Carlos Rodrigo

Encuentros en la tercera fase

«La experiencia prueba que la enfermedad sigue siendo tan contagiosa como antes»

POR CARLOS RODRIGO

El apresuramiento es una disposición natural de nuestro pueblo (no sé si es privativo de nosotros o si se ha difundido por todos los países del mundo, ni creo que tenga por qué averiguarlo, justificarlo, ni argumentarlo como triste excusa).

En un primer momento, al primer temor de contagio, nos evitábamos ; ahora, en cambio, se difunde la idea de que la enfermedad ha dejado de ser contagiosa o que los infectados no morirán.

Cada día se ve sanar a un gran número de personas que han estado realmente enfermas. Entonces, se ha hecho presente una temeraria valentía; nos despreocupamos de nosotros mismos y de la infección , hasta el extremo de que no la prestamos más atención que la que se concede a una fiebre cualquiera.

La experiencia prueba que la enfermedad sigue siendo tan contagiosa como antes; lo único es que hay menos muertos. El peligro de muerte no puede ser separado de las circunstancias del mal, aun cuando no sea tan frecuente como antes.

Pero nuestra imprudencia no se detiene aquí . Muchos de los que hemos dejado a un lado las precauciones escaparemos pero también muchos enfermaremos. La temeridad es causa de estrago público, porque impide que los decesos disminuyan con la rapidez con que debieran hacerlo.

Como audaces criaturas que somos nos hemos hallado tan poseídos por e l júbilo de nuestra pírrica victoria (ya solo se nos hunde un barco o se nos estrella un avión lleno de pasajeros al día) tan contentos de ver la corroboración en los registros semanales de una amplia disminución de la mortalidad, que los nuevos terrores no nos han hecho mella. Nada puede sacarnos de la mente la idea de que la amargura de la muerte ya ha pasado.

Nuestra conducta imprudente e irreflexiva puede costar la vida de muchos de los que, habiéndose antes encerrado con todo tipo de precauciones, retirados de la sociedad, han permanecido indemnes.

Hay quien piensa que nuestra moralidad ha declinado , que muchos de nosotros, curtidos por los peligros que hemos corrido, como los marineros después de la tempestad, nos hemos vuelto más malos y tontos, más desvergonzados y endurecidos en nuestros vicios y en nuestra inmoralidad que antes de la enfermedad.

Nos creemos tan resguardados, que no atendemos ninguna advertencia. Parecemos creer que hasta el aire se halla restablecido y que no podemos volver a infectarnos.

En este pueblo nuestro de varias velocidades en que nos encontramos, como si en la anterior todos fuéramos en crucero, se suceden protestas y agravios por no pasar de fase , pretensiones alocadas e infundadas de abrir comercios y llenar hoteles, y quimeras de correr maratones en un solo día cuando antes desgraciadamente a duras penas manejábamos un frágil velero.

En este pueblo nuestro en el que la planificación en muchos casos es una quimera y tenemos fantasías tan solo a la altura de nuestra inconstancia, tan solo traer al pairo ese maravilloso párrafo de nuestro últimamente tan citado como poco leído Galdós , al que debemos en Toledo un homenaje a la altura de su prosa por su centenario, en el episodio nacional de Oñate a la Granja , novela en la que retrata magistralmente las dos Españas (porque nos pongamos como nos pongamos siempre ha habido dos o más Españas) de la época:

No ha sabido usted esperar; ha olvidado aquel sabio precepto que se atribuye al último Rey: vísteme despacio, que estoy de prisa ; y por vestirse atropelladamente se ha puesto el chaleco donde debió estar la camisa, y la camisa en la cabeza a guisa de turbante. Está usted hecho un mamarracho.

Pues eso, que estos tiempos de desencuentros en la fase cero se tornen en los deseados encuentros en la tercera fase, por más que nos duela que sea más tarde que pronto que lleguen; pero eso sí, que vengan para quedarse. Y que los únicos rebrotes que germinen sean verdes.

NOTA : más del 80%, por decir un porcentaje, aunque como decía el genocida una muerte es una tragedia y mil es una estadística, de la trama de este escrito está urdida con frases del Diario del año de la peste de Daniel Defoe (1722), sin más adaptaciones que las de los tiempos verbales y alguna licencia literaria, que sin duda puede parecer burda al lector, y sin más pretensión que dar forma al pastiche. Pido perdón por el artificio, y disculpen a los que lo llamen directamente plagio, aunque en mi descargo confieso que este libro es la reflexión más lúcida y vigente que he leído esta semana sobre el único tema. Y como lo siento lo escribo.

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