Carlos Rodrigo

Apagón de ideas

«Mientras en otros países pergeñan planes a largo plazo, quí dejamos el supermercado vacío de solomillo»

A estas alturas que alguien te diga que es imposible que haya un apagón tiene el mismo efecto que si alguien te dice que va a haberlo.

Después de una pandemia mundial aún latente, de Filomenas, Danas y de que Ramos siga sin debutar, todo se relativiza, hasta el miedo.

Lo malo es que de vivir sin miedo a vivir sin esperanza hay un paso.

La resignación activa es un don común a los que empezamos a acumular cierta edad y, bueno, no es una postura del todo reprochable siempre y cuando no nos invada el síndrome del hámster y la rueda infinita y descorazonadora.

Late una peligrosa sensación de aquí me las den todas, y de huida hacia delante que, si bien es comprensible y hasta empática si no daña a terceros, implica un cierto tufillo de insolidaridad y de que el que venga después arree , ya que para dos días que me quedan en el convento me cago dentro.

Andamos contando las fechas para la tercera dosis mientras medio mundo no tiene ninguna. El otro día salía en la tele un cantante queridísimo de pelo rizado que alardeaba de responsabilidad por haberse hecho un test de antígenos, que le había dado positivo, antes de entrar a su casa cuando llevaba un mes por ahí de gira mundial. Se nos habla de un mundo global cuando nuestro mundo institucional es local y regional, nuestra curiosidad intelectual es nacional, a ratos mundial, y nuestra verdadera preocupación es poco más que umbilical.

Mientras en otros países pergeñan planes a largo plazo con uvis móviles, semáforos inteligentes o unidades de oxígeno que no se extingan con un corte de luz, aquí dejamos el supermercado vacío de solomillo (los que tenemos la suerte de poder comprarlo), agotamos las existencias de camping gas y compramos una pala multiusos la mar de mona.

Somos entrañablemente egoístas desde un punto vista particular y radicalmente improvisadores desde un punto de vista institucional.

Somos artistas del regate corto y del ir tirando, del amanece que no es poco, del venga coño que mañana será otro día, del a cordarnos del otro en la desgracia, de la solidaridad de supermercado , pero nunca de anticiparnos a ella o del planificar su llegada.

La ministra de Austria dice que el problema no es si va a haber un apagón, que lo va a haber, sino determinar cuándo. Aquí hablamos de que no llegará porque nuestro gas es argelino no europeo , de que tenemos gas para veinte filomenas, etc., etc.

Yo no sé si va a haber un apagón o una plaga de langosta, más allá de la segura navideña de langostas hiperinflacionistas, pero a m í lo que me da miedo es el apagón de sensibilidad e ideas en el que nos estamos sumiendo , de cerrazón intelectual y de pocas luces largas.

Está bien centrarnos el día a día, al fin de al cabo es lo único que tenemos; ya decía, creo que era Lao Tse, que el pasado solo lleva a la depresión y el futuro a la ansiedad, pero hay algo más que ceñirse a sortear la siguiente curva.

De vez en cuando hay que elevar la vista y planear a largo plazo, pensar en los otros, un poquito más allá de la campaña institucional de siempre y del kit de supervivencia de turno (démonos prisa que se están acabando) que ahora con el Black Friday va a hacer un poco más ricos a los más ricos y un poco más ingenuos a los más pobres de dinero y, lo que es más alarmante, de espíritu.

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