Marto Pariente, el creador del «Fargo» de Guadalajara

Este escritor madrileño afincado en la localidad de Alovera ha conseguido revolucionar el género negro con su novela «La cordura del idiota», ganadora del premio «Novelpol 2020»

El escritor Marto Pariente, durante el último festival «Getafe Negro» Toni Guerrero
Mariano Cebrián

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Cada vez está más en boga el género negro con tintes más rurales, como bien dice Sergio Vera en el prólogo de la novela « La cordura del idiota » ( Ediciones Versátil ). Este es título de la segunda obra escrita por Marto Pariente (Madrid, 1980), inscrita dentro de este género conocido como «country noir» o «country pulp», con la que el autor, afincado en la localidad de Alovera, en la campiña de la provincia de Guadalajara. En este escenario, en un lugar ficticio llamado Ascuas, es donde sitúa su historia al más puro estilo de «Fargo», que le ha valido para alzarse con el premio « Novelpol 2020 » y finalista de otros grandes certámenes.

¿Qué teme más a un idiota cuerdo o a un loco inteligente?

Ambos, mentalmente, viven en tierra de nadie, encrucijadas a mitad del camino entre el bien y el mal. Terreno pantanoso que es mejor no pisar. Me recuerda a la pregunta: ¿qué te produce más miedo, el coche o el avión? Estadísticamente, los accidentes de circulación se llevan a más gente por delante que los accidentes aéreos. Sin embargo, por increíble que parezca, nos suele dar más miedo el avión. Creo que andamos rodeados de idiotas cuerdos que medran a pesar de su falta de ingenio. Son como un reloj parado que solo da bien la hora dos veces al día. Da igual, es suficiente para que fastidien la vida de muchísimas personas. Un loco inteligente es mucho más creativo, más peligroso. La cuestión es que de de esta clase hay menos y la probabilidad de cruzarse con uno, disminuye. Me temo que no he contestado a su pregunta. ¿A quién temo más? A los dos por igual, unos matan en corto y otros a largo plazo.

La novela está llena de guiños a los más grandes del género negro. ¿Cuáles son sus fuentes de inspiración?

Creo que somos, a la hora de crear, digo, un collage. Un careto, más o menos agradable (esto va en gustos) creado a partir de multitud de rostros. De lejos y en perspectiva puede hasta parecer un estilo propio, pero amigo, cuando nos acercamos, vemos que no somos tan originales. Le debemos a una ingente cantidad de personas nuestro resultado final. En mi caso, Jim Thompson, James Crumley, Spielberg, Tarantino, los Cohen, Robert Rodriguez, Bruen, Merinero… Quizá el verdadero mérito resida en formar, el día de mañana, parte del collage de otro porque una vez leyeron algo tuyo.

¿Es fácil o complicado buscar materia prima en un pueblo de la campiña de Guadalajara para escribir una novela de este tipo?

Hay mucha materia prima. La dificultad, más que en los personajes, reside en los tiempos. En manejarlos de manera que al lector no se le vaya vida esperando el desenlace de tal o cual situación. En una ciudad (leído hace poco en un diario), un tipo lanza a su casero por la ventana de un sexto piso. En un pueblo, ocurren cosas parecidas, pero tardan más en cristalizar. Problemas de tierras, herencias y lindes. Al final, se produce un acto violento, un tiro de escopeta, un mochetazo… El problema, insisto, son los tiempos. Malos y locos hay muchos en cualquier lugar; Dios los cría a razón de cien al día y mueren solo dos. Eche cuentas.

Aunque el pueblo en el que centra su novela, Ascuas, no existe, usted vive en Alovera, un pueblo de la provincia de Guadalajara del Corredor del Henares que ha crecido en los últimos años con el «boom» urbanístico. No sé cuánto tiempo lleva viviendo allí. Pero, salvando las distancias, ¿ha presenciado algún episodio parecido a los que narra en su novela?

Esto ha ocurrido, en mayor o menor medida, en casi todos los pueblos del país. Cuando la recalificación de terrenos quedó en manos del concejal de urbanismo de turno o dependía del resultado de la votación del pleno municipal de marras, puede usted apostar a que en muchas ocasiones no se ha jugado limpio. En la novela, se trata este aspecto llevado al extremo, con la muerte de por medio de una voz disidente (el loco del pueblo) que no quiere vender sus tierras. Yo los llamo «tinglados legales».

¿Qué se siente cuando comparan su novela con «Fargo» o cuando el gana el premio «Novelpol 2020» y es finalista de otros importantes certámenes del género negro?

Siento, la verdad, un poco de vértigo. Comencé a escribir por hobby; una afición que se practica en soledad ante un teclado. El mayor problema al que te enfrentas (como dice el maestro Gustavo Ott) es intentar convencer a tu pareja que cuando andas zascandileando por la casa o mirando el cielo a través de una ventana, estás trabajando. Después, casi sin darme cuenta y gracias a personas como Sergio Vera que me han echado un cable en el momento apropiado, la intimidad del acto de escribir, se convierte en comparaciones de altura, entrevistas, certámenes, premios y nominaciones. Es la otra cara de la moneda. Una cara pública que te exige que aprendas y cojas tablas a marchas forzadas.

Creo que ha aprovechado el confinamiento para avanzar en su próxima novela. ¿Puede adelantar algo?

Estoy trabajando en lo que podría definirse como un «noir crepuscular». Personaje en la recta final de su vida que vuelve para un último trabajo. Esta vez a caballo (y no es un western ) entre el pueblo y una ciudad pequeña. A modo de adelanto una frase que define muy bien el espíritu de la historia, sería aquella contestación maravillosa de la película de los ochenta, «Choose me», en la que Keith Carradine ante la pregunta del camarero, «¿Es usted nuevo en la ciudad?», responde: «No, es la ciudad la que ha cambiado».

Aunque hay un «boom» de novelas negras, ¿cómo define el estado de salud del género negro en la actualidad? ¿Cree que este tipo de literatura es la mejor para denunciar los males que aquejan a la sociedad actual?

Es un género que tiene su público. Siempre lo ha tenido. La promoción de nuevos autores de talento, la consagración de los grandes autores del género y el número de obras de calidad, creo yo, va en aumento y eso es bueno. Se enfrenta a las dificultades de siempre, visibilidad y falta de espacio en las estanterías, pero en fin…, a pesar de los costurones en nuestra piel y de lo efímero de las obras en el cartel, sobrevivirá. Y sobrevivirá (y esto entronca con la última pregunta) porque es un buen espejo donde mirarnos como sociedad. Quizá no nos guste todo lo que veamos, pero es lo que hay.

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