HISTORIA

Guerra de las Comunidades: 500 años de la rebelión de Toledo contra el emperador Carlos V

El historiador Fernando Martínez Gil recupera la memoria de dos de los líderes de la revuelta, María Pacheco y Juan de Padilla, del que tiene una biografía escrita pendiente de publicar

«Ejecución de los comuneros de Castilla», por Antonio Gisbert (1860) Congreso de los Diputados
Mariano Cebrián

Esta funcionalidad es sólo para registrados

La sal es el condimento más antiguo usado por el hombre para dar sabor a sus comidas. Pero, según algunos estudios científicos, un elevado consumo de sal está asociado a la pérdida a largo plazo de capacidades cognitivas y de la memoria. Esto último es quizá lo que buscaba el emperador Carlos V cuando ordenó derribar la casa del matrimonio toledano que lideró el movimiento comunero, Juan de Padilla y María Pacheco , y mandó sembrar el terreno de sal para que no volviese a brotar nada en ese solar.

Una memoria que pretende recuperar otro paisano suyo, Fernando Martínez Gil , escritor y profesor jubilado de Historia Moderna de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) y uno de los mayores conocedores de este hecho histórico en Toledo. Y es que esta ciudad representa el alfa y el omega, el principio y el fin de la Guerra de las Comunidades. De hecho, hace ahora precisamente 500 años, el 16 de abril, del inicio en la capital toledana de esta revuelta -«revolución» para algunos-, recuerda a ABC el historiador. Es en esa fecha cuando una muchedumbre encerró a Juan de Padilla y a Hernando de Ávalos -otro líder comunero- en una capilla de la catedral para evitar que marchasen a entrevistarse con el rey Carlos, que había convocado Cortes en Santiago de Compostela.

A partir de entonces el corregidor (representante del rey) perdió el control de la ciudad de Toledo, se nombraron diputados en las parroquias y los partidarios de Carlos I se encerraron en el Alcázar. Los dos bandos -comuneros y realistas- pasaron a la ofensiva y estalló lo que se conoció como la Guerra de las Comunidades . Pero, ¿qué fue realmente este hecho histórico: una revuelta antiseñorial, una de las primeras revoluciones burguesas de la Edad Moderna o un movimiento antifiscal de tintes medievalizantes?

Estatua de Juan de Padilla en Toledo H. Fraile

Martínez Gil da la siguiente respuesta: «Las Comunidades tuvieron muchas caras y es difícil quedarse con una sola. De hecho, si uno es honesto, se ha de tener en cuenta todas esas facetas. Ha habido muchas formas de entenderlas, ya que unas han intentado denigrarlas para, de este modo, hacerlo con todos los movimientos que cuestionaban el orden establecido. Y, por otro lado, hay otras interpretaciones que las ensalzaban en exceso para romper precisamente el statu quo. De esto modo, este hecho histórico se ha querido mezclar siempre con la política de cada momento, como ocurre actualmente».

El último paradigma sobre este hecho histórico es el que impuso el historiador José Antonio Maravall , que la definió en los años 60 del siglo XX como «la primera revolución burguesa», una tesis que luego aceptó y desarrolló el hispanista Joseph Pérez , el considerado por muchos el mejor conocedor de las Comunidades de Castilla.

«Más de medio siglo después de esta tesis, aún seguimos enfrascados en las diferentes interpretaciones que se hacen sobre ellas y hay una tendencia al revisionismo, y ya veremos adónde nos lleva», manifiesta el historiador toledano. En su opinión, «en los tiempos conservadores que vivimos seguro que intentarán borrar el carácter transformador y revolucionario que tuvieron las Comunidades, como defiende la tesis de Gregorio Marañón , que calificó a los comuneros como unos señores feudales que pretendían volver a los privilegios de la Edad Media».

«Elementos precursores de la democracia»

«Pues bien, ni una cosa ni la otra», asegura Martínez Gil, quien afirma que «las Comunidades se desarrollaron en un tiempo y un mundo totalmente diferente al de ahora. Ni era un sistema democrático el que buscaban establecer, ya que en ese momento lo que regía era la desigualdad ante la ley, de ahí el orden estamental, y los comuneros no pretendían cambiarlo, pero tampoco lo contrario».

En ese tiempo había unas Cortes representativas del reino, pero en ellas estaban sólo representadas 18 ciudades que tenían el privilegio de figurar ahí, algo de lo que no disfrutaban otras muchas villas. Además, los representantes de cada una de ellas eran miembros de las oligarquía, mientras que el resto de la población no estaba presente.

«No obstante, hay otros elementos que los comuneros defendieron y que, salvando las distancias, pueden entenderse como precursores de la democracia», subraya el especialista en Historia Moderna . Entre ellos, el hecho de querer limitar el poder del monarca y dar más capacidad decisoria a las Cortes, ya que esa era la cuestión que se planteó en la Guerra de las Comunidades entre realistas y comuneros: ¿Quién debía tener más poder: el rey o el reino?

