Fachada en la alquería de Ovejuela, en las Hurdes
Fachada en la alquería de Ovejuela, en las Hurdes - Rosario Quevedo
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Marañón y Buñuel: visiones de las Hurdes

El médico y el cineasta plasmaron su particular visión de una tierra lastrada por la crónica más negra

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Copiosa es la leyenda de Las Hurdes. Amplios parajes donde sobra agua y falta tierra para cultivar, y donde el hombre nunca debería haberse establecido, se han conformado en un territorio lastrado por la crónica más negra. Ya en 1633 Alonso Sánchez, en su libro De rebus Hispaniae, escribe que sobre ese suelo quebrado habitaban «humanos, completamente desnudos, que se nutrían de castañas y bellotas». La aciaga leyenda ha propagado que los hurdanos provenían de los godos, o de la población morisca o los judíos huídos, o que hablaban en una extraña jerga. Hubo que aguardar al primer cuarto del siglo veinte para clarificar esos equívocos e iniciar la redención de las Hurdes. El francés Mauricio Legendre desde 1909 visitaba el terreno, publicando más tarde el recuerdo de sus estancias que devino muy serio estudio antropológico.

Cascada de los Ángeles
Cascada de los Ángeles - Rosario Quevedo

Lo cierto es que la híspida tierra hurdana, incomparable en su belleza, estaba incomunicada y sus pobladores no tenían apenas qué echarse a la boca. Los carros no podían circular, existiendo no más que angostas trochas. Sólo los «panaderos», mendigos que salían de la comarca, podían abastecer a sus habitantes de unos cuantos mendrugos, sin paliar una acusada desnutrición. 1922 fue un año decisivo. El conde de Romilla, diputado monárquico por el distrito de Hervás, clamó contra el abandono, motivando que Vicente de Piniés, ministro de la Gobernación, encargase a una comisión médica, en la que figuraba el «toledano» Gregorio Marañón, un informe sobre lo que ocurría. Se viajó a Las Hurdes en el mes de abril y a la vuelta Marañón, tajante, dictaminó que «el problema de Las Hurdes es puramente sanitario», incidiendo en que el hambre era la causa principal de esa degeneración que originaba bocio, paludismo, raquitismo, cretinismo; esto último debido además a las intensas relaciones consanguíneas e incluso incestuosas. Interesado en el problema, poco después Alfonso XIII visitó la comarca. Se creó un Real Patronato y se fueron aplicando soluciones, como la repoblación forestal, apertura de consultorios, escuelas, hospitales, carreteras… En los primeros años del franquismo se incrementaron las ayudas. Hoy no existe nada de aquello. Sólo se atisba la nefasta secuela del pasado viendo a ciertos supervivientes que superan los ochenta años: muy baja estatura, piernas arqueadas, cuello afectado por las terribles enfermedades de otrora.

Calle de Riomalo de Arriba
Calle de Riomalo de Arriba - Rosario Quevedo

En 1932, otro enamorado de Toledo, Luis Buñuel, quiso plantear la denuncia de la precaria situación filmando in situ su documental Las Hurdes, tierra sin pan. La República, tan politizada, que siempre se había desinteresado por el territorio, prohibió el film. Claro que Buñuel exageró algunas escenas, mas con el fin de «surrealizar» su película: muerte de un burro por abejas, a plena luz del día, al caer las colmenas que transportaba, cuando en verdad la miel de Las Hurdes, tributarias de La Alberca, se trasladaba de noche; filmación del despeñamiento de una cabra, no accidentalmente, sino impactada por el revólver de Buñuel. Pero los cretinos que saca Buñuel en su obra (crudas estampas muy goyescas, solanescas) eran reales habitantes de Las Hurdes. Cuando, a pesar de la prohibición, la película se pasa, en sesión privada, en un cine de la gran Vía, a instancias de Buñuel asiste Marañón, quien dolido le replica al cineasta: «Le advierto una cosa, Buñuel: en Las Hurdes yo he visto pasar carros ubérrimos cargados de trigo». A lo que Buñuel contesta: «¿En Las Hurdes carros cargados de trigo? Pero si he estado en diecisiete alquerías donde ni siquiera se conoce el pan. Habla usted como un miembro del gabinete Lerroux. Adiós».

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