«Pájaro de luz»: volando con el nuevo poemario de Raúl Torres
«Su poesía se mueve entre Federico Muelas o Walt Whitman»
Empecé el nuevo año de la mejor manera posible: montado en la poética escoba de Raúl Torres , decano de los escritores conquenses , que (como las brujas de las viñetas conquenses de Lorenzo Goñi) sobrevuela el vertiginoso caserío y los rocosos precipicios de las hoces de Cuenca. El poemario, precioso , va salpicado de sus bellas estampas conquenses, a la que representa siempre como una complicada y laberíntica escala hacia lo alto.
Raúl, autor de una obra ingente en que destaca su gran dedicación a la novela, al relato, las guías, el artículo y todos los géneros enmarcados en la prosa, se suele y quiere considerar, ante todo, poeta. Y desde luego, lo es. Aquí lo demuestra.
Chamánico y entrañable, Raúl amasa y manipula en su alfar literario lugares, topónimos, motes, personajes, sucedidos, historias, Historia, imágenes y palabras, brujo bondadoso de su tribu celtibérica de Cuenca: visor o aleph borgiano desde donde se asoma y recorre todo el universo. Porque, simplificando un poco (siempre hay que simplificar para poder adentrarse en el misterio), su poesía se mueve entre Federico Muelas y Walt Whitman.
Raúl, al que se puede ver cotidianamente cada mañana sentado en su butaca del café Ruiz (porque Raúl es adicto a las tertulias e inmediatamente abrió la suya cuando regresó a Cuenca), ha viajado mucho, física y mentalmente. ¿Habrá viajado realmente a Tombuctú? ¿Se habrá asomado al Polo Norte? Importa poco. Lo que es seguro es que ha viajado a las estrellas.
«(Volar a) ese país lejano, de fábula,/perfumado de nubes y misterio».
Paseante del infinito, un poco entre lord Dunsany y León Felipe, escribe: «Acostumbrado y sin equipajes/siempre va el humano./¡Solo!/Y el desierto a las estrellas da cobijo./Ven, hombre. Dame tu mano/y andaremos juntos el camino/ ¿hacia la libertad?»
Raúl tiene el don de los poetas citados (y de otros como Bécquer o Jorge Manrique) de hablar íntimamente a cada uno o una y al tiempo a todos, de parecer que te conoce de toda la vida, de decirte cosas que esperabas escuchar pero no sabías verbalizar. A veces, su escritura tiene también la profundidad de un Borges , otra de sus referencias. Pero Raúl tiene voz singular y propia. Aprendió en el mercado de la fruta, allá en su infancia, que es preciso singularizar la voz para que te reconozcan y contigo, a tu mercancía.
Raúl ha estado en todas las aventuras literarias de Cuenca antes y después del fin de siglo: cofundó El Toro de Barro con Carlos, la Academia, con el otro de la Rica (Eduardo) la revista El molino de papel (esa proeza), (a)trajo a Camilo, recuperó a César… Y nunca ha dejado de alentar vocaciones para la causa (literaria).
El viejo libro siempre lo acompaña, Don Quijote, «amigo del destino». Y en el Nilo evoca su natal Júcar, porque es Cuenca el viaje que subyace: «Temblando quiero la luz de las casas/siempre colgadas de las estrellas». Y aún más, con los bolsillos repletos de versos perdidos y encontrados con el júbilo de la madre que reencuentra a su pequeño extraviado entre el gentío: «Amor entre rocas./No soltaré tu mano/hasta llegar al sueño que soñamos,/un amanecer en Cuenca».
«¡Qué pasión de tambores/en las Casas Colgadas!/¡Dame tu tulipa/y alumbraré el mundo!»
Pero Cuenca es la rampa, la lanzadera, el portapájaros para el despegue y despliegue de las alas, rumbo al Gran Vuelo. Sí, en efecto, Dios era la meta: «Mi sombra me suelta/y yo busco a Dios,/que está conmigo./¡Ay la eternidad!.../Soy viajero de la vida,/¿Y adónde voy?/¿Acaso al infinito? /¡El infinito es Dios!/¡Esa es mi meta!»
Las cosas son duales y complejas. ¿Quién dijo que tener que vivir era cosa fácil? «Siempre habrá tempestad en el humano, hay que decirlo», y vaya si lo dice Raúl. Pero enseguida el consuelo, el bálsamo infinito de la poesía con su maternal abrazo:
«¡El beso nos distingue de la fiera!»
O: «Aún es posible ser feliz si sonríes».
Gracias, Raúl. Muchas gracias.
Noticias relacionadas
