligreses en tiempos del nuevo virus. Y también a descubrir medios de pagos venerables. «He encontrado un santo nuevo, san Bizum —se ríe—. Un matrimonio amigo me dijo que me dejara de zarandajas y que diera de alta en Bizum para la colecta. ¡En las misas del sábado y domingo pasados, 1.810 euros! ¡Eso no me lo dejaban a mí... Suele ser la colecta de un mes! La gente está muy sensible y sabe que ese dinero lo empleamos en ayudar a los demás».

«Los adolescentes son los grandes olvidados»

Cada lunes y jueves reserva dos horas para repartir la comida a escolares del programa que subvenciona la Consejería de Educación de Castilla-La Mancha para alumnos becados. «Hablé con la alcaldesa, Milagros [Tolón], porque yo quería hacer algo más; me dijo que fuera a Protección Civil y me incorporaron como voluntario el 19 de marzo. Bajo las órdenes de Luismi [Luis Miguel Álvarez, jefe de la agrupación de Toledo], me asignaron el colegio público Santa Teresa. Y allí damos 75 menús y una mascarilla de regalo».

Las tardes de lunes a viernes las dedica, «con calma», a sus alumnos de Religión en el IES Secundaria Juanelo Turriano, «un ‘peazo’ instituto del Polígono». Les manda tarea a través del programa Papás y se escribe con ellos por WhatsApp, «como un padre lo hace con sus hijos. Porque los adolescentes son los grandes olvidados en esta crisis; se están comportando como héroes».

Desde que estalló la crisis sanitaria, Quillo ha aplicado varias veces la unción de enfermos. « Utilizo un bastoncillos para las orejas, con el que les doy el aceite en su frente y en sus manos; no toco al enfermo. He dado tres veces el sacramento de la unción de enfermos este mes, personas mayores. Por cierto, creo que ninguno ha muerto. ¡Y yo me alegro de que el aceite haya servicio para algo!».

Consolar, acompañar

A toda su inestimable labor humanitaria y pastoral, Quillo ha tenido que sumar otra ocupación desde primeros de abril. Se ha hecho cargo de la parroquia del barrio de Azucaica, donde se encuentra una residencia de mayores «San José», después de la muerte de Jaime López Cepeda por un infarto.

«Desde que comenzó esta pandemia, he tenido que rezar ya 13 responsos en la puerta del cementerio, tres de usuarios de la residencia. Ver la caja y solo tres familiares es lo más duro de mi vida sacerdotal. Nunca he visto esto, es muy muy duro. Es lo que peor llevo —relata—. Hoy [este viernes pasado] he hecho tres, que duran seis minutos cada uno. Ese dolor de las familias hay que sacarlo luego. Ahora nos toca consolar, acompañar, pero después, cuando se levante el confinamiento, nos tocará hacer funerales con calma, como Dios manda. Será prioritario en mi parroquia; antes de bautizos, comuniones, reuniones...»

¿Tiene miedo a contagiarse?

—No me da tiempo a pensarlo. Creo que puedo pillarlo en cualquier momento. Pero quien me da miedo es mi madre, Josefina, que está en Cádiz con mi hermana y mi cuñado. La echo de menos. Mamá tiene 74 años y ha aprendido a hablar por videollamada durante el confinamiento.

Quillo se carcajea mientras cuenta la anécdota, que enlaza con un pensamiento: «Ahora valoro tanto la familia que echo de menos a mis curas. Aquí, en el estudio, te aburres porque estás solo. En la casa sacerdotal echas una partida de cartas, paseas...». Y otra reflexión para terminar: «Ahora valoras la capacidad que tienes para darte a los demás, y yo lo hago feliz. Yo no estoy aquí por una organización no gubernamental ni por un grupo político. Estoy por mi fe».

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