Plaza del Ayuntamiento de Toledo, con las Casas Consistoriales al fondo H. Fraile

«En esa época el monarca sólo convocaba las Cortes cuando le convenía, es decir, cuando tenía que jurar un heredero o recaudar fondos para lo que precisara, pero los comuneros propusieron que el reino pudiera renovar a sus representantes cada cierto tiempo, como pasa en las legislaturas actuales. Es por eso que hasta el siglo XIX los comuneros eran considerados como unos traidores al rey simple y llanamente», recuerda Martínez Gil.

Pero, justo antes de las Cortes de Cádiz (1812), es cuando el poeta ilustrado Manuel José Quintana le dedicó en 1808 una oda a Juan de Padilla -líder de las Comunidades- y, como buen liberal que era, entendía a los comuneros como antecedente de lo que ellos defendían. «A partir de entonces -señala-, comenzó a rehabilitarse la figura de los comuneros, restituyéndoles como precursores de la libertad y mártires del absolutismo».

El primer gran acto conmemorativo llegó en 1821, con motivo del tercer centenario de la batalla de Villalar . A dicha localidad acudió Juan Martín Díez, El Empecinado, con una expedición para exhumar los restos de los capitanes ajusticiados en 1521. Se iniciaron entonces los homenajes a los comuneros por parte del gobierno liberal en el poder.

Sin embargo, hasta la II República, con Manuel Azaña alabando las virtudes de los comuneros, e incluso hasta que Maravall no publica su libro Las Comunidades de Castilla: una primera revolución moderna (1963) o ya en la Transición no se hace un reconocimiento de lo que supuso este hecho histórico.

¿Habrá homenajes?

«Debajo de este recelo subyace el problema no resuelto de la concepción de país que queremos, ya que el movimiento comunero se asocia a los nacionalismos periféricos actuales y está mal visto, según quien haga la interpretación», destaca Martínez Gil. Así han pasado las décadas hasta la actualidad, cuando en 2020 se cumplen 500 años del inicio de la Guerra de las Comunidades, y no se sabe si habrá alguna celebración u homenaje de este acontecimiento tan importante de la historia de España.

En la tierra donde empezó y terminó este movimiento, como es Toledo, ni las Cortes regionales, ni el Gobierno de Castilla-La Mancha -que en su nomenclatura oficial lleva la palabra «Comunidades» (Junta de)- y tampoco el ayuntamiento de la ciudad se han pronunciado hasta el momento con ninguna intención de homenaje o recordatorio del quinto centenario de estos hechos. Habrá que esperar a los 500 años de la batalla de Villalar , el 23 de abril de 2021, para saber si entonces se hace alguna celebración.

El historiador toledano Fernando Martínez Gil, con la estatua de Padilla detrás H. Fraile

Todo ello, además, teniendo en cuenta que «Toledo es la inventora de las Comunidades», como se decía en la época. La capital toledana es donde se originó el 16 de abril de 1520 la revuelta comunera, la que intentó conformar una confederación de ciudades reuniendo la Junta de Ávila y la que, una vez se rindieron el resto de ciudades rebeldes tras la batalla de Villalar (23 de abril de 1521), continuó con la rebelión en solitario durante unos meses más, hasta las capitulaciones del monasterio de la Sisla del 25 de octubre de 1521 y la derrota final del movimiento el 3 de febrero de 1522 -día de San Blas-, un día antes de que María Pacheco huyera de la ciudad.

En este movimiento comunero hay muchos personajes dignos de reseñar, como Juan Bravo, Francisco Maldonado, Hernando de Ávalos, el obispo Antonio Acuña, Juan de Zapata, Pedro Girón y Velasco, Ramiro Núñez de Guzmán, Pedro López de Ayala o Pedro Lasso de la Vega, hermano del famoso poeta Garcilaso. Pero, sin duda, quienes fueron los grandes símbolos de este episodio fueron dos toledanos: María Pacheco, una de las primeras grandes mujeres de la historia de España, y su marido Juan de Padilla, del que sorprende que no haya ninguna biografía. Bueno, sí que la hay, la que ha escrito Fernando Martínez Gil y que está a la espera de que alguna editorial se la publique. Ojalá tenga suerte.

Mientras tanto, al historiador toledano le queda el consuelo de poder visitar el único homenaje que ha recibido el líder comunero por parte de las instituciones de su ciudad y de su región, una estatua que dio forma el escultor Julio Martín de Vidales y sufragada por la Fundación Soliss. Un monumento que fue reclamado por los vecinos y por sus partidarios en innumerables ocasiones y que hasta 2015 no se erigió. Juan de Padilla espera un reconocimiento igual para su mujer en la plaza que lleva su nombre, que ocupa el solar en el que se levantaban sus casas y que los realistas sembraron de sal para intentar que su figura fuera olvidada para siempre, o no.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación