Cuando en Canarias hubo dos Agaetes

La curiosa historia forzada por la dramática movilidad de los vecinos de esa villa del norte de Gran Canaria

Vecinos en Venegas en la ciudad de Las Palmas de G.C. Fedac

Fernando Bruquetas de Castro

En las últimas décadas del siglo XIX existía en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria un barrio llamado de «Agaete Chico», situado en la orilla del mar al norte del Muelle de Las Palmas. En lo que fue antaño la calle Venegas se concentraba muy desordenadamente una serie de casillas o casetas de madera de dudoso buen gusto.

El ayuntamiento mandó inspeccionar la zona, reconociendo que este núcleo representaba un peligro para la salud pública, por la aglomeración de viviendas a la orilla del mar, al no disponer de las mínimas condiciones de higiene; a pesar de hallarse situadas en lo que se consideraba el punto más sano de la población, bañadas por las frescas brisas del mar y asentadas sobre un subsuelo permeable.

No obstante, el lugar tenía sus inconvenientes, pues el acceso al mismo no era nada fácil, más bien estaba lleno de dificultades, pues para penetrar entre las barracas, rodeadas de estercoleros, donde se aglomeraban centenares de seres humanos, era muy angosto ya que apenas se hallaban lugares de paso que permitieran el cruce entre dos personas.

Los tabiques de separación de estas construcciones de madera se tocaban, y las que tenían dos pisos presentaban por todo aislamiento un plano horizontal de tablas mal unidas, de tal modo que el aire de una «vivienda» pasaba a la contigua, sin tener que atravesar el estrecho pasadizo, constituyendo una atmósfera confinada e insana, que únicamente podía compararse a la de los malos buques de vela anclados en el puerto.

Se hacinaban más de 300 personas que vivían dell menudeo que facilitaba el cercano muelle de Las Palmas

En cada una de aquellas viviendas, cuya capacidad sólo permitía la estancia de una o dos personas a lo máximo, llegaban a vivir familias de muchos hijos, cuyas «miasmas humanas», decían los miembros de las comisiones de Higiene y Obras, no les asfixiaban «por la costumbre» establecida entre ellos por su género de vida, además de por el hecho de que la brisa del mar podía penetrar en las permeables paredes; lo que también se consideraba un inconveniente, ya que –decían– traspasaban los endebles tabiques, arrastrando hacia la población todos los gérmenes que eran nocivos para las personas saludables.

Largos años

Además, se tenía el temor de que una epidemia (con una enfermedad terrible) pudiera desarrollarse en un terreno tan propicio. Si sucediera así, en un caso tan desgraciado, la Administración sólo podía emplear un medio para extinguir este foco de infección. Ese medio, que destruye todo, se decía, era el fuego, al reducir a cenizas casas y muebles, dándose muerte a los seres «infinitamente pequeños que vencían al hombre por su número».

Pero eso dejaría a muchas familias sin hogar, sin vestidos ni recursos, pues todo habría que sacrificarlo al fuego, debiendo el Municipio indemnizar una a una casas y haciendas, sin que pudiera alegar la suprema razón de «salus populi» por ser el hecho previsto y consentido por espacio de largos años contra toda prudencia. Por lo tanto, urgía que el municipio, para evitar grandes males, asumiera su responsabilidad llevando a cabo la urbanización de ese barrio, según los planos que reunieran las condiciones legales.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación