Enrique Sánchez Lubián - Artes&Letras

Martínez Ballesteros y el teatro

«El teatro conmigo» nos propone una aproximación al último medio siglo de historia del quehacer dramático en la ciudad de Toledo de la mano de quien ha sido su actor principal y animador de una formación mítica: «Pigmalión», grupo del que se cumplen cincuenta años de su fundación

Enrique Sánchez Lubián
TOLEDO Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Aunque no abundan los libros memoralistas en nuestra literatura regional, siempre hay excepciones que confirman la regla. Hilario Barrero y sus Diarios, Pepe Corredor Matheos y su Corredor de fondo y ahora El teatro conmigo de Antonio Martínez Ballesteros. Esta obra, presentada hace unos días en el Biblioteca de Castilla-La Mancha, nos propone una aproximación al último medio siglo de historia del quehacer dramático en la ciudad de Toledo de la mano de quien ha sido su actor principal y animador de una formación mítica: «Pigmalión», grupo del que se cumplen cincuenta años de su fundación.

El teatro conmigo propone al lector un recorrido por la historia reciente de la cultura toledana a través del grupo “Pigmalión”.
El teatro conmigo propone al lector un recorrido por la historia reciente de la cultura toledana a través del grupo “Pigmalión”.

El teatro conmigo, editado por «Almud ediciones de Castilla-La Mancha» dentro de su colección Añil, es uno de esos libros que se lee de tirón.

Su prosa es amena, entretenida y bien escrita. Como todo libro de memorias, más éste que se refiere a un periodo reciente, tiene el atractivo de recrear episodios que nos resultan cercanos, referenciando a personas conocidas e invitándonos a descubrir entre líneas la identidad de aquellas otras a quienes Martínez Ballesteros critica o censura. Estas páginas contribuyen a pergeñar una radiografía del ambiente cultural vivido en la ciudad de Toledo durante los últimos años del franquismo, primeros de la democracia, consolidación autonómica y el presente más inmediato. Pero también, y eso es igual de importante, reflejan los sentimientos de insatisfacción y pesar que el autor ha ido acumulando con el paso del tiempo.

Escena de Los placeres de la egregia dama representada en Binghamton, Estados Unidos.
Escena de Los placeres de la egregia dama representada en Binghamton, Estados Unidos.

Concluida la lectura de este texto se constata que vida teatral de Martínez Ballesteros (Toledo, 1929) no ha sido fácil. Reuniendo cualidades para ser reconocido como uno de los grandes autores españoles de los años sesenta y setenta, encuadrado en una generación de nombres emblemáticos como Martínez Mediero, Fermín Cabal, Lauro Olmo o José Ruibal, su dramaturgia no ha tenido la proyección merecida. Y eso que hubo un momento, sobre todo con sus emblemáticas Farsas contemporáneas, en que vio cómo se le abrían las puertas de destacados circuitos en aquel esperanzador magma cultural que dio en llamarse teatro independiente. Tuvo el autor toledano momentos de gloria y reconocimiento fuera de España, especialmente en ambientes universitarios de Estados Unidos, pero aquello quedó en frugal destello en su quehacer dramático y literario, aunque en los últimos años Martínez Ballesteros haya encontrado satisfacciones y reconocimientos que a modo de lenitivo han contribuido a enjuagar sinsabores acumulados.

En el año 2013, Martínez Ballesteros recibió la Medalla de Oro de la Ciudad de Toledo en reconocimiento a su trayectoria literaria y teatral (Foto, José Ramón Márquez)
En el año 2013, Martínez Ballesteros recibió la Medalla de Oro de la Ciudad de Toledo en reconocimiento a su trayectoria literaria y teatral (Foto, José Ramón Márquez)

Aunque Martínez Ballesteros no ha querido abusar del vinagre a la hora de aderezar estas memorias, en El teatro conmigo hay suficientes aromas amargos que nos delatan el desdén y, en cierto modo, el ninguneo que su producción literaria tuvo entre el oficialismo de la ciudad de Toledo hasta, en cierto modo, la llegada de la consolidación de nuestra autonomía. Y eso que es autor de más de medio centenar de piezas teatrales, buena parte de ellas no estrenadas, y un destacado número de montajes y adaptaciones.

Refugiado en el grupo «Pigmalión» Martínez Ballesteros ha mantenido durante décadas su inconformismo teatral y su compromiso con la crítica social. De su mano llegaron a la ciudad de Toledo primero, luego a la provincia y después a tierras de Castilla-La Mancha, textos de autores tan significativos como Buero Vallejo, Bertolt Brecht, Darío Fo, Ionesco, Chejov o Anouilh. Singulares fueron sus populares «ecturas dramatizadas» o aquellas «revistas habladas» de los primeros años ochenta. Aunque el bagaje acumulado en este medio siglo de trabajo teatral es amplio y extenso, a la hora de hacer balance en el autor quedan posos de amargura. Uno de ellos, el pesar por sentirse incomprendido y a contracorriente cuando las oportunidades se le brindaron en los dificultosos vericuetos del teatro o la cinematografía profesional y comercial.

Este libro bien podría ser considerado como una crónica de aquello que pudo haber sido y no fue (al menos en la plenitud esperada por el autor). Es la fotografía del azaroso destino de un escritor batallador -así gusta definirse él mismo-, reconocido en su día como una de las grandes esperanzas de la renovación teatral española, pero que en vez de poder dedicarse plenamente a ello consumía su día a día en una triste oficina administrativa, protagonizando así una absurda situación que bien podría haberse desarrollado en una de sus populares farsas.

Hubo de liberarse de tan pesaroso marro, con motivo de su jubilación, para tener mayor dedicación a su faceta creadora. Así llegaron la publicación de alguna antología de sus obras, estrenos en las carteleras madrileñas, premios, reconocimientos y la apertura de nuevos formatos de expresión, como el Teatro de la Palabra que durante años desarrolló en la Biblioteca de Castilla-La Mancha.

A modo de conclusión, Martínez Ballesteros se pregunta en la parte final de sus memorias por qué el reconocimiento popular le ha sido esquivo. Él sostiene que jamás ha estado dentro de los círculos del «amiguismo» teatral madrileño que le hubieran permitido alcanzar otra dimensión en su carrera. En su narración apunta algunas respuestas: su inconformismo, su nula disposición a acariciar el lomo de las autoridades culturales pertinentes o su firme convicción de que el mejor reconocimiento a un creador teatral no son las medallas ni los diplomas recibidos, sino el apoyo, económico y material, para que sus obras puedan llegar a ser estrenadas. Como contrapartida positiva, y mucho más extensa en estas memorias, sobresale su contribución valiente y constante para abrir ventanas que oreasen los pesados círculos culturales de aquel Toledo tardofranquista, compartiendo con sus espectadores nuevos horizontes teatrales, empeño en el que, desde el ámbito plástico, también protagonizaron los creadores del coetáneo grupo «Tolmo». Y mientras tanto el autor, ya mayor, a sus ochenta y seis años, espera y espera...

Ver los comentarios